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Existe una nueva generación de nativos digitales

El ciberespacio da la oportunidad a todos, sin distinción de edades, para interactuar en una realidad alternativa, la diferencia la hace la interacción de cada usuario.
El ciberespacio da la oportunidad a todos, sin distinción de edades, para interactuar en una realidad alternativa, la diferencia la hace la interacción de cada usuario.
Foto: Archivo / EL TELÉGRAFO
20 de octubre de 2018 - 00:00 - Fausto Segovia

El cambio tecnológico ha sido vertiginoso: duró varias décadas –las últimas del siglo XX- hasta consolidarse en el siglo XXI, como una diosa que ha superado a la misma razón, para erigirse en un ente prodigioso que, poco a poco, disuelve a la vida.

El reino de la imagen
La sociedad audiovisual que, de alguna manera corresponde a la “tercera ola” o sociedad del conocimiento que predijera Alvin Toffler, se ha instalado y comenzado a gobernar nuestra existencia.

“El homo videns”, de Giovanni Sartori, que apareció en la década de los noventa como una utopía, ahora es una realidad.

El reino de la imagen gana terreno al reino de la palabra escrita. Y con la llegada de las cuatro pantallas –la televisión, la informática, el celular y los videojuegos-, como los jinetes del Apocalipsis.

El mundo ya no es igual: unos más, otros menos, estamos “enganchados” a la computadora que, antes que un aparato, para ciertos especialistas constituye una droga que no se adquiere en las farmacias, sino que se encuentra en todo lugar, gracias a la libertad de información y comunicación.  

La cuestión es navegar
La estrategia es clara: todos somos navegantes. Todos navegamos hacia donde nos dirigen otros “seres” no tan inofensivos: los sistemas, los servidores, los ordenadores –que, obviamente, están poniendo “orden” en este mundo de incertidumbres-, para organizar una nueva sociedad –la tribu virtual- que está conectada o en red.

Su objetivo es hacer todo lo imposible, en virtud de una trama de relaciones que siguen un guion preestablecido: navegar hacia un paraíso informático.

Los navegantes –llámense cibernautas- viajan pero no necesitan trasladarse de un lugar a otro. Basta un clic para navegar por el ciberespacio sin viajar. Estos viajes virtuales nos permiten “ver”, “sentir” y “recorrer” senderos inverosímiles, por las profundidades del mar, las cavernas de la tierra y por las alturas más espectaculares del espacio jamás logradas. Viajamos, inclusive, por el interior de nuestros cuerpos –con cámaras diminutas- para descubrir todo: los humores y tumores, los signos de la vida y de la muerte, por los territorios de la otrora intimidad, pues ahora es todo visible. ¿Ha terminado, entonces, la fantasía?

Del anonimato a la fama
Pero ahí no termina el tour. La tribu informática tiene ahora respuestas a la mayoría de preguntas.

La web es un gigantesco mercado de palabras, bienes y servicios que giran y brindan “beneficios” a los que desean divertirse, aprender, enseñar, comunicarse o consumir.

Porque la web lo tiene todo: “amigo” en todas partes, documentos de todos los puntos cardinales y en cualquier idioma; conocimientos y lo más increíble: un supuesto anonimato para quienes desean integrar esta tribu.

El requisito es simple: querer, hacer un clic y ya.

Puede convertirse en “otro”, si quiere; adquirir una identidad e integrarse a una sociedad artificial, donde pueda sumar, restar y multiplicar; ser malo, bueno o indiferente. Adquirir una máscara. ¡Un modelo  “perfecto”!

Pero si no quiere el anonimato, es posible saltar a la fama con YouTube, y conseguir seguidores, lograr la vida en directo, moverse en un mundo maravilloso de círculos de trabajo, de afinidades y amistades, en la plataforma más espectacular: Twitter.

Las redes sociales son, ahora, una maraña de vínculos que llegan a convertir a las personas en tan dependientes que, si no están en una de estas redes, simplemente no están en el mundo: no viven, no existen. ¡Qué manera más fina de “enredarse”!

Por favor, no hundirse
Si internet ofrece todos estos adelantos y posibilidades, lo mínimo que podemos intentar es no hundirnos. Dicho de otro modo: aprovechar las ventajas de la informática, pero no sucumbir en sus maravillosas fantasías.

No caer en la porosidad de una vida signada por el clic, que nos transporta de un lugar a otro, con rapidez espeluznante; estar cerca y lejos de las personas y los objetos; ser uno mismo u otro al mismo tiempo; y disfrutar del espectáculo del mundo e incluso de vidas ajenas, que no nos pertenecen.

No hundirnos implica tomar conciencia de que la tecnología no es el fin sino una herramienta –y no la única- que nos ayuda, pero que no puede convertirse en droga o en un dios que nos esteriliza.

Dejar el reino de la máscara y el anonimato haría bien; jerarquizar los rituales comunicativos –chats, blogs, messenger, etc.- y rescatar la verdadera comunicación humana interpersonal e intrapersonal, antes que la virtual.

Nueva aula virtual
No será fácil porque internet nos vuelve máquinas; antes que un espacio de liberación podría ser reductor de libertad y esclavizarnos, si se exagera su dominio, sobre todo si se explota su lado oscuro y usos desviados.

Que los “nativos digitales” se inserten positivamente en la nueva aula virtual que ha nacido, y no se dejen automatizar con facilidad. Y que la denominada “tribu informática” sirva a la humanidad –sus derechos y deberes- y no a los designios exclusivos del mercado y a la vigilancia en ciernes.  (O) 

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