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La Villa Panamericana, descanso y diversión
Al sur de Lima se encuentra la Villa El Salvador, un distrito de clases populares en la capital peruana. Desde finales de julio de 2019 cambió su dinámica. Llegaban constantemente buses más grandes y repletos de personas, había un ruido constante y se cambiaron los bosques por escenarios deportivos.
En la avenida El Sol había un bosque, cuyo terreno sirvió para la construcción de la Villa Panamericana, explicó un joven voluntario. Lo cierto es que era un terreno baldío árido y rústico de la zona. Es un complejo exclusivo en el que solo tienen acceso para ingresar atletas y delegaciones que compiten en los VIII Juegos Panamericanos de Lima 2019.
Un circuito de buses traslada a los deportistas desde la residencia hacia las distintas sedes ubicadas por la ciudad donde se desarrollan los eventos deportivos. Son tres puertas de salida para movilizarse fuera del complejo.
En el interior hay siete bloques de edificios para recibir a los representantes de las 41 naciones participantes. Son de 20 y 19 pisos, color beige, pintados con inscripciones que dicen “Lima 2019” y adornados por banderas de varios países colgadas en las ventanas. En total hay 1.095 departamentos, que hasta el lunes 5 de agosto albergó a 5.890 residentes, le dijo a los medios públicos el coordinador de prensa de la Villa, Yuri Ferrel.
Así, el observador infiere dónde están ubicadas las selecciones nacionales. Lo que a simple vista no se distingue es la calle central que atraviesa la zona de hospedaje. Ahí es natural que los atletas corran por las mañanas como entrenamiento físico. Otros acuden a ejercitarse en el gimnasio, si tienen hambre, al comedor; o si buscan recreación van el billar. También se celebran emocionantes partidos de PlayStation.
Los controles de seguridad son exhaustivos. Nadie tiene permitido caminar sin una credencial que detalle su nombre e información personal dentro de los Juegos. Incluso los cientos de voluntarios que trabajan adentro deben identificarse. Su función es brindar apoyo a las delegaciones. Laboran estrechamente con los jefes de misión, personas encargadas de los equipos nacionales, para coordinar aspectos de logística, como habitaciones donde quedarse cada uno.
“Es una experiencia grata”, expresó Eduardo Girón, basquetbolista mexicano. Una opinión similar manifestó el ciclista de BMX ecuatoriano Alfredo Campo. El número 5 del mundo en su disciplina comentó que la estancia en la villa ha sido cómoda.
La denominada zona internacional es una explanada circular del tamaño de la concha acústica en el Parque Samanes de Guayaquil. La circunferencia está rodeada por stands que ofrecen distintos servicios. Hay una tienda con productos, como snacks, jugos, gaseosas y dulces. Allí hacían fila los seleccionados sub-23 de fútbol Jordan Rezabala y Sergio Quintero.
También carritos de comida con hamburguesas, postres, ceviche peruano, comida china y licores. En otro lado está el local de Casa Perú, el proyecto del Gobierno peruano para promocionar sus atractivos turísticos.
Argentinos y brasileños juegan tenis de mesa junto a la plaza central. Es un círculo más reducido al interior de la zona internacional, con el asta de las banderas de los Estados abrigando un escenario musical para conciertos en las noches.
Este lugar también tiene afiches gigantes de Milco, la mascota de los Juegos, para que los asistentes se lleven un recuerdo a sus países. La Villa Panamericana es un espacio atípico al paisaje de inequitativa pobreza del distrito limeño. Desde los edificios, lujosos y nuevos, se observa panorámica mente las casas de ladrillo en uno de los morros de Villa El Salvador. Son barrios donde impera el tráfico de drogas y la delincuencia.
Dos caras dentro de un mismo lugar geográfico. Al igual que en la residencia, donde están los que disfrutan la experiencia multicultural y los que poco salen de sus habitaciones, mientras intentan dormir para competir y obtener una medalla para su nación. (I)