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La carne es vista desde lo político y metafórico

El Altes Museum de Berlín sirve como escenario para ilustrar en una muestra cómo ha sido vista la carne a lo largo de la historia de la humanidad en distintos escenarios, desde el lente de Alexander Enge y Bern Heyden.
El Altes Museum de Berlín sirve como escenario para ilustrar en una muestra cómo ha sido vista la carne a lo largo de la historia de la humanidad en distintos escenarios, desde el lente de Alexander Enge y Bern Heyden.
Imagen: Filhos de Pindorama, 1557
16 de julio de 2018 - 00:00 - Valentina Uribe. Corresponsal en Berlín

 ¿En qué momento se convierte un cuerpo, animal o humano, en carne? ¿Es durante la muerte o quizás existen prácticas sociales que, en vida, reducen la dignidad corporal al estatus de objeto de consumo? ¿Consumimos carne solo por propósitos alimenticios?

La exhibición Carne, que se presenta en el Altes Museum de Berlín, intenta responder a estas preguntas analizando la paradigmática relación que nuestra sociedad tiene con la carne.

En este momento en que más personas consideran el vegetarianismo como una forma de vida no solo más ética sino también saludable, en que somos más conscientes del impacto ambiental que tiene la industria de la carne y en que parece empezamos a reconocer que la vida de los animales es igual de valiosa a la humana, parecería una contradicción moral presentar una exhibición que celebra la carne

Esta ecléctica compilación de fotografías, videos, performances y objetos se pregunta sobre la diferencia entre cuerpo y carne, y sus funciones políticas y simbólicas. Fotos. Latinale-Berlín /  Timo Berger

Sin embargo, la carne no solo está asociada con una fuente de alimento. Otras imágenes diferentes al refrigerador de un supermercado, un asado con la familia o un matadero vienen a la mente cuando se habla de carne: el cuerpo de Cristo que recibimos en la comunión, el sexo, el mordisco.

La carne es un concepto general que forma parte de nuestro imaginario social  y esta exhibición trabaja alrededor de la metáfora de la carne (carne como culto, como ritual, como símbolo de estatus) más que de la carne misma.

En realidad, lo único verdaderamente ausente de la exhibición es la carne, al menos, como la conocemos hoy en día: un filete empaquetado al vacío. Las únicas piezas gráficas que relacionan la carne con la fuente de alimento son las fotografías tomadas por Alexander Enge y Bern Heyden, en las que se documenta el que solía ser el matadero del barrio de Moabit en Berlín.

Estas fotografías toman, sin embargo, en la sala de exhibición un carácter documentario ya que este tipo de carnicerías son ahora poco comunes en la ciudad. 

La decisión de dejar la carne como alimento al margen de la discusión, aunque parecería contradictorio, es una excelente decisión de curaduría pues hace que la audiencia se pregunte qué es la carne: si es el pedazo ensangrentado de cuerpo animal o humano o, por el contrario, la compilación de prácticas sociales y afectos que la rodean.

Al entrar a la sala de exhibición, un conjunto de instrucciones le pide al visitante que pegue su cuerpo a la pared e intente atravesar el muro de cemento. La intención es hacer que el espectador, antes de empezar su recorrido, se haga consciente de la materialidad de su cuerpo y de los límites de su propia carne.

Este ejercicio, aunque interesante, apunta a un problema conceptual y es que el cuerpo no es la carne.

Es un error decir que un cuerpo tiene carne. El cuerpo, ya sea animal o humano, está compuesto por músculos, arterías, páncreas, hígado, nervios… pero carne, carne no tiene.

El cuerpo es mucho más que la agrupación de órganos. Un par de pulmones, un corazón, un estómago, un cerebro no hacen un cuerpo. El cuerpo existe en sociedad. Para tener un cuerpo este tiene que ser reconocido socialmente como tal. El cuerpo es agente, el cuerpo actúa, influencia, cambia, crece, es infectado, se multiplica, afecta y es afectado.

La carne, al contrario, vive en un perenne estado de inmanencia. La carne es la pasividad absoluta. No hace, es hecha; es usada, se pudre, decae. Parecería entonces paradójico que fuera a través de la carne que el ser humano busca la trascendencia de su ser.

No hace falta sino pensar en todos los eufemismos que usamos para hablar del ritual, la ceremonia y el sexo. “La carne busca la compañía de la carne”, escribe Heiner Müller en su obra de teatro Die Hamletmaschine, en la que habla de la putrefacción de la sociedad y del paradójico deseo sexual y de muerte. 

Es así como en la exhibición se yuxtaponen las fotografías que Vanessa Beecroft tomó en el Neues Museum, en 2015, de un grupo de mujeres desnudas con un video que documenta a una comunidad en India sacrificando a una cabra para presentar su cabeza como ofrenda a la deidad Durga.

Aunque la carne es un objeto que nos acompaña y es consumido de diferentes maneras (en la religión católica, por ejemplo, la hostia es de manera simbólica la carne Cristo que nos es dada a los creyentes en el momento de la comunión), la exhibición entiende la carne como todo aquello que es dispuesto para ser cazado, tenido, poseído, devorado; como un objeto de lujuria, exceso y poder, ya sea el cuerpo desnudo de la mujer o el animal que se ofrenda.

De manera paralela, la exhibición plantea la jerarquía de la carne, visto que no todas las carnes son iguales ni tienen el mismo valor. En el islam, por ejemplo, la carne de cerdo es vista como deplorable y no debe ser consumida.

De los más interesantes objetos en esta sección se encuentran dos de las litografías que acompañan la autobiografía de Hans Staden (Verdadera historia y descripción de un país de salvajes desnudos, feroces y caníbales, situado en el Nuevo Mundo, América, 1557), en la que se narra el secuestro del autor en Brasil por una tribu antropofágica.

En las litografías vemos a un grupo de hombres y mujeres desnudos, algunos con rasgos animales, asando carne humana y devorándola. Lo más interesante de esta imagen no son los pedazos de pierna o costillas que se ven en la parrilla sino las sonrisas que el artista pinta en la cara de los comensales, las cuales intentan reflejar la perversidad moral de todo aquel que sea capaz de comer carne de sus congéneres.

Estas imágenes hacen que nos preguntemos si la carne como tal es vacía de significado o valor, y si lo que le da su estatus es la cadena de sentido —el placer y la violencia— que construimos alrededor de aquel objeto.

A pesar de que la exhibición pretende ser general y dibujar un amplio panorama acerca de lo que significa la carne y su consumo, tres líneas cruzan la sala de manera transversal: la mujer, los animales y la colonización. Este planteamiento, en que los animales, la mujer y las comunidades primitivas están constantemente abiertos a la violencia que reduce un cuerpo a la carne, es el más acertado de toda la exhibición.

Si la carne es el pedazo de cuerpo despojado de cuerpo, si la carne es lo que queda cuando el cuerpo pierde su esencia, su inmaterialidad, su ontología y se convierte así en objeto de consumo, en cosa traficable, cuantificable, acumulable e intercambiable, hay que preguntarse cuáles son los cuerpos en sociedad que están más sujetos a esa forma de violencia y qué delgada línea relaciona la masculinidad con el consumo de carne. (I)

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