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La tristeza y la soledad le sientan a Vincent Gallo

La tristeza y la soledad le sientan a Vincent Gallo
06 de agosto de 2013 - 00:00

Vincent Gallo, actor, pintor, músico y modelo estadounidense, de origen italiano, nativo de Buffalo, Estado de Nueva York, será siempre uno de los chicos malos y una de las piezas más incomprendidas del cine independiente mundial con Mario Van Peebles, Lars Von Trier, Michael Jai White, Andréi Tarkovski y David Samuel ‘Sam’ Peckinpah.

Hipérbole. No son los únicos, ni los primeros, ni los últimos directores y actores del cine independiente que serán incomprendidos, de hecho Michael Jai White es más conocido por ser artista marcial y estrella de megaproducciones o producciones de mediano calibre de filmes de pura acción.

DATOS

Los protagonistas del filme son Vincent Gallo y Chloë Sevigny.  

La dirección, el guión
y la fotografía fueron realizados por Vincent Gallo. Él también formó parte del equipo de musicalización, que incluyó a Ted Curson y Jackson C. Frank.

El departamento de sonido
lo conformaron Marc Fishman (mezclador), Tony Lamberti (mezclador), Jon Mete (editor) y Edward Tise (grabador).

El largometraje es una coproducción entre Estados Unidos, Japón y Francia; participaron las productoras  Kinetique, Vincent Gallo Productions y Wild Bunch.

Fue nominada en la categoría Mejor película en el Festival de Cannes 200
Se está cayendo en el mismo error del afamado crítico estadounidense Roger Ebert (+), quien se aburrió tanto durante el estreno original del filme The Brown Bunny, que al finalizar ese evento en mayo de 2003 en el Festival de Cannes, al ser entrevistado por un equipo de camarógrafos, dijo que era la peor película en la historia del festival.

Ello llevó al famoso enfrentamiento verbal con Gallo, quien llamó al crítico un cerdo gordo, a lo que él respondió que él algún día sería delgado, pero Gallo siempre sería el director de The Brown Bunny, lo que generó prejuicios en las personas que vieron el filme, ya reeditado, en los festivales de Venecia y Toronto del otoño de 2003.

Luego marcó la reseña de Bill Chambers de la publicación Film Freak Central en la que retó las críticas viciadas de Ebert al filme de Gallo y la egocéntrica declaración de su futura delgadez y el perenne fracaso sobre el director, productor, guionista, protagonista y director de fotografía de The Brown Bunny.

De hecho, cuando Ebert escribió la reseña del largometraje reeditado en 26 minutos, un cuarto de su metraje original, había perdido 86 libras. Anécdotas aparte hay que concordar con el reducido grupo que gusta del filme de Gallo, una gema preciosa, pero muy rara, del cine independiente estadounidense y mundial.

Concordamos con Ebert en dos cuestiones esenciales, la primera es que  la ahora famosa escena del motel en Los Ángeles, donde el Bud Clay de Gallo se reencuentra físicamente, de manera sexual y explícita, nada erótica, con su amor imposible y eterno, la Daisy de Chloe Sevigny –gracias a la actuación de la joven estrella del cine arte, indie e independiente- es lo que mejor funciona en la renovada The Brown Bunny.

La segunda, es que existe una comunicación completa y que rompe el corazón entre Bud Clay y la mujer, interpretada por Cheryl Tiegs, cuando él se acerca a ella sintiendo su desesperación, le hace unas cuantas preguntas que nunca son respondidas, ya que ella no emite palabra alguna, y comienzan a abrazarse y besarse efusivamente.

En los 93 minutos que ha quedado el filme luego de su reedición, también circula comercialmente una versión de solo 90 minutos, el espectador debe elegir un bando, u odia completamente la película de Gallo o al menos respeta el valor artístico de la producción y la torcida historia con la que enfrenta al público.

No es un filme para  olvidarse de los problemas de uno, sino para cargar la cruz de Bud ClayEn nuestro caso, sin ser los primeros que han reevaluado críticamente este filme luego de las reseñas de Roger Ebert, el largometraje sigue siendo demasiado lento en su tempo, necesita un beat más animado como mucha de la música incidental que incluye. La historia es difícil de seguir, ya que el trabajo de grabación del sonido es, por decir lo menos, mediocre y muchas veces los diálogos son prácticamente inaudibles, como perdidos entre el bullicio.

Sin embargo, es en esa imposibilidad de seguir lo que dicen Daisy y Bud en la escena sexual en el motel, que se encuentran las riquezas semánticas y semióticas del filme de Vincent Gallo, cuando se entiende que esos diálogos inaudibles son significantes de voces en el olvido, ecos de la nostalgia y de la ausencia de una vida sin amor y sin verdaderas raíces identitarias.

Bud Clay es todos y nadie a la vez, un corredor de motocicletas en la clase 250cc Formula II que parece un hombre duro, rudo, árido, pero debido a su peculiar voz se descubre como un ser solitario y vulnerable que trata de cubrir la pérdida de su eterno amor con encuentros casuales con mujeres que también presentan algún cuadro psicológico-sociológico muy particular y para nada dentro de la norma.

El tinte del color permiten que el
filme parezca un experimento artístico de los años 70
La verdad que se revela sobre Daisy en el flashback final, luego de la escena del motel, y narrado-explicado por la misma Daisy es devastador para quien admira el filme y compensa todo el aburrimiento o tedio de soportar la mayoría de las secuencias iniciales, con excepción de la visita de Bud Clay a los padres de Daisy y los momentos en que saca su motocicleta para correrla en el desierto hasta que en cierto sentido se pierde en la nada.

Gallo domina tanto la composición, la narración, la producción como la comunicación audiovisual ya que maneja con talento y mesura artística los encadenados como signos de puntuación de su convulsa ensayística audiovisual.  

Otro mérito es el efecto que logra con los desenfocados, las planificaciones en las que el ángulo de la cámara corta la parte superior del cuadro,  por ejemplo, las cabezas de Bud y Daisy mientras empiezan a compenetrarse físicamente en el motel, y los planos cerrados que no son muy abundantes en los 93 minutos de película, pero sí muy significativos para el buen filme, que según Ebert, se escondía en el largometraje original de 118 minutos.

El rostro rugoso de Gallo es el de cualquier hombre, en cierto sentido, ya que uno siente que lo ha visto o lo conoce de algún lugar. No está clara la integración de flashbacks en la narrativa total del filme, pero se entiende que casi todo lo que involucra a Daisy es algo más bien psicológico, del pasado o una evocación de un futuro más prometedor y deseable.

Las secuencias de Bud conduciendo su van por el país, luego de perder la carrera, dirigiéndose a California, donde vivió con Daisy y espera reencontrarse con ella, son insufribles excepto por la música que suena de fondo. La temperatura y el tinte del color permiten que una película estrenada en 2003 parezca un experimento artístico de los 70, percepción a la que también contribuye en algo la vestimenta de Bud y los ropajes de Daisy en la famosa escena del motel.

The Brown Bunny no es un filme para evadirse y olvidarse de los problemas de uno, sino para sufrir con los problemas y cargar la cruz de Bud Clay, en realidad, una película que lo elude o evade a su público.

La concentración audiovisual es herramienta indispensable para “disfrutar” la obra de Gallo, que no termina de consumirse sino es revisada y discutida por quienes acaban de verla.

The Brown Bunny podría o no ser la gran obra maestra radical del cine estadounidense como se pensó en su momento de Shadows de John Cassavetes, muy propia de la generación beat. La película de Vincent Gallo, es la película de la generación desencantada, los llamados “baby boomers” ya envejecidos, los jóvenes que se refugiaron en la escena grunge capitaneada casi exclusivamente por Kurt Cobain, la generación X que Ben Stiller retrataba en su filme Reality Bites, que en realidad son muchas generaciones confluyendo en una gran masa de seres alienados.

Esos seres vuelven a aparecer en dos dignas sucesoras de The Brown Bunny, Somewhere de Sofia Coppola y Shame de Steve McQueen. Nuevamente hipérboles, nada más que eso sobre la escena.

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