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Ariana Harwicz: "Intento escribir como los pintores expresionistas"

Ariana Harwicz publicó Degenerado, una novela contada desde el punto de vista de un violador.
Ariana Harwicz publicó Degenerado, una novela contada desde el punto de vista de un violador.
Foto de Bénédicte Roscot
20 de marzo de 2020 - 17:27 - Jéssica Zambrano Alvarado

La escritora argentina Ariana Harwicz cree que no sirve de nada ser feminista si no es para meterse con el poder. “Para las causas ganadas estamos todos”.

Sus cuatro novelas (La débil mental, Matate, amor; Precoz y Degenerado) tienen personajes que viven en los márgenes, sentenciados por un odio social.

Pero en Degenerado, su último trabajo, Harwicz deja de usar la voz de una madre que a veces se cansa de su hijo o de una mujer que vive en eterna espera de su hombre.

Hace lo inesperado y habla desde la voz de un hombre viejo, el vecino bonachón que por pasar desapercibido violó a cuantas niñas pudo y a quien ahora la sociedad quiere incendiar vivo, a través de la justicia y con su propio método de ajusticiamiento. Cada quien tiene sus reglas.

Harwicz confesó en redes sociales que su editor francés, idioma al que se tradujo esta obra en el país en el que reside desde 2007, le dijo que “Francia no está preparada para una novela desde el punto de vista del violador, que por ahora prefieren la novela de víctima. ¿Y Racine, y Céline, y los poetas malditos? Cada época elige la amnesia que le va mejor y sus escritores amigos”. Esta entrevista se divide en dos. Va del libro al juego.

I

Degenerado aborda el ostracismo como tus anteriores personajes. Cuestiona también a la sociedad y vive al margen. ¿Cómo construyes la moral en Degenerado y cómo se empata con la sociedad que describes en tus otras novelas?

Es cierto. Hay una radicalización como los terroristas, como los que pasan al acto y se ponen bombas y se inmolan o cometen crímenes. Siempre se habla de radicalización.

Yo creo que mis libros, o al menos esta saga de cuatro, son distintos, aunque pueden leerse como una serie. Todos tienen a personajes que tienden a irse a los márgenes, borrarse de la sociedad. Todos tienen una especie de repulsión por la sociedad y esta los rechaza, los detesta, los odia. Es mutuo.

En el caso de Matate, amor, el personaje con su marido y su hijo viven en el bosque; en La débil mental y Precoz, en el campo, en lugares cada vez más marginales, en rupturas con la sociedad y el sistema. Pero en Degenerado pasa al acto. Los personajes anteriores no eran el chivo expiatorio de la sociedad.

Si bien en La débil mental hay un asesinato y todos mis personajes son perseguidos por la Policía -por eso tienen algo de western o película violenta de Tarantino-, Degenerado es a quien todo el mundo quiere colgar o quemar en la silla eléctrica, y esto aparece con más fuerza que en las anteriores porque ya hablamos de un hombre que se erige como el enemigo.

Has dicho que temes que tu obra se entienda en clave de realidad, pero es innegable en el ejercicio de esta ficción atarla a una coyuntura, ¿cuál consideras que es el impacto de tu narrativa en el contexto social que vivimos?

Toda novela, toda obra, por más abstracta, conceptual o vanguardista que sea, mantiene de manera forzada un lazo con la realidad, con el contexto político.

Digo que mis libros no deberían leerse únicamente en esa clave porque es un error. Cuando se hace una lectura solo en clave con la realidad, aliada a los femicidios, a los abortos, a los reclamos de las mujeres, digo que es un error leerla solo en esa clave.

Intento escribir como los pintores expresionistas: deformar la realidad, romperla, aunque mantenga un peso político. Espero, no sé, que mis novelas sean eso: una queja política, un reclamo y que mis obras puedan leerse en 20 o 30 años, en otro contexto; que su poética, su lengua, su universalidad se mantenga.

A lo largo de tu trabajo hay una representación de la infancia desde el punto de vista de la madre, ahora desde el castigo social y el cuestionamiento de un pederasta. ¿De qué manera te interesa representar la infancia?, ¿es un tema que te obsesiona?

A lo largo de mis novelas se construye ese otro relato que portamos todos a nuestras espaldas. Esa sombra, ese cuchillo atrás nuestro, ese enemigo que es la infancia.

Todos venimos de allí y con una mirada naturalizada decimos “sí, venimos de la infancia”, ¿pero qué es la infancia?Escribir también es eso:  deconstruir todo relato.

Has dicho que escribes de una manera compulsiva. Las novelas que construyes pueden leerse de un tirón y dejar sin aliento, ¿cómo trabajas el horror en estos parámetros?

La primera respuesta honesta es que no sé. Hay zonas de la propia escritura y su construcción que uno no conoce.Después me parece que esa experiencia de lectura está en espejo con la de la escritura. Al escribir tengo ese frenesí, esa violencia en el ritmo, esa especie de cascada o envión hacia abajo descontrolado o controlado, porque hay mucho control en el descontrol.

Ahí se da una unión entre escritor y lector, que me gusta como efecto paralelo. También creo que contribuye mucho la música. Yo escucho sonatas de piano con movimientos interpretados de manera muy fast, fast, rápido, rápido. Creo que el ritmo y la velocidad tienen que ver con la violencia y con la intensidad. Eso se traduce en la sintaxis.

Juegas mucho con la pérdida de sentidos de tus personajes, si construyeras un personaje sobre ti, ¿qué sentido perdería primero?

Si jugáramos a perder el sentido de la moralidad, del deber ser, de la ley, creo que el primer sentido que perdería es el de una moralidad, una ideología moral, de ser un ser social. Perdería el sentido de la empatía con el otro.

Tu editor dice que en Francia no están listos para leer una novela contada desde el agresor, ¿qué le dirías a un francés que te responda esto?

Esas son las leyes del mercado. El mercado manda sobre lo que hay que leer, cómo hay que pensar, la ideología de lo que vende, de lo que se traduce, de lo que gana premios, de lo que se nomina, y para mí, de verdad, escribir Degenerado tuvo dos efectos catárticos.

Lo uno es que toda escritura es catártica y pude pasar al bando del hombre, del acusado, del victimario, del agresor. Era muy aliviador en una época en la que el sistema usufructúa con las víctimas y se aprovecha de ellas a todo nivel, más allá de que haya justicia en eso.

Por otro lado, fue importante como un movimiento político contra la época. Si me piden que escriba como mujer latinoamericana de 40 años, que es la demanda del mercado, entonces voy a escribir lo contrario, tomando riesgos, que es lo que hay que hacer.

Decías que “un artista tiene que estar enojado con el mundo de verdad, no la postura para la tapa, si no se convierte en un profesional, un gerente o un zombi”. ¿Con qué estás enojada?

El enojo se traduce en una obra punk, en una obra minimalista, abstracta, en una performance, en una obra de realismo social. Después uno ve qué forma le da a su obra y cuán lejos o apegado está al realismo, el enojo podría ser algo como “El grito”, de Munch, la rabia que motoriza al artista. Siempre el artista es un incomprendido, siempre hay algo roto en el canal de comunicación, y de eso nace el arte. Diría que siempre estoy enojada con la injusticia, y la injusticia está en todos lados y de todas las formas posibles.

II

¿Con qué escritor o escritora te gustaría pasar una tarde en una cabaña?

Con Oscar Wilde.

¿Con quién en un carnaval?

Con ninguno en un carnaval porque odio los carnavales.

¿Patines, bicicleta o patineta?

Bicicleta.

¿Qué libro quisieras volver a leer, a cuál regresas siempre?

Regreso siempre a Así hablaba Zaratustra, de Friedrich Nietzche.

¿Qué libro morías por leer pero no pudiste terminar?

Nunca pude terminar los Buddenbrooks, de Thomas Mann.

¿Eres de las personas que abre la puerta hacia afuera cuando dice empuje o hacia adentro cuando dice hale?

Soy de esas personas que dice empuje y tira hacia afuera la puerta, que lee mal los carteles.

Dicen que las personas duras toman café sin azúcar. ¿Tú?

Sí tomo café sin azúcar, pero no sé si soy una persona dura.

¿Por qué crees que los humanos nos mentimos tanto, sobre todo a nosotros mismos?

Porque mentir es una pasión. Mentir y odiar son las grandes pasiones.

¿El infortunio y la desgracia pueden engendrar un hombre excepcional?

Sí, el infortunio y la desgracia pueden engendrar hombres excepcionales y, sobre todo, megalómanos.

¿Tienes un ritual para olvidar?

No hay ritual para olvidar, hay rituales para escribir, que es casi lo mismo.

¿Crees en la democracia?

No creo en la democracia. Tampoco en el anarquismo y el totalitarismo. No creo en el hombre entonces. CP

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