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Una dama de otros tiempos

Una dama de otros tiempos
14 de diciembre de 2011 - 00:00

Doña Manuela reside en Buenos Aires desde hace más de dos  años. Es la mayor de tres hermanas: Alicia (+) y Lidia. Muestra su orgullo por ser familiar del ex presidente de la República del Ecuador, Gabriel García Moreno, ya que José Fernando García Moreno, hermano del Presidente, era su bisabuelo.

“En la familia siempre lo recordamos por su amor y pasión por la Iglesia Católica, además su deseo de un país moderno, desarrollado para el beneficio de todos los ecuatorianos”.

Se confiesa muy católica,  y muy devota del Divino Niño, de Jesús del Gran Poder, y de San Martín de Porres.  “Este último se encuentra entre mis antepasados, ya que fue hijo natural del conquistador Juan de Porres con una esclava liberta.  Fue este mismo conquistador el que vino a Guayaquil hacia 1580, se casó con Catalina de Carranza, dando origen a algunas tradicionales familias guayaquileñas, entre ellas la mía; siendo antepasado directo de mi bisabuela paterna, María Francisca de Vítores Campe y Coello de Portugal”.

Se educó en el colegio Sagrados Corazones en París, pues su familia se trasladó a Europa, donde vivió hasta los 18 años, y a donde  regresó posteriormente.

Como guayaquileña, evoca que la ciudad tiene un encanto especial.  “Para mí Guayaquil siempre ha sido y será el Malecón y el centro de la ciudad, donde nací”, comenta, mientras su mente se remonta a la época en la que sobresalían hermosas casas de madera, talladas y ornamentadas, con sus puertas abiertas y sus escalinatas también de madera fina.  
“También recuerdo las bandadas de loritos que invadían las plazas y parques de la ciudad, y se unían a la algarabía propia de una ciudad alegre y amigable como la mía.  Mis juegos de infancia en el Malecón, y especialmente en La Rotonda, con mis hermanas”.
Doña Manuela visitó Guayaquil hace dos años.  “La última vez la encontré muy cambiada, moderna  y americanizada.  El centro, tristemente, ha perdido su espíritu y tradición”, esboza con preocupación.

Es una mujer muy asidua a la lectura y confiesa que es una de las mejores maneras de pasar el tiempo.
“Me gustan mucho las biografías de personajes históricos y las novelas históricas, y soy  aficionada a la genealogía.  Me fascina el arte en general, y cuando vivíamos en Quito disfrutaba mucho de ir a El Ejido los fines de semana a ver las muestras pictóricas.  Junto a mi sobrino descubrimos un pintor de apellido Araújo que nos encanta y compramos varias de sus obras”.

A eso se suma su   amor por los animales... “Siempre me han gustado, y si bien perdí a mis dos perritos recientemente, es una pasión que mantengo.  Mi familia siempre ha tenido pequineses, y ésta sigue siendo nuestra raza favorita”.

En Buenos Aires se mantiene la costumbre de salir a tomar un café al final de la tarde, y esta actividad le encanta a doña Manuela, quien comenta que gusta de acudir a una plaza y ver a la gente pasar. “También acostumbro ir a misa en la Iglesia del Pilar, en el barrio de Recoleta, que es donde vivo”.
Su personalidad es muy extrovertida, se declara una mujer bien arreglada por excelencia, que siempre ha disfrutado de la moda.  “Tengo un estilo más bien clásico, y presto mucha atención a los accesorios y los detalles, los cuales para mí siempre hacen la diferencia”.

Enfatiza, además, para que no quepan dudas, que disfruta  de la cultura y las artes, y es muy clara al hablar de modales: “No me agrada mucho la confusión que existe en la actualidad entre el ser informal y el irrespeto hacia las personas, lo cual parece ser la norma en este mundo moderno”. 
La descendiente de García Moreno  dice que cuando ha tenido la oportunidad de viajar ha apreciado en detalle, con meticulosa curiosidad, la cultura del sitio donde ha acudido. “Cada país tiene su encanto, pero me agrada especialmente París por su estilo y costumbres”.

Su arribo a Argentina se dio a pedido de su sobrino, Alonso Pérez de Guzmán el Bueno y M. García-Moreno, hijo de su hermana Alicia. “Fue él quien, después de vivir por muchos años en Europa y Nueva York, se radicó en esta hermosa ciudad, y quien nos trajo a vivir aquí con mi hermana Lidia”.

Reitera que le encanta el tango. “Solía bailarlo en mi juventud, infelizmente a mi edad no me es posible bailar más, pero siempre me detengo a ver durante mis salidas los espectáculos ambulantes de tango en la plaza de la Recoleta, muy próxima a casa”.

Otra de su salida favorita es  al Teatro Colón.
“Es un teatro de nivel internacional, con una  arquitectura imponente, donde  producciones argentinas e internacionales a las que asisto compiten con las que se pueden ver en las grandes metrópolis del mundo.  Además, es un lindo pretexto para arreglarme y vestir de largo, ya que en las funciones de gala las personas aquí todavía van de etiqueta”.

Al consultársele sobre cómo asumió estar lejos de su Patria, profundiza y admite: “Extraño Ecuador, y especialmente Guayaquil, el cariño y la amabilidad de su gente y  la gastronomía ecuatoriana que a mi parecer es de igual nivel, si no superior a la peruana, tan de moda internacionalmente ahora ... La nuestra  podría y debería ser reconocida como tal”.

Sorprendemos a Doña Manuela recordándole que se acerca su onomástico el próximo 25 de diciembre. Ella, que prefiere no decir su edad, expresa que las navidades y el fin de año en Buenos Aires tienen similitudes con  la manera de celebrar en Guayaquil.

“Al ser verano, y porque hace mucho calor, la mayoría de las personas prefiere ir a la playa. Por mi edad no es posible movilizarme tan fácilmente; así que solemos permanecer en casa en  compañía de amigos que vienen a celebrar con nosotros en familia”.

Es una asidua usuaria de Internet, gracias a la ayuda de su asistente personal. Para ella no hay barreras ni obstáculos, tiene una energía que emana una  permanente preocupación por el mundo en que vivimos. “Me gustaría mucho generar conciencia  a mis compatriotas en el necesario  amor hacia todos los animales y la creación en general.  Cuidemos y respetemos al medio ambiente, es la herencia que dejaremos”.

Doña Manuela, con sus gestos, su conversación formal pero cálida y cercana, con el anecdotario que brota de su memoria, evoca un tiempo de modales y etiqueta que cada vez más va quedando en el olvido.

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