Kevin Ruiz llevó hasta la mesa número dos un capuchino caliente. En el trayecto movió bruscamente el charol, pero él procuró no tumbarlo y logró servirlo bien al cliente.

Él tuvo hace tres años un accidente de tránsito en su moto. Esto lo mantuvo en coma, con respirador artificial y despertó con discapacidad física. El joven cojea con su pierna derecha, pero no se detiene y consigue atender.

Kevin trabaja en la Cafetería Kafkafe, en la calle A entre 44 y 45 (Suburbio de Guayaquil), junto con otros dos jóvenes  con retraso intelectual y una mujer de 40 años con problemas en su columna.

Xavier Moreira, gerente de la Fundación Nuevo Rumbo de Técnicos Activistas Comunitarios (Nurtac), presta el servicio en sus instalaciones, que será usada como centro de capacitación.

Los trabajadores, como parte de un convenio, recibirán un certificado del grupo Pastelarte.

Para él, los chicos no son contratados en empresas por falta de capacitación. “Las compañías  buscan a personas con esta condición, pero con habilidades en el área que manejarán. No se trata de  que quienes tengan estas condiciones se adapten al ambiente, sino lo contrario”.

Otro de los propósitos de la cafetería inclusiva es incentivar la lectura en el sector popular, mientras se disfruta de un café. Los comensales pueden sentarse en un cómodo  sofá y elegir un libro de la estantería.

La inclusión
La psicóloga Andrea Peñaherrera, directora del proyecto de capacitación y empleabilidad a personas con discapacidad, explicó que hace tres años surgió la idea. “En las  terapias nos dimos cuenta de que las manualidades no les daban independencia”.

El programa asiste a 680 personas con esta condición (en Guayaquil y Durán). El 80% tiene comprometida la parte intelectual.

Pedro Pivaqui, de 40 años, nació con el problema. Él cuenta que toda la vida estuvo desempleado y expresó que se esforzará para triunfar y “enseñar a nuestras familias”.

En 2017 Kevin tuvo una entrevista laboral, pero le pidieron probar su discapacidad. “Me esfuerzo para recuperarme, trabajar, aportar a mi familia y retribuir lo que han gastado en mis terapias”.

Héctor Zambrano trabajó de perchero en un supermercado, en 2009. Pero, como era temporal, salió y desde entonces deja currículums en todos lados. “Pero no me llamaron y me engañaron. He llorado y me he deprimido al ver que no me contratan. Esta es mi primera experiencia como mesero”.

Ana, con discapacidad física, dejó de cuidar carros y hoy es mesera del Kafkafe.

Las calles -dice- son inseguras. “Tengo otra oportunidad para sacar adelante a mi familia”. Pronto el menú incorporará el sistema braille y habrá un teatro con lenguaje de señas. (I)