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El Telégrafo
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"Ha sido una larga agonía, con él morimos nosotros"

"Ha sido una larga agonía, con él morimos nosotros"
Foto: Álvaro Pérez / EL TELÉGRAFO
05 de mayo de 2019 - 00:00 - Carla Maldonado

El 15 de septiembre de 2011 un disparo policial  impactó el cuerpo de mi hijo, Édison Cosíos,  y le tocó la cabeza en el interior del colegio Mejía. Desde ese momento no volvimos a escuchar su voz ni volvió a caminar. Aquel día hubo protestas estudiantiles contra el bachillerato unificado y los estudiantes fueron reprimidos por policías en el gobierno del expresidente Rafael Correa.

Mi hijo adentro del colegio decide salir para ir a la casa y ven que un policía sale de su escondite y le dispara a quemarropa, eran las 16:00. En ese momento, alguien tomó el celular, marcó a mi esposo y le dio la noticia. Ambos nos dirigimos al Hospital Eugenio Espejo y vimos a nuestro hijo.

En primera instancia no imaginamos la extrema gravedad de Édison, lo tomé como algo superficial y sin importancia. Pero cuando vi a mi hijo fue terrible y estaba desconsolada: tenía vendada toda la cabeza y sangraba mucho. Tuvo 10 operaciones de alto riesgo, del cráneo le sacaban una válvula que se infectaba y había que limpiar.

Él pasó un mes y medio en el hospital y tuvo muchas complicaciones. También hubo descuido de los médicos, estaba deshidratado, un medicamento muy fuerte le causó insuficiencia renal, pero superó ese episodio.

Lo trasladamos al Hospital de los Valles y allí sufrimos una mala experiencia, porque empeoró, se agravó y quedó en estado vegetativo.

El 8 de marzo de 2012 lo trasladamos a nuestro domicilio para darle cuidados paliativos. Decidimos traerlo a su casa para que esté feliz el poco o mucho tiempo que le quedaba de vida. Allí estuvo rodeado de sus dos hermanos y de su familia.

Los médicos le dieron tres meses de vida por su grave estado. Pero Édison rebasó muchos pronósticos y Dios nos concedió su vida durante siete años y siete meses.

Fue duro para nosotros, era cansado y terrible soportar el inmenso dolor de verlo postrado en la cama. Era un joven grande pesaba 26 kilos y medía 1,80 de estatura.

Fue doloroso, pese a eso Dios nos dio fortaleza para luchar con él. Nos permitió una batalla muy grande.

 El  expresidente Correa se hizo responsable de lo que le pasó y dijo que era un crimen de Estado, pero no cumplió su palabra.

Tuvimos ayuda del Ministerio de Salud, pero también hubo demasiadas falencias. Tuvimos que presionar para pedir su atención y darle una mejor calidad de vida a nuestro hijo.

Vivimos mucho dolor y sentimiento, rogamos a las autoridades para que le dieran lo que Édison necesitaba.

Él requería medicamentos que no eran del Cuadro Básico, era difícil conseguir y vimos la manera de traerlos de otros países. Tuvimos que solventar esos gastos; en otras ocasiones eran cosas sencillas que el Ministerio podía hacer, pero no se movían las cosas.

Creo que había demasiada indolencia y quemeimportismo,  presionamos para que nos ayudaran. Había mucha burocracia para adquirir los medicamentos, fue una lucha constante. También había negligencia porque tenían las cosas, pero las dejaban pasar y no las entregaban a tiempo. Fueron indolentes y eran necesarias demasiadas firmas.

Los médicos dijeron que el estado vegetativo de Édison no permitía ninguna recuperación. Al año y dos meses dio signos de que nos entendía y mantuvimos cierta comunicación con él.

Nuestro hijo movía sus manos y con sus dedos decía cosas o con gestos de su cara, eso era un gran avance porque salió del hospital en estado de mínima conciencia.

El Ministerio de Salud nos ayudó con enfermeras las 24:00, necesitábamos moverlo con ayuda porque era muy alto. Ellos  tampoco  podían manejarlo solos, sino con mi esposo y mis hijos.

Todos ayudamos en los procedimientos para su atención: cambios posturales, por ejemplo. En las noches nos turnábamos con mi esposo, que trabajaba durante el día, para realizar las aspiraciones traqueales y los cambios de sonda.

Dormíamos en un sofá al lado de él, siempre estuvimos pendientes para ayudarlo en todo.

Édison era el menor de nuestros hijos, los otros dos mayores tienen sus propios hogares y familias. Ellos ayudaban los fines de semana, limpiaban la casa. Dejé de trabajar para dedicarme 100% a mi hijo.

Sus compañeros de quinto curso del Mejía jamás lo abandonaron en la lucha por su vida. Él tenía visitas constantes en la navidad, en su cumpleaños y en año nuevo. 

Ellos siempre estuvieron con nosotros, le cantaban o hacían sus gritos de guerra. Édison, a pesar de su estado, parecía feliz cuando los escuchaba.

El disparo policial contra mi hijo alteró la vida de la familia, a raíz de eso nos dedicamos solo a Édison.

Todos estuvimos con él, no pudimos salir de viaje ni de paseo porque estuvimos pendientes.

Preparaba sus alimentos y Édison comía cada tres horas. Todo era él. Le preparaba sopa de quinua con carne, le daba fruta y él comía por sonda, todo era líquido. Si se estreñía le daba acelga, cebolla, espinaca.

En su alimentación, según los exámenes médicos, debía comer siete huevos porque tenía la albúmina baja. Con ese cuidado superó la desnutrición que tuvo por su estado.

Los costos eran altos, pese a que nos ayudaron con una parte de los medicamentos y de los insumos. El resto pagamos nosotros, las facturas de la luz y el agua subieron porque había muchos equipos conectados a él. Por ejemplo, la cama eléctrica, el oxígeno y el nebulizador.

La manutención de él redondeaba los $ 2.000 mensuales. El Gobierno me ayudó con un bono por discapacidad, que lo utilicé en la comida. También tomaba suplementos de vitamina. Mi esposo solventaba esos gastos con la ayuda económica de mis otros dos hijos.

Nunca hubo justicia para él.  A pesar de los procesos judiciales, solo se encontró al culpable material, pero no a los que ordenaron ingresar al colegio Mejía a disparar a quemarropa a los estudiantes. Hubo muchos culpables, pero no sentenciados, ni nombrados.

El policía Hernán Salazar le disparó a mi hijo y le dieron una sentencia de cinco años por lesiones que dejaron a Édison en estado vegetativo. También lo condenaron a pagar  $ 100.000 como reparación, pero hubo una sentencia de apelo que fue ratificada en la Corte Provincial y otras apelaciones a la Corte Nacional. Salazar pasó solo dos años y medio en la cárcel, se declaró insolvente y no pagó nada.

Vivimos con un dolor permanente porque vimos padecer y sufrir a nuestro hijo, que estaba torturado por tantas enfermedades. “Fue una larga agonía y con él también morimos nosotros”. (I) 

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