La calle La Condamine, en el barrio El Vado, acoge a los últimos hojalateros de Cuenca. Sus obras son apreciadas tanto por turistas nacionales como extranjeros.

Raúl Merchán es un profesional con 35 años de experiencia en la hojalatería, cuenta que su acercamiento con esta labor fue obra del destino. Primero comenzó ayudando a un vecino y desde allí “se le pegó el gusto por este oficio del que nunca más se separó”. En la actualidad sus hijos heredaron su pasión por los metales y tienen una fábrica en el sector de El Valle.

Comenta que los trabajos que más le encargan, especialmente la gente de la tercera edad, son arreglar y construir barriles, cantarillas, baldes y jarros. Además de trabajos en maquetas de estudiantes universitarios.

Raúl cuenta que en estos años la demanda ha variado, especialmente desde que se utiliza el plástico, indica que los clientes que más consumen son de otras provincias como Chimborazo, Loja, sectores del Oriente y los migrantes azuayos que viven en el extranjero.

Antiguamente para realizar este trabajo se utilizaba un martillo y un yunque, sin embargo, el oficio ha evolucionado con el pasar del tiempo, hoy, con las nuevas tecnologías, se realizan obras más rápido y con menor esfuerzo.

Las herramientas más usadas en la actualidad son de diferentes tipos: sueldas, roladoras, cortadoras y dobladoras, pero a pesar de todo este adelanto, la hojalatería es una actividad que no puede tecnificarse completamente. Siempre estará presente la figura humana que da forma a los diferentes tipos de metales para convertirlos en figuras llenas de tradición, innovación y utilidad.

Otro aspecto que ha cambiado con el tiempo son los materiales. Antiguamente los hojalateros trabajaban en las latas, piezas delgadas de acero, que eran la base de sus obras, “en la actualidad trabajan con hierro fundido, aluminio, metales galvanizados, zinc, cobre y acero inoxidable, pero el oficio y la fuerza de voluntad persisten”, agrega Raúl Merchán.

Hay precios para todos los gustos y dependen del artículo a elaborar o reparar; por ejemplo, las cantarillas cuestan entre $ 15 y $ 20, dependiendo del material y los tamaños; los comederos para aves, $9; los platos para las balanzas van desde los $ 6 hasta los $ 12. En Navidad también realiza braseros para el incienso y tembladeras para las romerías que tienen una base de $ 5.

Otras de sus obras menos llamativas, como jarrones, floreros, agarraderas, cruces, baldes e incluso macetas decorativas son de las más vendidas debido al bajo costo y la facilidad de elaboración, otros de los productos que compran especialmente los extranjeros son los alambiques hechos en latón, bronce o acero.

Otro barrio tradicional que conservaba algo de esta herencia es El Vecino. Allí antiguamente eran 20 los artesanos que conformaban el gremio de hojalateros fundado en 1935, en la actualidad no existen artesanos hojalateros en el sector debido a que la mayoría de ellos se dedican a la confección de canales de agua y han dejado al Vado como el lugar que conserva este oficio.

Según Ana Abad Rodas autora del libro La Hojalatería: arte, oficio y realidad del Cidap, algunos objetos hechos de hojalata en el siglo XVIII y XIX como marcos para cuadros, floreros, candelabros, faroles, entre otros, aún se conservan en monasterios y conventos de Cuenca como los de las Conceptas, el Carmen, Todos Santos y el Cenáculo. (I)