Una puerta de madera, más grande de lo normal, separa lo que para muchos es el “mundo material con el espiritual”. Es la entrada al interior del claustro de las Madres del Carmen del Asunción, en Cuenca.

La Plaza de las Flores es la antesala del ingreso a este sitio. La gente avanza hasta cierto punto. Compra productos que elaboran las religiosas, colocan una vela en el altar que está al ingreso de la vivienda o hace pedidos por medio de un torno, donde se escucha con claridad las voces de las religiosas, pero no se puede ingresar más allá de estos espacios.

Una vez atravesada la puerta, el silencio es único. Solo el trinar de las aves y el sonar de las campanas interrumpen estos momentos de soledad y recogimiento.

Sor María Leonor del Espíritu Santo, una anciana religiosa de 84 años y Ana Graciela del Niño de Praga, esperan en el ingreso del convento. Sus rostros no están cubiertos como normalmente sucede, dejan ver su mirada de afecto.

Ana Graciela del Niño de Praga (izquierda) y Sor Leonor del Espíritu Santo viven por muchos años en el claustro del Carmen. Foto: Diego Cáceres / El Telégrafo

A pocos metros está el patio, donde una pileta de mármol adorna este espacio. La casa es de dos pisos, ahí están distribuidos los dormitorios, cuartos de estudios, comedor y talleres para sus labores, mientras que en la primera planta, un corredor matizado de plantas y flores oculta algunas de las salas de este lugar. Contadas personas particulares lo han visitado.

El monasterio del Carmen de la Asunción se fundó en 1682, con cuatro religiosas venidas desde la ciudad de Quito. Para su funcionamiento se destina un solar, con esquina a la Plaza Mayor, donado por el bachiller Pedro Hurtado de Tapia. A imitación de los claustros quiteños, el Monasterio del Carmen se construyó con un torno y un jardín.

Desde la época colonial, un gran tesoro cultural ha sido conservado por las carmelitas descalzas de este monasterio: esculturas, documentos, libros, pinturas murales.

El monasterio carmelitano fue fundado por las sobrinas de Santa Marianita de Jesús y se le dio el nombre de El Carmen de la Asunción, pues asumió desde entonces el oficio de mantenedor permanente de la devoción y culto a la Virgen María. “Nuestra vida es una entrega a Dios completamente”, comenta la religiosa Ana Graciela, quien explica que en el claustro viven 20 monjas. Según las normas del Vaticano, no pueden haber más religiosas en este espacio.

Las religiosas están en pie entre las 03:30 y 04:00 para hacer sus oraciones, luego dan instrucciones de la liturgia y posteriormente a realizar las tareas a ellas asignadas. “Siempre me gustó ser religiosa. Me ponía los manteles de la casa y me decía soy monjita”, recuerda la religiosa con una leve sonrisa. Ya lleva más de 40 años viviendo dentro de este convento.

En el Carmen de la Asunción actualmente hay una novicia de votos simples (en período de pruebas) y dos postulantes (que van a tomar los hábitos) de las 20 en total. Hasta este lugar han llegado jóvenes desde los 18 años para quedarse y tomar el juramento religioso de por vida.

Las religiosas enclaustradas reciben visitas solo tres veces al año y salen cuando deben ir al médico “o si uno de nuestros familiares enferman de gravedad o fallecen”, aclara la madre Ana Gabriela. Sor Leonor del Espíritu Santo en cambio es considerada una santa al interior de este claustro. (I)

Los cuartos de descanso de las religiosas se distribuyen junto al jardín del claustro que está situado en el Centro Histórico de la capital azuaya. Foto: Diego Cáceres / El Telégrafo