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El Telégrafo

LOS HINCHAS tienen un culpable a quien señalar por esta ‘demolición espiritual’: EL PRESIDENTE Florentino Pérez

El Real Madrid vive en un estado de debilidad desde hace una década

Cristiano Ronaldo ha mostrado su frustración durante los últimos partidos con el Real Madrid. Foto: AFP
Cristiano Ronaldo ha mostrado su frustración durante los últimos partidos con el Real Madrid. Foto: AFP
07 de diciembre de 2015 - 00:00 - Gorka Castillo. Correponsal en España

Los aficionados al fútbol siempre han considerado al Real Madrid un gran club asentado sobre los más firmes pilares del deporte. Una institución poderosa, seria y fiable con un modelo de juego basado en la armonía entre la calidad obligada de sus futbolistas y un arrollador espíritu competitivo.

Para sus rivales, sin embargo, el equipo merengue siempre ha sido el peor rival. Un gigante futbolístico al que solo se puede combatir al límite de las fuerzas pero sin odios ni rencores, por su grandeza en el campo de batalla. Era como esos generales enemigos de las novelas épicas a los que, una vez derrotados y hechos prisioneros, los vencedores hacían los honores invitándoles a tomar un whisky y a fumar un cigarro en su carpa de campaña.

Por todo ello no deja de extrañar el estado de debilidad casi permanente en el que vive el club blanco desde hace una década. La última mancha en su imponente hoja de servicios futbolística sucedió el miércoles pasado en Cádiz cuando alineó a un jugador sancionado que le ha costado la eliminación inmediata de la Copa del Rey, la segunda competición más importante de España. Una afrenta vergonzosa que no ha levantado la más mínima protesta en el colectivo general del fútbol hispano.     

Ni los más acérrimos madridistas se han atrevido a alzar la voz contra la sanción impuesta por un comportamiento deportivo más propio de un equipo de tercer nivel que del monarca del fútbol. La realidad indica que algo carcome las entrañas del Real Madrid desde que el Barcelona le arrebató el trono español y europeo hace ya algunos años.

Descabalgado del Olimpo, consciente de que su eterno rival es ahora la referencia absoluta del juego y también del éxito -24 títulos de los culés por 10 de los merengues desde 2005-, el equipo blanco ha acabado sufriendo una grave crisis de identidad y no encuentra la manera de salir de ella.  

El 0-4 que hace unas semanas le infringió el Barcelona ha terminado de sumirle en una profunda depresión institucional y deportiva. Que el aficionado merengue se torture cada día pensando que el dominio del Barça no tendrá fin ni siquiera cuando Messi se jubile parece hoy, en gran medida, una simple broma comparado con el monumental sonrojo que ha provocado la eliminación administrativa de la Copa entre su entendida afición. La gota que ha colmado el vaso de su paciencia.

Es como si hubieran visto reflejado en su inmaculado escudo el rostro maligno de un orco apropiándose del alma de un club bondadoso. La gran mayoría ya tiene un culpable a quien señalar por esta demolición espiritual que padece el equipo merengue: su presidente, el empresario Florentino Pérez, una de las cuatro mayores fortunas de España. Gobernado como un rentable negocio privado, el Real Madrid ha quedado desfigurado por completo. Se ha resquebrajado de grandeza, por megalómano, como si solo la vorágine consumista en la que se encuentra sumido fuera la manera de superar al Barcelona.

La crisis del Madrid se parece mucho a la de hace una década, cuando en noviembre el Barça de Ronaldinho ganó por 0-3 y Florentino echó a Luxemburgo en diciembre tras una visita del Getafe al Santiago Bernabéu.

Los veteranos socios madridistas se lamentan que esa mentalidad destructora de usar y tirar nunca formó parte de los valores que llevaron al club a ser calificado como el mejor equipo de fútbol del siglo XX.

Y es que, a diferencia de los millones de seguidores para quienes los fichajes estratosféricos de Florentino Pérez son objeto de la más seductora pasión, a sus socios históricos siempre les ha resultado un fabuloso espejismo. Un engaño. O tal vez, sin más, una colosal equivocación. “Porque el Real Madrid nunca ha sido eso. El Madrid siempre ha tenido tres o cuatro estrellas extranjeras, pero su fundamento espiritual lo han aportado toda la vida, como si llevaran sobre sus hombros y corazones el Arca de la Alianza, una serie de futbolistas españoles que tenían el escudo del club hundido con clavos en el pecho”, relata a EL TELÉGRAFO un veterano socio de los cientos que pueblan las calles de la capital de España. No le falta razón. Hace unos años, en Barcelona temían a ese equipo más que a Freddy Krueger en Elm Street.

No es de extrañar que en el estadio Santiago Bernabéu se hable hoy de sus legendarias figuras como de dioses ausentes. Con Di Stefano, Puskas, Gento o el mismo Vicente del Bosque en el campo no pasaría lo que hoy está sucediendo en el Real Madrid. Aquellos eran los generales que escribieron la historia. Todos jugaban para todos, como una máquina perfectamente engrasada capaz de arrasar a su rival en cualquier circunstancia y sin perder la compostura ni el fair-play.

Los jugadores de hoy representan lo contrario. Conforman una Babel futbolística que amenaza ruina y provoca sonrojo. Claro que ganarle 4-1 al Getafe es para ellos una obligación. “Faltaría menos”, añade con sorna el aficionado merengue. Que nadie se extrañe si el día menos pensado cientos de seguidores blancos organizan una invocación pagana a horas intempestivas para despertar de sus camas del más allá a sus genios mitológicos.   

Pero, aunque parezca ridículo, desde el último correctivo que recibió del Barça y la descalificación copera por su indolente comportamiento, cualquier cosa puede suceder en el Bernabéu. (I)

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