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Pulseras de hilo, una original bienvenida al llegar a Ecuador

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Quienes entran y salen por el Aeropuerto Internacional Mariscal Sucre, en la capital de Ecuador, hacen muchas veces un alto en el recorrido para observar el habilidoso trabajo manual de un joven que elabora pulseras personalizadas de hilo.

A sus 22 años, Sebastián Guandinango ya lleva más de 11 delante de un minitelar, que utiliza para sacar palabras a madejas de hilo y aportar así a la economía familiar.

Tranquilo y callado, el descendiente de indígena de Otavalo permanece en el centro de uno de los salones de la terminal aérea, en espera de que alguien repare en su arte y se acerque a llevar uno de sus brazaletes.

"Esto me lo enseñó mi papá. Desde que éramos niños veíamos y luego practicábamos mi hermana y yo", asegura Sebastián a Prensa Latina.

Comentó que desconoce el momento exacto en que aprendió y así mismo el tiempo que le llevó hacer su primera pulsera 'bien', pues desde pequeño estuvo muy vinculado al trabajo de su papá, con quien mantenía a la familia.

Y sin levantar la vista de su trabajo, explicó que su padre lo aprendió de generaciones anteriores, pues la labor forma parte de un legado y constituye por años una de las fuentes de alimentación e ingresos.

En su caso, se inició desde los 11 años porque "ya tocaba ayudar", precisó.

Sebastián no solo labora en su minitelar para complacer a todo el que se acerca en busca de grabar un nombre. También hace brazaletes a mano, los cuales pueden ser multicolores, monocromáticos, con corazones o incluso un atrapasueños en el centro.

Desde hace un año, él y su hermana tienen un pequeño puesto en la terminal aérea internacional, donde hay para escoger y muchos llegan en busca de un recuerdo hecho a mano, mientras otros solo merodean para curiosear y ver al artista en plena faena.

Sobre el misterio de su habilidad para hacer letras impecables responde: "no le podría explicar porque es cuestión de imaginación. Lo que pide el cliente uno se lo imagina y así lo plasma".

"Nos dedicamos a esto que por una parte mantenemos una tradición familiar y por otra sacamos provecho para ayudar a la economía. Me gusta lo que hago y en esto podría pasar la vida entera, como hizo mi padre y quienes vinieron antes que él", aseguró.

Dos minutos, máximo tres, le toma a ese joven confeccionar la obra en los colores que el cliente elija y mientras lo hace conversa, sonríe y vuelve a dejar sin habla a quienes lo observan, hacer de un manojo de hilos, una palabra. (I)

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