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El Telégrafo

Entre el canto coral y las obligaciones del día a día

Entre el canto coral y las obligaciones del día a día
15 de enero de 2012 - 00:00

Cuando Lucero Llanos tenía 15 años su vida se transformó. El 17 de enero de  2005 ingresó al ahora desaparecido coro de Cámara del Centro Ecuatoriano Norteamericano (CEN). Desde ese momento vivió tres intensos años entre los estudios secundarios, que cursaba y los ensayos corales, antes de decidir retirarse del canto.

Para Lucero esos tres años fueron “mágicos”. Viajó a Colombia junto con el coro, se identificó con muchos amantes de la música, hizo grandes amigos -que aún conserva-, adquirió conocimientos musicales y, sobre todo, desarrolló  valores y aptitudes que le han servido para su trabajo y estudios universitarios. La disciplina, concentración, responsabilidad y solidaridad fueron destrezas que esta joven de 22 años acrecentó durante su estadía en el coro; permanencia que se vio interrumpida cuando en 2011 ingresó a la universidad a estudiar periodismo.

“Retirarme del coro ha sido una de las decisiones más difíciles que he tenido que tomar, aún me duele y aún extraño poder cantar, pero lamentablemente mis horarios de la U no me permitían seguir y no quería convertirme en un lastre para la evolución del coro”, cuenta mientras rememora que un anuncio en el periódico la llevó a audicionar para formar parte del grupo musical.

Una situación parecida vivió Mónica Santacruz, quien en varias ocasiones se ausentó de este círculo que “no ofrece una remuneración económica, pero la satisfacción es tan grande que supera al dinero”. Estudió piano en el conservatorio y cuando decidió ser abogada se desvinculó por seis años de la música. Su regreso al mundo de las voces afinadas lo hizo de la mano del coro de la Universidad de Guayaquil, que en ese entonces estaba dirigido por el maestro Enrique Gil.

Paralelamente Mónica trabajaba en un consultorio jurídico, pero la pasión por el canto fue más fuerte y luego de siete años de combinar su profesión académica con su pasión artística decidió vivir de lo que ama. “Me dediqué a dar clases de música en un jardín de infantes y me entregué por completo al coro. Lo que más me gusta es cantar y a pesar de ser abogada, me gusta, sentía un vacío”.

Ella tiene tres hijos y asegura que el apoyo de ellos y de su esposo es fundamental para poder continuar en la aventura que significa vivir de lo que ama. Su hijo  mayor, Diego, de 21 años, siguió los pasos de su madre, pero tuvo que retirarse por continuar sus estudios universitarios.

Mónica asegura que “las personas que aman el coro y se van, siempre vuelven, no importa cuanto tiempo haya pasado. Es una necesidad formar parte de esa familia”.

En diciembre del año pasado Mónica junto con tres artistas más, el percusionista Jorge Vega, la balarina Elizabeth Jaramillo y el pianista Roberto Zurita, viajaron a Nepal - en el Himalaya- para participar en el festival que se celebró por el año del turismo en el país asiático.

La actividad coral en el país generalmente es una labor no remunerada económicamente y sus integrantes suelen ser -en su mayoría- empíricos, aficionados por el canto.

En Guayaquil, los coros son amateurs, los miembros adquieren conocimientos musicales de los directores que sí cuentan con preparación académica, especialmente en la antigua URSS.

Julio Álvarez, director del coro de la Prefectura, comenta que en la ciudad no hay cantantes que hayan cursado una carrera de estudios superiores de canto para que pueda haber un coro profesional y que los integrantes reciban un sueldo como en las grandes ciudades.

15-1-12-cultura-coroDebido a esto el compromiso es esencial dentro de una agrupación de esta naturaleza. Los horarios de ensayo suelen ser tres veces a la semana, dos o tres horas en la noche, dependiendo del coro, con la finalidad de no interrumpir, en la medida de lo posible, las labores diarias de los integrantes.

Cuando se avecina una presentación los ensayos se intensifican y la rigurosidad en la asistencia aumenta. La mayor de las retribuciones, además de los aplausos y admiración del público, es los viajes a otros países del mundo que muchos de los coros emprenden anualmente.

“En el coro se viaja todos los años a algún lado para representar al país en festivales e intercambios culturales. Además de conocer países, nos enriquecemos con su cultura y hemos forjado grandes amistades e intercambiado conocimientos”, cuenta Mónica, quien gracias a la actividad coral ha visitado varias veces Argentina, Colombia, Perú y  Venezuela.

El corista César Bejar Ayala cuenta como lleva 45, de sus 63 años, en el mundo coral. Inició cuando tenía 18 y desde ahí ha permanecido haciendo lo que él denomina su mayor hobby. Actualmente está jubilado y tiene tiempo disponible para dedicárselo por completo a la música, pero no siempre fue así. César trabajó en una empresa de ventas de productos de banano y dividió su tiempo entre las actividades laborales y el coro. “Hubo muchas ocasiones en las que no pude ir a ensayar, porque mi trabajo lo impedía, pero yo creo que siempre que uno quiere algo         busca la forma de hacerlo. Es la pasión lo que te impulsa a seguir”.

Durante unos años Bejar tuvo que ausentarse de la actividad coral. Pasó de vender productos de banano a supervisor de puerto en la Corporación Noboa, y el poco tiempo libre que le dedicaba al coro fue absorbido por la responsabilidad que demandaba su trabajo. Luego, cuando se jubiló volvió. Retomó las noches de canto y cofradía y está disfrutando del placer de cantar, de poder ser parte de un todo.

Lucero, Mónica y César concuerdan con muchas cosas en torno a lo que significa ser corista. El sacrificio no está dentro de su lista, ya que cantar les devuelve la vida y aseguran que con el transcurso de los años el coro se convierte en una familia.

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