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De cuando la historia ya conocida se vuelve oficial

De cuando la historia ya conocida se vuelve oficial
25 de junio de 2013 - 00:00

El ex agente de la Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos (NSA), Edward Snowden, ha puesto el dedo en la llaga al revelar algo que ya antes había sido advertido, pero que no tenía un respaldo oficial: Estados Unidos nos vigila. Quién sabe qué otros gobiernos también.

La desclasificación de documentos secretos de instituciones de investigación e inteligencia del gobierno de Estados Unidos en ocasiones no hace más que convertir en oficial aquello que ya se sabía, o se presentía, o se elucubraba.

Además de la información que se ha filtrado a través de WikiLeaks y ahora de Snowden, las acciones de instituciones como la CIA, la NASA y el FBI se ponen al descubierto por sí mismas, mucho tiempo después.

Estas oficinas publican sus documentos secretos luego de distintos rangos de periodos de desclasificación que pueden llegar a ser más de 30 años.

A pocos días de que se revelara que el FBI investigaba al escritor mexicano Carlos Fuentes y ordenó que le retrasaran su petición de visa en más de una ocasión por considerarlo un “destacado escritor comunista”, la esposa del fallecido autor, eterno candidato al Nobel de Literatura, ha dicho que él “sabía que era investigado por el FBI”.  

La revelación sobre la vigilancia a Fuentes evidenció algo sobre lo que ya se había escrito: la injerencia estadounidense en la Latinoamérica del Boom literario contemplaba una agenda que posaba sus ojos sobre la cultura. Hacía falta el eslabón oficial que lo confirmara. Son varios, y de envergadura, los autores que, por sus ideologías, fueron señalados, y otros, los que fueron bienvenidos.

García Márquez le dedicó a Fidel Castro un capítulo entero de Cuando era feliz e indocumentado (1973), compilación de artículos periodísticos y reportajes de Gabo entre 1957 y 1959, un periodo en que se complicó su estancia en Nueva York, donde era corresponsal de la agencia de noticias cubana Prensa Latina. Fue entonces cuando migró a México.

Ya habían pasado 6 años de la publicación de Cien años de soledad, y si bien dos años parece un lapso corto, García Márquez escogió contar hechos que resumen la política del siglo XX en América Latina: Las dictaduras militares y el intervencionismo en una región que no había acabado de sentar las bases de su democracia.

Mi hermano Fidel -como se titula ese capítulo- iniciaba su narración hablando de la presencia de Castro en una cumbre internacional de líderes estudiantiles latinoamericanos en Colombia, que coincidió con el Bogotazo, hito político en la historia colombiana del Siglo XX.

Ese fue el día en que asesinaron al influyente político Jorge Eliécer Gaitán, en 1947, el candidato favorito para ganar la presidencia de la república en las siguientes elecciones. Aquel 9 de abril, Gaitán tenía agendadas sendas reuniones con Fidel y con Rómulo Betancourt, que llegaría a ser dos veces presidente de Venezuela.

Pero García Márquez tuvo una incidencia aún mayor en esa resistencia de los escritores a los marines y la inteligencia estadounidense en el subcontinente.

La estrategia era acercarse a los intelectuales de la izquierda no comunistaEn 1974, Gabo publicó Chile, el golpe y los gringos, donde hablaba de la Operación Camelot, un sondeo en todos los estratos de la sociedad chilena que EE.UU. había iniciado en ese país porque “Chile iba a ser la segunda república socialista del continente después de Cuba”.

El escritor colombiano afirmaba que años antes de las elecciones de 1969 -en las que se proclamaría como ganador el socialista Salvador Allende- hablar de qué pasaría si vencía el candidato de izquierdas era como una pregunta capciosa: Sabían que Allende iba a ser.

Dentro del proceso político que encabezaba Allende sobresalía la figura de Pablo Neruda, poeta chileno Nobel de Literatura  en 1971. En torno a la figura de Pablo Neruda, el periodista chileno Ernesto Carmona, realizó una investigación para el Centro de Estudios Miguel Enríquez (CEME).

Publicada en 2005, la investigación asegura que el premio Nobel de Literatura le iba a ser concedido a Neruda en 1964, pero que la entrega fue postergada 7 años por maniobras desde la CIA (Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos).

Así, Carmona citaba al libro La guerra fría cultural, de la investigadora británica Frances Stonor Saunder, donde se configuraba un panorama intelectual que intentaba ser captado por el Congreso por la Libertad de la Cultura (CLC), concebida por la CIA   como “su fachada para el mundo intelectual”.

DATOS

Cuando era feliz e indocumentado (1971) narra historias de cuando García Márquez era corresponsal en Venezuela, Nueva York y sus primeros momentos en México.

Pablo Neruda
iba a recibir el premio Nobel de Literatura en 1964, según el periodista chileno Ernesto Carmona, que afirma que fue retrasado hasta 1971 por maniobras de la CLC (oficina adscrita en secreto a la CIA).

Ángel Rama
advertía preocupado en una carta que Emir Rodríguez Monegal, director de la revista Mundo Nuevo (financiada por el CLC), viajaba por América Latina pagado por EE.UU. buscando simpatizar con intelectuales de izquierda no comunistas
Carmona, que es el Secretario Ejecutivo de la Comisión Investigadora de Atentados a Periodistas (Ciap) de la Federación Latinoamericana de Periodistas (Felap), dice en su texto lo siguiente: “La operación Neruda estuvo a cargo de John Hunt y Keith Botsford, los agentes más activos de la fachada cultural en América del Sur. Por estos años, los vínculos secretos entre la CIA y el CLC todavía eran ignorados por el grueso de los intelectuales. Hoy, la CIA prefiere actuar en descubierto”.

Una cincuentena de revistas culturales fueron financiadas por la CIA y distribuidas en distintas partes del mundo en la década de los 60. En Confluences, una de esas, figuraba un texto de desprestigio contra Neruda, escrito por el intelectual de derechas René Tavernier, que acusaba al chileno de usar su poesía como un instrumento de propaganda.

Pero las acciones del CLC eran varias, según estos estudios. En Latinoamérica, mientras Neruda era difamado, la CIA trabajaba para seducir a otros autores.

La argentina María Eugenia Mudrovcic publicó en 1997 Mundo Nuevo. Cultura y guerra fría en la década del 60. El libro, como indica su título, ahonda en la influencia de Mundo Nuevo, una revista surgida  para crearle contrapeso a publicaciones de izquierda como Siempre y Casa de las Américas.

Mundo Nuevo, según Mudrovcic, también era financiada por el CLC, y dirigida por el uruguayo Emir Rodríguez Monegal, figura clave del lado de la CIA para lograr ese contrapeso que se siente hasta hoy. La estrategia, afirma Mudrovcic, era acercarse a los intelectuales de la izquierda no comunista.

Rodríguez Monegal hablaba de manera profética, de la primera edición del premio literario venezolano Rómulo Gallegos en una carta enviada a inicios de 1967 al periodista peruano Jorge Luis Recavarren.

Ahí, Rodríguez Monegal vaticinaba la elección de Mario Vargas Llosa como el ganador de aquella primera edición de un premio que es visto por Mudrovcic y por el periodista cubano Iroel Sánchez como “organizado por el gobierno pronorteamericano” que llevaba Raúl Leoni en Venezuela.

Vargas Llosa, ahora conferencista pro libre mercado y Nobel de Literatura, quien en sus inicios era militante de izquierda, se dejó seducir, según Carmona, por Mundo Nuevo, igual que Carlos Fuentes. “Es breve la lista de los intelectuales que no se dejaron engatusar”, escribe Carmona. Se refiere a Julio Cortázar y a los uruguayos Mario Benedetti y Ángel Rama.

Y un poco más abajo cita una carta de Rama en que advierte que Rodríguez Monegal “ha viajado por toda América, con todos los gastos pagos por los estadounidenses, para conseguir colaboraciones dirigiéndose sobre todo a la izquierda no comunista, desde Carlitos Fuentes hasta Mario Benedetti y me temo, por lo que Mario me ha contado, que en algunos casos ha tenido éxito”.

Así era como se fraguaba, en la convulsa América Latina, la injerencia en el mundo de la cultura.

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