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El Telégrafo

No es fácil ser cucurucho (Galería)

No es fácil ser cucurucho (Galería)
29 de marzo de 2015 - 00:00 - Andrea Rodríguez Burbano

La penitencia no empieza el día de la procesión, sino varias semanas antes, con una preparación que no está libre de sacrificios. “Todo en la vida es sacrificio y hay que saber asumirlo”, sentencia el padre Jorge González, como si estuviera dando un sermón.

Este padre franciscano, director del Colegio San Andrés, cuenta que cada vez que se aproxima la Semana Santa organiza los cursos preparatorios para quienes deciden ceñirse el traje de cucurucho durante esta peregrinación. La mayoría de los aspirantes trabajan y tienen hijos que atender, pero aun así se dan modos para asistir a estos encuentros espirituales que —según González— propician la reflexión sobre la relación con Dios y el compromiso para asumir una vida apegada a sus mandamientos.

Antes de responder a este llamado divino, los futuros cucuruchos tienen que acogerse primero a los mandatos terrenales, aquellos que son establecidos a rajatabla por los hermanos franciscanos, quienes desde hace más de 5 décadas, organizan esta procesión en la que cada año participan miles de devotos. Este deseo de conversión —según González— se hace palpable cuando las personas interesadas asisten puntualmente a las charlas que dictan los franciscanos todos los sábados, sin excepción, durante el período de Cuaresma, 46 días, desde el Miércoles de Ceniza hasta la víspera del Domingo de Resurrección. “Si realmente están gustosos de seguir al Señor, tienen que sacrificar un poco de tiempo el fin de semana”, acota el sacerdote.

Quienes deciden seguir el camino trazado por los hermanos franciscanos tienen que dejar a un lado otras actividades para asistir a los encuentros y comprometerse a concurrir Lunes, Martes y Miércoles Santo al retiro espiritual o convivencia que dura una hora o más y que tiene lugar en la Iglesia de la Hermanas Clarisas en Quito, un escenario propicio para el recogimiento. Los hermanos franciscanos nunca toman lista, pero saben exactamente quién está y quién no, y tienen una memoria prodigiosa. Muchas personas están dispuestas a seguir, al pie de la letra, estas ‘reglas’, pero otras se desencantan en el camino.

A pesar de las deserciones, hay muchas personas que sueñan con participar como cucuruchos. Este año, los franciscanos disponen de 1.000 trajes, según lo afirma el padre González, quien advierte que se desecharán alrededor de 60 vestimentas, porque ya están desgastadas y desteñidas de tanto usarlas. Esta indumentaria —considerada una señal de penitencia y arrepentimiento— es confeccionada por personas voluntarias y por un grupo de Hermanas Clarisas, cuya habilidad en la confección está más que probada. Según el hermano Jorge González, el traje que los cucuruchos utilizan en Quito tiene una larga trayectoria.

Su origen se remonta a los primeros trajes de peregrinos utilizados en Europa, hacia el siglo IX, cuando recorrían los lugares sagrados del centro europeo y cuando visitaban los lugares santos de Medio Oriente. Esta indumentaria también está muy ligada a la vestimenta penitencial que se utilizaba en conventos y abadías, en particular, entre los monjes cluniacienses y benedictinos, pero el traje peregrino fue establecido por la orden franciscana a partir del siglo XII, con las ordenanzas de San Francisco de Asís.

Además, la primera noticia de los trajes de penitentes es la mención que se hizo en la procesión del Cristo Nazareno en 1596, hoy conocida como procesión de Jesús del Gran Poder, que nació hace 45 años. Los hombres, en este caso, van vestidos con una túnica morada, que les cubre todo el cuerpo y un bonete alto, al estilo de un cono para cubrir sus rostros, al típico estilo de un penitente. Para ceñirse el traje de cucurucho también es necesario cumplir ciertos requisitos impuestos por los franciscanos.

Los jóvenes menores de edad y las personas que sobrepasan los 65 años no pueden participar, porque se asume que ellos no están en condiciones de someterse a la penitencia ni soportar la larga caminata que se realiza por las calles del Centro Histórico de la capital. Para el padre Jorge González, tampoco está permitido el uso de cadenas ni otros objetos durante la procesión. “No se trata de demostrar que estamos realizando un sacrificio para que los otros lo vean, sino de asumir la penitencia de manera anónima y personal”.

Sobre este tema —insiste— hay mucho de qué hablar, porque de lo que se trata es de reflexionar sobre la vida que llevamos. Hay muchas personas que participan durante varias décadas en este acto religioso. A veces como cucuruchos y otras como voluntarios.

Patricio Gallardo integra este grupo de voluntarios que se encargan de arreglar las andas y de preparar la logística para que la procesión sea sin tropiezos. Desde hace más 20 años cumple con esta tarea, sin inmutarse. “Lo que me mueve es la fe. El agradecimiento a un Dios tan bueno que nos dio la vida”, dice.

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