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El Telégrafo

José Tonello dejó Italia para contribuir al progreso de Salinas

José Tonello dejó Italia para contribuir al progreso de Salinas
12 de julio de 2015 - 00:00 - Andrea Rodríguez Burbano

Ser misionero no es una opción, sino un mandato. De eso está convencido el italiano José Tonello, quien dejó su tierra natal para trabajar en un país, cuyo nombre apenas había escuchado.

Después de cruzar el océano en barco llegó a Guayaquil, donde lo recibió el padre Antonio Polo, párroco de la comunidad de Salinas, en la provincia de Bolívar. Al llegar, el calor era sofocante, pero José, Giuseppe como lo llamaban en Italia, no se quejó. En su país, tienen las 4 estaciones y él estaba acostumbrado a las temperaturas extremas.

Después de llegar a esta ciudad viajó en bus hacia la Sierra. En el trayecto se quedó perplejo al ver las plantaciones de banano y café, porque en Europa no crecen.

Cuando llegó al país, en 1970, formaba parte de la orden de los salesianos.

Era seminarista y su vocación por el servicio y el amor al prójimo eran tan fuertes que nunca dudó en dejar a sus padres y hermanos, quienes vivían en un pueblito cerca de Venecia, para trabajar en América Latina.

Al llegar tenía 24 años y decidió continuar con sus estudios de Teología y Filosofía con los salesianos, pero no los finalizó, porque, como él dice, Dios le puso en su camino a Teresa Cabrera, una joven quiteña con la que finalmente se casó. Fue un amor a primera vista que dura hasta hoy. “Yo descubrí otra manera de ser fiel a Dios”, dice convencido.

A Teresa la conoció en la provincia de Bolívar, donde ella también trabajaba como voluntaria. Ambos compartían el gusto por servir a los demás.

Aunque no continuó con sus estudios, José nunca dejó de lado su interés por trabajar por los menos favorecidos. Antes de viajar a Bolívar estuvo en la Amazonía, donde permaneció cerca de 3 meses en la misión salesiana Yaupi. En ese período colaboró en la construcción de una pista pequeña para avionetas. “En ese tiempo la sede de la misión se estaba trasladando muy cerca de la pista, así que esta construcción era necesaria”, explica José, quien recuerda que sus primeros días en la región amazónica fueron difíciles. En una ocasión, recorrió a pie gran parte de la cordillera del Cutucú. Fueron 3 días de una aventura que difícilmente olvidará. “Crucé ríos y el agua me llegaba hasta el pecho. Al principio pensé que era sencillo, pero conforme avanzaba, perdía las fuerzas en las piernas”. Como no conocía la selva, no tenía ningún cuidado al caminar; a veces sus manos se lastimaban porque se sujetaba de plantas llenas de espinas. Cuando no eran las espinas, lo picaban las hormigas.

En una ocasión, puso los pies sobre las raíces de un árbol que creyó firmes y se resbaló. Su acompañante, un guía shuar, siempre lo alentaba a seguir el camino. “Mi guía shuar nunca se ensució, a él no le pasaba nada. Ni se inmutaba. Creó que se divirtió mucho conmigo, porque sentía que yo no pertenecía a ese lugar. Tenía miedo de todo. En la noche, dormíamos al aire libre y si sonaba una rama, yo creía que era un tigre o una culebra”.

Poco tiempo después de cumplir con su labor en la Amazonía, se trasladó a la provincia de Bolívar, allí lo esperaban los voluntarios de la Operación Matogrosso, una organización no gubernamental, fundada por un sacerdote italiano, que aglutina a jóvenes voluntarios que desarrollan actividades de lucha contra la pobreza en Brasil, Bolivia, Ecuador y Perú, a través de proyectos vinculados a la educación, formación para el trabajo, salud, vivienda, electrificación rural, promoción de microempresarios, entre otras tareas. Su objetivo era llegar a Salinas, una localidad situada en la zona nororiental de la ciudad de Guaranda, en Ecuador, a una altitud cercana a los 3.600 metros.

Cuando llegó se sobrecogió con las condiciones de extrema pobreza en las que vivían sus pobladores.

Había mucha mortalidad infantil y poca gente había terminado la escuela; no sabían leer ni escribir. Tampoco había jóvenes, porque la mayoría se había marchado a la Costa para trabajar en las cosechas de café o cacao.

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En Salinas no había perspectivas de trabajo. A principios de los setenta tampoco contaba con los servicios básicos: sus pobladores no tenían luz, agua potable, ni carreteras en buen estado.

En lugar de desanimarse, José se puso a órdenes de los voluntarios y del padre Antonio Polo para comenzar a trabajar.

Primero colaboró en construcción de la casa comunal y la instalación del sistema de agua potable.

Pocos meses después acogió la propuesta del entonces obispo de Guaranda, el chileno Cándido Rada, para crear una Cooperativa de Ahorro y Crédito que permitiera a los habitantes de Salinas emprender proyectos familiares.

La primera quesería que se abrió, gracias a estos fondos, tenía 180 litros de leche. “Era la leche de todo el pueblo. Este rato hay 10 mil litros, eso es el verdadero desarrollo”.

José —a quien muchos llaman ‘Bepi’— dice que la gente confió en esta propuesta y comenzó a ahorrar y a acceder a créditos para poner en marcha sus ideas. Después de la quesería surgió la hilandería, la fábrica de chocolates y las artesanías.

Con el tiempo, Salinas se convirtió en uno de los pueblos más prósperos del país y, según Tonello, un modelo de desarrollo para América Latina.

En Salinas permaneció cerca de 4 años. Sus pobladores se encariñaron con él. Algunos todavía lo llaman “padre”, aunque ya esté casado hace mucho tiempo.

La gente más cercana lo invita a comer y él nunca rechaza una invitación. Como saben que es italiano, algunas familias se esmeran y le preparan espagueti o pastas, pero él prefiere la comida típica de Ecuador, como un buen caldo de pollo. “En mi país, son expertos en preparar pastas, nadie los puede igualar. Así que yo les digo que mejor me inviten a comer algo bien ecuatoriano y que no compitan con los italianos”.

Aunque pudo permanecer en Salinas mucho tiempo más, apoyando a sus pobladores, recibió la propuesta de replicar la experiencia de Salinas en el Fondo Ecuatoriano Populorum Progressio (FEPP).

Esta es una organización que nació hace más de 40 años como fondo de crédito para comunidades pobres en las regiones más remotas del país. Fue una propuesta que ‘Bepi’ aceptó sin titubear, porque aunque adquiría nuevas responsabilidades, podía mantenerse cerca de lo que ocurría en Salinas y seguir apoyando los emprendimientos. Mientras hace un repaso por los proyectos que el FEEP ha apoyado, comenta que Ecuador tiene mucha riqueza.

“Italia es mucho más pobre que este país, pero la gente vive mejor. Aquí hay un montón de recursos que aún no son bien utilizados. Aquí hay muchas injusticias todavía”. Cuando estuvo en Zumbahua, en la provincia de Cotopaxi, impulsando otros proyectos comunitarios, conoció a Rafael Correa. “Lo recuerdo como un hombre sacrificado y decicido. Vivir en Zumbahua no era nada fácil, no es como vivir en el Valle de Los Chillos o de Cumbayá”. Su amistad con Correa nunca se perdió, por el contrario, creció con los años. Aunque Tonello dedica la mayor parte de su tiempo al FEEP, también cumple con otras actividades. Este italiano integró la comisión para investigar el conflicto entre pueblos Waorani y Taromenane, creada por el Gobierno. Aunque se radicó en Ecuador, ha viajado a Italia para visitar a sus hermanos. Cuando habla de sus padres, no puede evitar mostrar sus fotos, las guarda en su billetera, como un tesoro. Cuando visita su tierra natal también se pone en contacto con organizaciones italianas interesadas en conocer el caso de Salinas. “Cuando conocen esta localidad se impresionan con su gente, como yo”.

Misionero:

José Tonello viene de una familia numerosa. Son 6 hermanos; todos viven en Italia. Un hermano falleció.

Viaja con frecuencia a Salinas de Bolívar para apoyar los proyectos de las comunidades.

José Tonello asegura que la sociedad no se transforma con el asistencialismo, sino con cambios estructurales profundos.

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