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Una misa protagonizada por varios ladridos y un maullido

Una misa protagonizada por varios ladridos y un maullido
21 de agosto de 2012 - 00:00

“Guau, au, au, au...”. Un ladrido con un eco que parecía eterno se escuchaba a lo largo de la nave central de la Catedral Metropolitana... A eso de las 14:20, las bancas de la iglesia lucían desocupadas.

Sin embargo, en una de las últimas hileras de asientos, cerca de la puerta, estaba Gabriel Pérez junto a su familia y “Negus”, una gran perra negra sin pedigrí -cruza de cocker y otras razas- que aparentaba más edad que los 6 meses que tiene de vida.  

“Shhht, shhht”, le decía Gabriel, mientras le agarraba el lomo. “Así enseña el encantador de perros, pero no me hace caso”, señalaba, mientras todos reían.     

Ellos fueron los primeros asistentes a la misa de bendición de las mascotas que se celebró en la ciudad por quinto año consecutivo. Como en ocasiones anteriores, esta vez se realizó el tercer domingo de agosto, una fecha en la que las organizaciones de animales recuerdan el Día del Animal Callejero.

Perros en brazos como bebés recién nacidos, perros de cartera con graciosos vestidos de encajes, lazos y zapatos, o con camisetas de Barcelona o Emelec, así como también grandísimos y corpulentos canes fueron parte de esta ceremonia religiosa atípica.           

“Los animales también son hijos de Dios y merecen su bendición, por eso los hemos traído a la iglesia”, decía Leonor Pesántez, moradora de la ciudadela Alborada, quien acudió a la Catedral con “Lissy”, de 3 años, y varios de sus vecinos y sus animales, quienes ya habían acudido a la ceremonia en años anteriores. 

“Para mí esto es raro, nunca en la vida imaginé que los perros vinieran a misa, pero bueno, ellos también son parte de la creación y me da mucho gusto. El Padre incluso hizo la invitación la semana pasada... me costaba creerlo”, cuenta Odalia Cruz, de 60 años, quien acudió con “Fiona”, su pug de 3 años.

“Está mojada porque la niña se bañó y se perfumó antes de venir a la iglesia;  ella es una princesa”, decía Odalia mientras le hacía mimos, gesto al que su mascota respondía enroscando el rabo.   

Pero también llegaron varias mascotas afectadas con algún tipo de discapacidad por enfermedad o vejez, como era el caso de “Mimí”, una gata mestiza que no tiene más de un año, y quien fue la única minina que acudió a la liturgia. 

“Yo la recogí luego de que unos perros grandes la  atacaran, por eso ahora no puede caminar. La traje para pedir por su salud y recuperación”, contaba Cesar Pérez, de 19 años, quien trasladaba a “Mimí” en un pequeño bolso azul. Él, por propia iniciativa, construyó una pequeña silla de ruedas a base de tubos plásticos para que la gata pudiera movilizarse por su  cuenta.

También estaba “Pinky”, una french poodle de 16 años, totalmente ciega y con una fuerte discapacidad motriz que le obligaba a permanecer en los brazos de su ama.

“Muchos de sus dueños no vienen nunca a la misa, y ahora por ustedes han venido. Es de esta forma que los animales consiguen acercar a los humanos a Dios...”, decía como parte del sermón el padre Rómulo Aguilar, quien también se dirigió durante una parte de la ceremonia a las mascotas.     

“Debemos agradecer a Dios por ese animalito que nos ayuda a abrir el corazón, a ser más tiernos”, decía el sacerdote como continuación de su prédica.      

Los ladridos intensos no cesaron durante toda la ceremonia. Ladridos que a ratos se mezclaban con los cánticos de la iglesia, entre otras incidencias como caninos que se soltaban de sus correas y salían a toda carrera por las puertas del templo, con sus dueños detrás.

El olor a perro también se hizo presente en el ambiente y en el momento de la paz muchos dueños y amigos no dudaron en estrechar patas y repartir besos también a los canes.      

Antes del final de la ceremonia religiosa vino la bendición exclusiva para los animales. “Te pido, Señor,  los alivies de sus dolores y que vivan según tus deseos”, dijo el padre Rómulo, mientras descendía del altar junto con otros sacerdotes con el acetre y el hisopo para esparcir agua bendita a los asistentes, humanos y animales.

A su paso, los dueños acercaban a sus mascotas, las cuales entrecerraban los ojos mientras recibían la bendición en sus peludas frentes. El sacerdote, entusiasta durante toda la ceremonia, los despidió con un emotivo aplauso.

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