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El Telégrafo
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La talabartería montuvia lucha por mantenerse en Daule

El portovejense Luis Quiroz Bazurto arregla los sombreros en su almacén “San Luis”. Estos productos son confeccionados en Montecristi y se pueden adquirir desde $ 7 hasta $80, dependiendo de la calidad.
El portovejense Luis Quiroz Bazurto arregla los sombreros en su almacén “San Luis”. Estos productos son confeccionados en Montecristi y se pueden adquirir desde $ 7 hasta $80, dependiendo de la calidad.
Foto: Karly Torres / EL TELÉGRAFO
11 de junio de 2018 - 00:00 - Redacción Intercultural

Cabalgaduras, sillas de montar, riendas,  estribos,  cabestros  y ornamentaciones  cuelgan en la talabartería San Luis, ubicada en el centro de Daule. Este, junto al almacén “El Manaba”, son las dos últimas distribuidoras de esta tradición montuvia que quedan en este cantón.

El portovejense Luis Quiroz Bazurto relata con nostalgia que lleva 47 años en este local. Inició a los 18 años con una carreta con la que recorría varias zonas del Guayas, hasta que finalmente conoció a su esposa en este rincón del país así que decidió quedarse.

“Llegué en la época de oro; cuando aunque las pecheras y los estribos de los caballos no eran tan elaborados, tenían mucha demanda. Ahora  hay más diseños, pero no hay salida del producto. Todo cambió después de que el sucre desapareció (exmoneda local)”, especifica.

Con dos hijos que están por terminar la carrera de Ingeniería Agrónoma, Quiroz aún guarda la esperanza de que uno siga con esta tradición, aunque es realista de la escasa probabilidad.

“Con el paso de los años llegó la tecnología, los autos, las motos y la verdad es que casi ya no hay caballos. Así que este trabajo se realiza más por mantener vivas las raíces y tradiciones de nuestro pueblo que por dinero”, acota.

El cambio del negocio

Estuardo Moreira baja una pechera de su talabartería ubicada  en el centro de Daule. Leva 33 años en el local “El Manaba” donde también funciona la distribuidora de plásticos y juguetes “Moreira“. Foto: Karly Torres / et

Estuardo Moreira, portovejense dueño de “El Manaba”, coincide con Quiroz.

“Hace 25 años yo no tenía ni tiempo para atender a una entrevista, la demanda era tan grande que el día apenas alcanzaba para entregar a tiempo las obras. Algunos artesanos incumplíamos y hasta nos dábamos el lujo de perder clientes, pero ahora hay pocos compradores”, agrega.

Para Moreira, quien lleva 33 años en la talabartería y 15 años más en la artesanía, mantener esta tradición le ha costado ingenio ya que le tocó reducir su local para solventar sus gastos.

“Este sitio era inmenso, ahora dividí en dos: la talabartería está en medio de la distribuidora de plásticos  con la que sobrevive el negocio”, manifiesta.

Pero para Moreira esta forma de vida no solo es un negocio, es una tradición familiar que adquirió de su padre y él mismo les inculcó a sus cuatro hermanos.

“De niño acompañé a mi padre a distribuir materiales en cuero para caballos, pero a los siete años decidí aprender en uno de los talleres donde compraba la mercadería para así manufacturar mi propiocuero (cinturones, rastras, fundas para cuchillos o vainas, correas)”, explica.

Moreira, posteriormente  estudió y se calificó como artesano para poder satisfacer el mercado que según él hasta el 2005 contó con muchísima demanda.

“En los buenos tiempos no nos alcanzábamos, teníamos miles de pedidos así que motivé a mis hermanos a dejar Manabí para que vengan a aprender más del negocio familiar y después todos montaron su propia talabartería”.

Naranjal, Babahoyo, Milagro , Santa Lucía, Vinces, son las ciudades a las que migraron sus hermanos. No obstante, tanto su hermana, de Naranjal, como su hermano de Santa Lucía desistieron y no aguantaron la caída de las ventas y ahora se dedican a la distribución de arroz.

A diferencia de Quiroz, Moreira está resignado que con él muere la tradición ya que su hija ya es doctora y su hijo está por concluir su carrera de economista.

“La talabartería me dio mucho, pero ya no hay muchos caballos, ya la moto remplazó el animal”.

Una última esperanza

Quiroz recuerda que las primeras monturas eran bastante incómodas para los estándares actuales y siente orgullo de ver cómo evolucionó, así que ahora mantiene vivas las esperanzas de que el negocio pueda resurgir.

“Ya la moto reemplazó al caballo, pero aún quedan los desfiles tradicionales y las festividades para nosotros. Aún nos buscan, claro que son como tres veces al año, pero creo que en algún momento todo resurgirá” indica.

Para Quiroz la creatividad del artesano es manifestada en la talabartería, ya que cada pieza les permite plasmar obras artísticas en las innumerables transformaciones que dan a la piel del vacuno, en la que transmiten no solo ideas, sino una cultura y tradición que lucha por no desaparecer.

“Los maestros siguen creando objetos útiles y duraderos háblese de un monedero, pechera o sombrero, todo es pericia y arte, la manera artesanal de trabajar el cuero del talabartero no tiene grandes cambios con el tiempo y su existencia será justificada por la necesidad de los pueblos montuvios de mantener en vigencia sus tradiciones”, especifica. (I)

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