Publicidad

Ecuador, 28 de Marzo de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Comparte

Adolescentes en reclusión, voces detrás de las máscaras

Adolescentes en reclusión, voces detrás de las máscaras
13 de enero de 2013 - 00:00

Cerca de 100 adolescentes y jóvenes se amontonan tras las rejas de sus pabellones, la gran mayoría no viste camiseta y un “perreo” suena en alto volumen por todo el lugar  sin saber de dónde procede.

“¿Para qué voy a estar sentado en clases? ¿Para rascarme la panza?”, suelta Andrés (nombre protegido). Ese comentario choca un poco con el ambiente que lo rodea. Él es uno de los adolescentes recluidos en el Centro de Atención a Adolescentes en Conflicto con la Ley-Masculino, más conocido como Correccional de Menores de la Dirección Nacional de Policía Especializada para Niños, Niñas y Adolescentes (Dinapen).

Jorge Jaén, encargado del taller de arte contemporáneo organizado por el Ministerio de Cultura, indica que está dirigido a reos de entre 15 y 18 años.

El artista, al llegar, guarda su celular, pues está prohibido el ingreso y el uso de los teléfonos en el interior. Va en busca de los talleristas. El primer grupo, de aproximadamente 6 chicos de entre 18 y 20, se acerca y observa tras las rejas. “No nos dejan salir ahora, profe, pero ya hemos avanzado las máscaras; están en la oficina del Director”, dice Adolfo (nombre protegido).

“Ellos son los más peligrosos, los que ya se dedican al sicariato. Llegan hasta los 20 o 21 años cuando han sido apresados desde adolescentes y deben cumplir sentencias de 3 o 4 años”, comenta Jaén mientras camina en dirección a “la escuelita”, alejándose del pabellón de los más grandes.

Así es como los jóvenes llaman al Centro Fiscal de Educación Básica Superior Economista Abdón Calderón Muñoz. En esa edificación reciben clases los reclusos que están cumpliendo sentencia y quieren terminar la educación básica. Dispersos en varios salones están algunos de los chicos del taller.

Empieza a lloviznar y  cuatro adolescentes, todos ellos con cicatrices leves en sus rostros, salen de sus salones. Saludan al instructor como si fuera amigo de años, pero no dejan de mirar con recelo a quienes se les acercan.

“Le regalo mi avión”, dice Adrián (nombre protegido), de 16 años y baja estatura, al ver la curiosidad de Jaén por el objeto hecho de una botella plástica y pedazos de cartón. El adolescente guía al instructor hasta un salón de 5 por 4 metros donde una profesora enseña manualidades con objetos reciclados.

“Aquí estamos algunos. Una de las máscaras está en otro salón, ya le muestro”. Sale corriendo y regresa con ella. Está hecha de papel maché y pintada con témperas. Es un rostro de hombre, cabello negro y un antifaz en los ojos. Se coloca la máscara como si fuera un casco que tapa su rostro y a través de ella examina sus alrededores.

Adrián relata el motivo de su reclusión. “Maté a mi primo, así de simple. Ya me habían enseñado a usar armas. Esa vez había peleado con él. No fue en el momento, fue después de unos días, lo cogí desprevenido... y ahora tengo aquí 6 meses”.

Su mirada se pierde por unos segundos, en el silencioso salón, hasta que uno de los talleristas se dirige al profesor y quiebra el letargo.

“Jorge, va a llover, así no podremos salir a seguir con las máscaras”, menciona Aldo (nombre protegido). Usa una camiseta roja desgastada mientras trabaja en una maqueta del correccional, mira pensativo al patio donde empieza a caer la lluvia y regresa a su labor.

“Ya pues, no hay nada más que hacer aquí, por lo menos con esto nos mantenemos ocupados”, precisa Aldo respecto a su experiencia de elaborar él mismo su antifaz.

Lo interrumpe Alexander, de 17 años, otro de los alumnos. Se para frente al grupo con actitud de ser quien manda. Es alto, mulato y de cabello rizado, a todo lo que le dicen tiene una contestación.

“Ya tengo 8 meses, me atraparon con un arma cuando me alistaba para ya sabe usted...”, explica Alexander acerca del porqué está en ese lugar, y ríe. Agrega que tiene una mujer afuera, también de 17 años, pero asegura que duda de su fidelidad. “Yo aquí y ella allá, ¿con quién nomás ha de estar? Tremendos cachos debo tener”, suelta con molestia mientras sus compañeros se burlan.

No se puede salir al patio a dar los toques finales de pintura a las caretas por la lluvia, por lo que forman un pequeño círculo para conversar mientras comen unas barras energéticas que les entregaron en la escuelita.

Uno de ellos mira la escena desde un poste, parece el más retraído. “Tengo solo 3 meses”, sonríe y baja la mirada. Se llama Augusto y tiene 17 años. “Me atraparon junto a unos panas. Estaba armado, pero aún no había lastimado a nadie, no en ese rato”, afirma el joven. Mira con tristeza un tatuaje grande de unas rosas, una daga en el centro y un nombre femenino en la parte superior de su brazo derecho. “No es el nombre de mi mujer, es el de mi madre, me lo hice por ella antes de ingresar acá”, sonríe, melancólico, Augusto.

El joven de cabeza rapada añade que su madre, cuando lo visita, le expresa su preocupación sobre su futuro. “Ella dice que quiere que me porte bien cuando salga, pero ya veremos”.

“Ya veremos, ya veremos. Yo pienso regresar a lo mismo cuando salga de aquí. Pagan bien los trabajos”, contesta en tono burlón nuevamente Alexander, quien escuchaba la conversación desde atrás del pilar.

El grupo se reúne de nuevo para charlar respecto a dejar esa vida una vez que cumplan cada uno sus sentencias. Todos se miran y ríen.

Jaén acota que aunque los chicos no hablan mucho, es por medio del arte que expresan lo que sienten. “La máscara es la excusa para trabajar su identidad, cómo creen que los ven y cómo quieren ser tratados”, indica el artista, quien prepara una exposición con sus trabajos denominada “Anónimo”, que presentará este año en el Centro Cultural Simón Bolívar.

Adrián, quien ha dejado a un lado el avión de plástico, manifiesta con la misma sonrisa con la que todos narran sus “hazañas” que los mantienen en prisión: “Yo seguiré, ¿qué más puedo hacer?”. Y agrega: “Afuera tengo un hijo de un año y debo darle dinero”. Respecto a su vástago, ante la pregunta  de si desea que él también termine en ese lugar, exclama, convencido y con voz rotunda: “No quiero esta clase de vida para él”.

Contenido externo patrocinado

Ecuador TV

En vivo

Pública FM

Noticias relacionadas

Social media