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Entrevista

“Eduqué con cariño y respeto, pero con rigor”

“Eduqué con cariño y respeto, pero con rigor”
Foto: José Morán / El Telégrafo
09 de abril de 2018 - 00:00 - Johnny Alvarado D.

El 31 de agosto de 2014 quedó grabado en la memoria de esta maestra que por 38 años se dedicó a formar a niños en la primaria. Ese día, 14 exalumnos llegaron a su casa a visitarla. Ellos eran parte de un grupo de estudiantes que fueron sus alumnos entre 1980 y 1986 en la escuela fiscal Enrique Gil Gilbert.

“Fue un momento de mucha emoción porque habían pasado 28 años desde que dejaron las aulas. Los vi y los sentí con mucha gratitud. Creo que soy afortunada porque siempre están en contacto conmigo y las muestras de cariño y respeto están ahí presentes”.

Gallegos se graduó de maestra normalista en 1975 en el normal Rita Lecumberri. Trabajó un año como auxiliar de secretaría en la Municipalidad de Guayaquil. Un día, una compañera de profesión la ayudó a ingresar al magisterio.

En 1977 el Ministerio de Educación la envió a la escuela Enrique Gil Gilbert, ubicada en la 20ª y Callejón Parra, al suroeste de Guayaquil. Ahí se mantuvo durante 15 años.

Gallegos es de esas maestras que observó el cambio que sufrió la educación en el país, no solo en la forma sino también en el fondo.

“Los primeros años en la docencia fueron muy distintos. Trabajé con niños que vivían en barrios populares, pero eran muy educados, dóciles y con un profundo respeto a sus maestros y sus padres. A ellos le inculqué la necesidad de estudiar para que lleguen a ser profesionales.

Me encontré con padres de familia responsables que participaban en la formación de sus hijos. El panorama en los últimos años fue complicado. Los progenitores abandonaron ese rol de educadores en el hogar y hoy envían a sus vástagos más por obligación que por convencimiento. Se perdió el respeto al maestro, tanto del alumno como del padre”. Pero incluso con esas falencias que le tocó vivir en los últimos años de su profesión, María Gallegos considera que educar es una de las tareas más gratificantes.

Recuerda que los primeros días de clases estaban llenos de sorpresas. Que los profesores se preparaban para recibir a los alumnos. Muchas veces decoraban el aula.

“Llegaban con útiles y uniformes nuevos, con esa expectativa de quiénes serían sus nuevos compañeros, de atender la clase que impartiría el maestro. No existía esa competencia con los instrumentos tecnológicos. Los estudiantes estaban atentos a lo que decía el maestro; eso, sumado al respeto que se les había inculcado con una buena escuela de hogar, hacía las clases mucho más amenas”.

Aunque tiene tres años jubilada, Gallegos dice que muchas veces extraña la cátedra. Que hacerlo la hizo sentir útil. Cuenta que en la década del 80 se educaba con mucho rigor y que, aunque recurrió a la regla, sus exalumnos le agradecen haber sido enérgica. “Fui de carácter muy fuerte y exigente, pero también tuve cariño a los niños. (I)

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