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Poco a poco nuestras cholas han ido dejando esta vestimenta para usar la ropa moderna

La pollera, identificación de la mujer azuaya

La pollera de Castilla casi ha desaparecido por su alto precio, ahora es reemplazada por otro material de menos costo para las personas que usan esta vestimenta. Foto: Fernando Machado/El Telégrafo
La pollera de Castilla casi ha desaparecido por su alto precio, ahora es reemplazada por otro material de menos costo para las personas que usan esta vestimenta. Foto: Fernando Machado/El Telégrafo
08 de marzo de 2015 - 00:00 - Sofía Maldonado. Universidad del Azuay

La vestimenta identifica a grupos humanos en el mundo: el sari hindú, el qipao chino, el burka islámico, todos reconocidos como trajes típicos. En Cuenca, el traje es la pollera, una falda utilizada por la chola cuencana.   
Chola, una palabra que según el diccionario puede elogiar a alguien por su belleza o puede insultar de una manera dura a cualquiera. A toda mestiza de la urbe alguna vez le han dicho: “mi cholita hermosa” o “chola, india, igualada”.

Durante la época de la Colonia la mezcla racial que se daba entre los incas y los españoles dio origen al mestizo, que la Real Academia Española define como una persona nacida de padre y madre de razas diferentes, cuya identidad cultural fue adoptando diferentes características, tanto de la cultura colonizadora, como de la colonizada.

Santiago Ordóñez, historiador y antropólogo de la Universidad de Cuenca, explicó que durante la época de la colonización española, la chola y el cholo fueron el fruto de la unión de un mestizo con un indígena. “La chola y el cholo, estaban en el intermedio de 2 segmentos, se encontraban por debajo de la clase alta conformada por españoles y ciertos mestizos de alcurnia”, dijo el investigador. Esta posición social lo convertía, dentro de la casa, en el intermediario entre el patrón y los sirvientes.

La chola, dentro de la casa del patrón, desarrollaba el papel de ama de llaves, mantenía la casa, iba al mercado y cocinaba. Cuidaba a los hijos del patrón e incluso los amamantaba, convirtiéndose así en un miembro importante del funcionamiento del hogar. El cholo se encargaba de los quehaceres más fuertes como la construcción, cuidar a los animales, arreglar ciertas cosas de la casa, etc.

La vestimenta como segunda piel del mestizo

Hermosa pollera de color rojo ají con doble bordado. La vestimenta de los cholos y cholas inició como el distintivo de la clase que poseía el 15% de sangre española.

Ordóñez cuenta además que durante la época de la Colonia también hubo mujeres que llegaron al nuevo mundo. “De los 45.372 emigrantes que llegaron, 10.118 eran mujeres; 50% de ellas eran de Andalucía, 33% castellanas y 16% extremeñas”, indicó.

Junto con estas mujeres españolas llegaron sus vestimentas, a las que se remontan los orígenes del traje de la chola, estas características se pueden observar a lo largo de Latinoamérica, especialmente en países como Ecuador, Perú y Bolivia. El traje de la chola representa la fusión entre la vestimenta de los españoles y los indígenas, cada componente tiene un estilo proveniente de las culturas cañari, inca o española.

Se puede observar que el estilo de la pollera de Castilla y la pollera de la chola son similares: el largo que va desde la cintura hasta los tobillos y los doblajes en la cintura que le dan una forma abultada y amplia, además se puede observar que la técnica del bordado es la misma, a pesar de no ser las mismas flores.

El bordado de la pollera es parte fundamental de la vestimenta que luce la chola Cuencana. Este toma tiempo por la sutileza puesta en cada puntada. Foto: Fernando Machado/el telegrafo

El bolsicón, falda que protege a la pollera, lleva idénticas prensas que los trajes típicos de Extremadura; este y la blusa bordada vienen de la época Barroca de España.

El paño, los zarcillos, el zapato —originalmente de cuero, ahora remplazado por zapatos de caucho o ‘7 Vidas’—, son originarios de las culturas cañari e inca.

El sombrero de paja toquilla era usado solo por las cholas y cholos de rangos superiores. “Dentro del núcleo familiar, la que manda es la chola.”

Tamara Landívar, jefa del Departamento de Investigación del Museo del Banco Central, cuenta que en el campo la organización de la familia es matriarcal. La mujer es quien da hijos, y en el campo, mientras más hijos se tiene más se puede producir la tierra, es decir, mientras más hijos más riqueza se puede obtener.

“No es atípico encontrarse con parejas de casados donde la mujer es mayor con muchos años al hombre, la creencia es que un hombre debe buscar una mujer mayor ya que esta tiene más experiencia, tanto para cuidar de él, como para administrar el campo”, señala Landívar. Además, muchos hombres migran, ya sea a las ciudades próximas como a otros países, lo que ocasiona que sus esposas carguen con la responsabilidad de la casa, el campo y los hijos, mientras ellos trabajan para enviar dinero a casa.

La inserción de la mujer en la sociedad laboral fue tardía, normalmente el hombre salía fuera del campo a buscar el sustento, migraba ya sea a las ciudades o a otros países como España o Estados Unidos, mientras que la mujer se encargaba de la crianza de los hijos y del mantenimiento del campo.

Por esta razón Santiago Ordóñez cree que el traje del cholo ha desaparecido más rápido que el de la chola, él tuvo que dejar el poncho y los pantalones y remplazarlos por overoles de albañil y mandiles de obrero. “El traje típico de la chola cuencana representa el mestizaje, pero la forma de vida de la chola es algo más que el folclore de una postal”, acota Ordóñez.

Carmen, una mujer de 33 años del campo de Tarqui, que como muchas se vio obligada a dejar el trabajo agrícola para venir a ganar “un poco más” junto con su esposo y darle una mejor vida a sus hijos en la ciudad, se enorgullece de andar de pollera a pesar de que siente las miradas en su espalda.

Carmen vive en Cuenca desde hace 10 años. Ella y su esposo Manuel alquilan un pequeño lugar en el centro para vivir con sus hijos. Carmen ha acomodado la parte delantera para que funcione su negocio, la típica tienda de barrio. Su esposo es barrendero de las calles y gana el mínimo, $ 350 dólares. A Carmen no le gusta vivir en la ciudad.

Cada sábado va a Tarqui a visitar a su familia, su suegra le envía queso para los nietos, su madre lechecita para “los guambras”, y algunas vecinas le envían aguacates.

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