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La fama de Cuenca trascendería al Viejo Continente

Violencia en Cuenca del Siglo XVIII: mala fama, una mirada externa

Violencia en Cuenca del Siglo XVIII: mala fama, una mirada externa
29 de junio de 2014 - 00:00 - Ángeles Martínez, cátedra Abierta de Historia. U. Cuenca

¿Es Cuenca históricamente violenta? Está claro que hay eventos lamentables que han dado fama internacional a la ciudad y que han tenido trascendencia. Interesa reflexionar entorno a una mirada externa no muy halagadora sobre nuestra hermosa ciudad, situados en el siglo XVIII, en la Colonia, sin perder de contexto el soberbio criterio eurocentrista, en épocas del pensamiento ilustrado, que cometió errores en su exceso de racionalidad y de miradas hacia lo que se consideró exótico, e incluso ‘salvaje’.

Los documentos de viajeros y autoridades de la época crean un perfil que señala la actitud violenta y pendenciera de nuestra gente. Empecemos por la descripción de la sociedad de entonces, hecha por el Corregidor y Justicia Mayor, don Joaquín de Merisalde y Santisteban, en su informe realizado “por mandato del EXCMO. Sr. Virrey del Nuevo Reino de Granada”. En 1765, escribe:

“Presumen generalmente de valientes, y para mantener este crédito comenten indispensablemente frecuentes, alevosos, homicidios. Ninguno merece el renombre y epíteto de fuerte, sino se debe á su fortuna algún sangriento progreso, y se hace vanidad de un delito que afea como bárbaro el natural remordimiento. Ámparanse para esto de la traición y del tumulto, y á expensas de la muchedumbre quieren que se crea valor lo que es cobardía. Ni los hijos respetan a sus padres, ni los padres educan bien á sus hijos. No bien lleno el uso de la razón, cuando ya les llenan la cinta con el cuchillo y les castigan como culpa la timidez y encogimiento. Tan común es esta barbaridad, que ya se ha hecho de moda aun para las mujeres, y con ninguna otra gala juzgan adorar mejor su delicado talle, que con este desaliño y escándalo de su sexo. (…) jóvenes infelices de una siniestra índole, son á los quince años famosos galanteadores y atrevidos espadachines”.

Cuenca queda marcada como una especie de Far West andino, donde cualquier cosa puede ocurrir y es celebrado el asesinato y el uso de las armas en la sociedad civil. Hay que reconocer, sin embargo, que detrás de las expresiones de Merisalde se ocultan resentimientos personales contra una sociedad que se negó a acogerle, esto no significa que su opinión sea subjetiva, sino que debe matizarse.

Unos años antes, en 1735 la Real Audiencia de Quito recibió a la Misión Geodésica Francesa, su paso por Cuenca quedaría grabado para siempre, no solo por los informes emitidos por Jorge Juan y Antonio de Ulloa, no muy favorecedores para la ciudad, sino por la lamentable muerte del cirujano francés Jean Seniergues a manos del populacho enfurecido aparentemente por su amancebamiento con la cuencana Manuela Quezada y la cercanía de su antiguo novio –quién había roto el compromiso de matrimonio con la Cusinga– a grupos de poder.
Dice Ulloa en la Historia Secreta de América: “La ciudad de Cuenca está regulada de 25 á 30 mil almas; su jurisdicción se compone de 9 pueblos principales (…) la casta de Mestizos abunda mucho en toda la jurisdicción; es gente altiva, muy perezosa, llena de vicios y mal inclinada”.

Ulloa habla también de los castigos brutales a los que estaban sometidos los indios. La Condamine, por su parte escribiría en Journal (1751) y su Carta (1739) sobre el motín de Cuenca. Es entendible su dolor y rabia sobre la muerte del cirujano Seniergues, 4 días después de ser atacado por la plebe, el 28 de agosto de 1739, en medio de una corrida de Toros en San Sebastián; “Pueblo miserable, los indios de esta región se emborrachan de una forma indecente” maldeciría el francés. El mismo La Condamine dio seguimiento al proceso judicial, que a todas luces no se llevó a cabo de manera transparente.

La fama de Cuenca trascendería al Viejo Continente, aquél día al grito de “abajo los franceses, que muera el mal gobierno y viva el rey”, los prestigiosos sabios que conformaban este equipo, temieron por sus vidas, ante una multitud que incluso les puso un ultimátum para que abandonaran la ciudad, que finalmente no se cumplió.

Francisco José de Caldas, notable científico, cercano a Mutis, recogió las opiniones de La Condamine (1849), y además señaló:

El morlaco, nacido en el seno de las tinieblas de su patria, se cree el ser más importante del universo y mira con desprecio a cuantos le rodean. Orgullosos, creen que todo existe para que sirva sus caprichos tan vanos como insensatos. La más ligera resistencia a sus deseos, la falta más leve enciende el fuego de la discordia. Su valor está en arruinar a todo el que no dobla la rodilla en su presencia, en tener grandes riquezas, y jugar la espada (…) A pocos años que el desafío, el asesinato y las manchas de la sangre del desgraciado era el más precioso blasón de su gloria. Amigos de los litigios, viven rara vez en paz” (Caldas, 1849, 497, 498).

Cuando Bernardo Recio escribe su Compendiosa Relación de la Cristiandad (1947) recoge sus impresiones en el viaje que hizo a Cuenca en 1759 acompañando al Obispo de Quito, Joan Nieto Polo del Águila; como es natural en aquella época menciona la muerte de Seniergues y presenta su propio juicio sobre lo acontecido, señalando
“... le salió muy cara la fiesta, porque les mataron a uno de ellos... porque no sólo corren toros, que son por allí bien bravos, sino que se desmandan al beber, y aún se desmandan en máscaras y bulla de bacanales...” Recio, testimonia desde otro ámbito el abandono de la guía eclesiástica y el consecuente y profundo deseo de reforma, pero señala en forma precisa algunos de los problemas presentes.

Ahora bien ¿qué hay de imaginario en ellos? Esta claro que se vive un momento complicado en la sociedad, y que es Cuenca quizá la que peor fama alcanzó como ciudad caótica y violenta de la época en el Reino de Quito, pero hay que distinguir un par de elementos trascendentales.

Una violencia que no se justifica por ninguna parte

Merisalde responde a intereses de poder igual que Ulloa. En el caso de La Condamine, está claro que era muy poco atinado al describir costumbres que le eran ajenas —aunque no se puede negar que el asesinato de su compañero fue un acto brutal—, pero cuando habla de la Amazonía, por ejemplo, no tiene empacho de tildar de estúpidos por naturaleza a los indios de la región. Tampoco es cierto que la sociedad europea estaba en otro nivel de evolución. Es interesante leer las historia del siglo XVIII, especialmente conflictivo para la vida de otras ciudades en el mundo. Por otro lado, cuando se trata la violencia, nos encontramos con la idea manejada por Hannah Arendt: la violencia se da por la ausencia de poder, una autoridad falible que está muy bien documentada en la corrupción de las autoridades.

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