Nueve casas en la ciudadela Jaime Roldós, al norte de Cuenca, se han destruido por los deslizamientos de tierra.
Luzmila Arízaga, de 72 años, perdió su vivienda hace cuatro meses. Todos los días visita las tierras en donde hace treinta años empezó a construir su hogar junto con su esposo, quien hace tres años falleció.

Desde ese entonces vive sola con su hija y una nieta, vendiendo helados para reunir el dinero que le permita pagar el pequeño cuarto que ahora tienen que arrendar.

“De la vecina, primero se empezó a trizar su casa. Después la de nosotros. Compramos barato el terreno, pero no pensamos que iba a pasar esto”, expresó Luzmila, mientras señalaba con su dedo el lugar donde  construyó  la casa.

Estos momentos de desesperación los empezó a vivir, pues, desde el mes de enero, cuando la casa de su vecina se iba destruyendo.

Mientras fija  sus ojos llorosos en su nieta, recuerda que en aquellos días, todas las  noches se escuchaban  ruidos fuertes cuando el piso de la casa empezó a levantarse. Después las paredes se trizaron totalmente y en febrero abandonó el lugar junto a los demás vecinos que vivían esta misma situación.

Espera que las autoridades cumplan con lo ofrecido. “Nos dijeron que  nos iban a ayudar con los arriendos, pero hasta ahora yo misma pago. También que nos iban a dar una casa”, dijo. Luzmila Arízaga agradeció a las autoridades por los alimentos que recibe y pide socorro por el tema de los alquileres.

Cerca del lugar, en la ciudadela Los Pinos Altos, el Ministerio de Desarrollo Urbano y de Vivienda (Miduvi) está construyendo casas que, según los afectados, deberían ser para ellos, que al momento se encuentran  en el abandono. El alcalde de Cuenca, Paúl Granda, dijo que la Municipalidad ayudará en todo lo que sea posible para reubicar a las familias afectadas por este deslizamiento de tierra.

Situación parecida a la de Luzmila vive Gloria Illescas, quien construyó su casa hace 26 años. Su vivienda está deshabitada y solo sirven las escaleras que conducen a la parte alta, destruida por los derrumbes.

Militares y vecinos subían con palas, picos y otras herramientas para ayudar a Gloria y a su padre a quitar la tierra y escombros, a fin de evitar que el alud afecte a otros hogares.

Ella vive junto con su esposo -que tiene cáncer- y dos hijas, una de ellas padece la misma enfermedad. Actualmente residen en una casa que  vendieron hace algunos años a unos amigos.

Recordó que fueron días difíciles, noches sin poder dormir por los ruidos que la tierra producía. Hace tres meses decidieron dejar su casa, “no podíamos dormir porque debíamos estar pendientes a ver si no se nos venía la tierra encima”, manifestó.

“Primero se llevó mi media agüita, con mi papá limpiábamos todos los días para evitar que la tierra llegue a la casa grande”. Su mayor preocupación es la salud de su esposo e hija, los tratamientos para su enfermedad son costosos.

Según Magno Rivera, técnico de la Municipalidad,  son 9 viviendas las que se han destruido por completo y unas 16 están en peligro de colapsar. Explicó que hay filtraciones de agua que no han cesado y consecuentemente el deslizamiento sigue avanzando. “Si metemos maquinaria dentro del lugar, el terreno comenzará a vibrar y podremos tener mayores problemas”, indicó el funcionario.

Añadió que es una situación muy compleja la de  los habitantes, pero también para las autoridades que buscan  limpiar las partes más afectadas con maquinaria liviana. “Sabemos que no avanzamos mucho, pero debemos comprender que es un trabajo de paciencia y que todos deben estar involucrados”, concluyó.