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Eulalia Arízaga cocina 60 mil higos para preparar un postre, el cual no solo lo consumen en la Atenas del Ecuador, sino algunos ecuatorianos que residen en Estados Unidos, España e incluso en la India.
El polvo, el dulce y el agua no faltan en Cuenca
Remontarse al pasado es redescubrir cómo se jugaba carnaval en los diferentes barrios de Cuenca y Machala. En la capital azuaya nunca faltó el agua fría, el canelazo (aguardiente con agua de canela caliente), el pan con dulce de leche o de higo y el “cuchi” (chancho) con todos sus ingredientes, como la cascarita, la fritada y hasta las morcillas.
Cada sector y familia cuencana tenía su forma de disfrutar de estas fiestas de 3 días.
Por ejemplo en el barrio Todos Santos, Luis Bermeo, recuerda cómo los habitantes abrían un hidrante que es utilizado por los bomberos para emergencias, y formaban una laguna para bañar a los transeúntes. “Nadie se escapaba de estas piscinas”, rememora con una sonrisa Kléber Carrera.
Los carnavales servían para unir a los vecinos, saborear un pan con dulce y beber, de rato en rato, un traguito para “calentar el cuerpo”. Pero una semana antes ya se prendía con el tradicional Jueves de Compadres.
Según Tania Sarmiento, directora de Turismo, esta fiesta trata de ser rescatada.
Por eso el jueves anterior, en el parque Calderón se jugó con espuma y maicena. También se bailó al ritmo de la música. “La fiesta de los compadres fue, años atrás, uno de los acontecimientos más importantes”, evocó María Idrovo.
Según la mujer de 72 años, esos momentos eran significativos porque una persona acudía donde su conocido, familiar o vecino, para elegirlo como compadre y allí se iniciaba el festejo con comida, licor y juego con agua. “No faltaba el cuy, la chicha y, claro, el polvo”.
Juegos van desapareciendo
Según el historiador Manuel Carrasco, el juego del carnaval va desapareciendo, “ya que es una fiesta que se está quedando fuera del contexto social actual”.
A su criterio, hace 60 años, la ciudad tenía una vida distinta, “había mucha restricción para el amor, y el carnaval permitía romper muchos tabúes y barreras sociales”.
“Una de ellas era el asunto del enamoramiento, ya que en esta época se permitían ciertas visitas que estaban prohibidas en otros días. A los enamorados no se les dejaba encontrarse en el interior de las casas, como ahora, por lo que el carnaval era la mejor oportunidad para estar cerca de la novia, de su familia y en el hogar de ella, que era un asunto muy difícil de conseguir antes de haberse casado”.
Pero no solo los enamorados esperaban esta oportunidad.
Los vecinos del barrio se reunían, quizás era la única vez que ingresaban a la casa para hablar y tomarse un canelazo. “Era el momento más esperado, tanto de vecinos, como de parejas, para entablar una amistad más estrecha, para conocer a los futuros suegros, pero también era para solucionar problemas entre ellos”, puntualizó.
Entre las comidas más apetecidas y buscadas en estas fiestas está el mote pata (sopa hecha con mote y carne de chancho), el dulce de higos y de duraznos, el cuy y la matanza del chancho, que era todo un ritual.
“Muchas personas ya no quieren preparar las comidas tradicionales porque les toma mucho tiempo. Ahora si quiere tener una invitación, llama a un salón y le traen todo el alimento para servirse”, dijo el historiador.
Los cuencanos también recuerdan juegos que ya desaparecieron, como “agua o peseta” que consistía en situarse en las esquinas para jugar y, si alguien aparecía caminando por la calle, se le pedía dinero a cambio de no mojarlo. El transeúnte accedía y regalaba una peseta que no era más que una fracción del desaparecido sucre.
“Al final, por más que pagaba la moneda, igual se iba mojado”, dice Antonio Bustos, un ciudadano de 70 años que recuerda con nostalgia esos pasajes.
El higo llega desde 4 parroquias
Eulalia Arízaga es una cuencana que desde hace 50 años elabora 43 clases de dulces.
Los prepara durante todo el año, pero cuando llega esta celebración duplica su trabajo. “En estas fechas hago 60 mil higos en dulce”, indica.
Recibe el fruto de personas que viven en las parroquias Ricaurte, El Valle, Nulti y Sinicay. “Hacer este postre es complejo, 5 días se mantiene en la candela este fruto. Mi abuelita, Sofía Muñoz, lo hacía y yo aprendí de ella”, expresó la azuaya.
Algunas personas que viven en el extranjero, sostuvo, también disfrutan de estas golosinas. “En estas fechas los familiares de los migrantes les envían al exterior”, indica.
Eulalia se siente orgullosa de su trabajo, pues estas delicias van a los ecuatorianos que residen Estados Unidos, España o la India. “La señora Anita Flores le manda todos los años unos 50 higos a su nieto”, indica la mujer.
Dijo tener las manos quemadas por los tantos años de preparar este manjar, mientras atiende a sus clientes que cada momento llegan a su tienda situada en las calles Sangurima y Tarqui.
“Yo por el olor llegó acá”, asegura Carmen Regalado. Ella buscaba dulce de membrillo que es muy cotizado. El de durazno, de coco y de mora también son pedidos por los clientes.
Arízaga trabaja casi sin ayuda, pero tiene la satisfacción de que sus amigos no la han abandonado y, más bien, llegan cada día de diferentes partes del Azuay. Su trabajo comienza a la madrugada y se extiende hasta altas horas de la noche.
Machaleños usan globos, pistolas de agua y anilinas
El juego de carnaval en Machala varía según la zona. En Puerto Bolívar o cualquier barrio popular solía convertirse en un campo de “batalla”.
Los globos y las pistolas de agua, la harina y la anilina de colores, la espuma y los baldes con el líquido eran las ‘armas’ con las que se ‘enfrentaban’ durante estos días.
Francisca Reyes, de 46 años, dice que a veces sí había excesos y que no faltaba alguna persona “amargada” que intentaba vengarse “a trompones” por los actos “vandálicos” de los carnavaleros; pero que, a pesar de ello, recuerda aquellos momentos como una “linda época”.
Entre 1980 y 1990, la mayoría de las calles de Machala no estaban asfaltadas, y con el invierno las veredas se convertían en verdaderas piscinas.
“¡A la poza, a la poza!, era lo que se escuchaba entre los jóvenes, cuando atrapaban a alguien y lo tiraban al agua estancada con lodo”, rememora.
Toda esa tradición de juego “brusco” se ha perdido en los últimos años. Sobre todo, desde que se implementó el Código Orgánico Integral Penal (COIP), que dispone sanción de entre 8 y 20 días de detención, por juego agresivo de carnaval o lesiones que se producían entre los que participaban. (I)