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El Telégrafo
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El 55 % del territorio patateño es parte del parque nacional Llanganates, por ese motivo cuenta con montañas, ríos, cascadas, páramos y una impresionante biodiversidad

Patate, el valle de los cálidos amaneceres

La hostería Viña del Río, ubicada en la vía a Píllaro, es una de las más significativas de Patate. Allí se puede tomar un refrescante baño de cajón, nadar, jugar fútbol y básquet y caminar por senderos ecológicos. Foto: Roberto Chávez / El Telégrafo
La hostería Viña del Río, ubicada en la vía a Píllaro, es una de las más significativas de Patate. Allí se puede tomar un refrescante baño de cajón, nadar, jugar fútbol y básquet y caminar por senderos ecológicos. Foto: Roberto Chávez / El Telégrafo
02 de agosto de 2015 - 00:00 - Redacción Regional Centro

‘El valle de la eterna primavera’ es el eslogan turístico del cantón San Cristóbal de Patate y más de 13 mil habitantes están convencidos de que es así. Y no se equivocan.

La temperatura que predomina durante el año varía entre los 18 y 20 grados centígrados, excepto en las zonas altas en donde la temperatura puede descender a 12 grados.

Cuando el sol brilla el verde de las plantas se acentúa, al igual que la belleza de los cultivos, montañas y cascadas.

Todo este esplendor puede mirarse mientras se desciende por la carretera sinuosa y asfaltada Pelileo-Patate.

El ambiente templado gusta a los visitantes que sienten el calorcito tan pronto ingresan a la ciudad por la avenida Ambato, de 4 carriles, en dirección al centro patateño en donde se levanta la arquitectura más importante de esa ciudad que está localizada a unos 40 minutos de la capital tungurahuense.

La calzada es atractiva pues fue recubierta con adoquines de colores que le dan un ambiente alegre. A ambos lados se abrieron restaurantes, tiendas, locales de teléfonos, panaderías, heladerías, negocios de plantas frutales y ornamentales y, por supuesto, puestos para la venta de frutas, arepas y la chicha de uva.

En torno al parque Simón Bolívar, que fue remodelado con abundantes plantas y árboles frutales y ornamentales, se encuentra el Santuario del Señor del Terremoto, cuya fiesta mayor se celebra desde 1797 a comienzos de febrero.

En esos días arriban miles de peregrinos para rezar, dar gracias y participar en las misas en honor a la imagen del Cristo de la Pasión que está sentado en su trono y porta la corona de espinas y el cetro.

Esta figura de madera mide 1,80 centímetros. Su mirada y rostro son tan reales que inspiran devoción y mucho respeto. “Tuve la oportunidad de tomarme una foto junto a la imagen y confieso que fue una experiencia sobrecogedora. Sentía como si tuviera vida, no pude estar mucho tiempo a su lado”, explica con una sonrisa Diana Rosero, turista baneña.

El santuario con su cúpula y fachada de color amarillo están delante de otro atractivo turístico que no todos conocen. Se trata de un pequeño pasaje adoquinado (calle estrecha peatonal) de casi 100 metros de longitud.

Dos artistas locales pintaron a ambos lados de las paredes blancas del pasaje diversos cuadros que retratan la historia de este cantón tungurahuense en todas sus facetas: religión, fiestas populares, episodios recientes ligados al volcán, el animero, los trapiches, los cucuruchos, las cascadas, las procesiones y más.

El museo religioso y arqueológico Señor del Terremoto está situado dentro del santuario. Hay fotografías, pinturas y esculturas. Atiende los sábados y domingos de 09:00 a 12:00 y de 13:00 a 16:30.

Este cantón es también famoso por su variopinta oferta de plantas frutales y ornamentales. Se estima que hay medio centenar de negocios particulares dedicados a esta actividad y que están dispersos en las parroquias.

Eduardo Villafuerte es uno de los emprendedores frutales en el sector denominado Yamate. Allí se encarga de propagar plantas nativas en peligro de extinción.

“En mi propiedad he conseguido producir chirimoyas, pepinillos, taxos y decenas de productos más mediante cultivos agroecológicos. Los turistas y compradores son bienvenidos todos los días”, comenta Villafuerte, a quien muchos le dicen ‘ingeniero’, a pesar de no haber estudiado en la universidad.

En cada rincón de las parroquias que forman esta jurisdicción, como La Matriz, El Sucre, Los Andes y El Triunfo, hay cosas que ver y hacer.

Patate es parte de la ruta de avistamiento de aves denominada Kuri Pishku que integra a los cantones Salcedo, Píllaro, Patate y Baños de Agua Santa.

La ruta empieza en los senderos Patupamba, Manteles, Platuquiral o el bosque de la Suiza. La cascada de Mundug es otra opción para quienes les agrade el senderismo. Tiene 2 caídas de agua cristalina de aproximadamente 120 metros de alto, similar a un largo velo de novia.

El punto de parque Central por la vía de primer orden que conduce al colegio Benjamín Araujo y desde allí se debe avanzar durante 30 minutos por un sendero.

De hecho, la zona de Mundug define a un área ecoturística con un ecosistema biodiverso, rodeado de montañas y zonas agrícolas.

De la cascada se forman diferentes afluentes que descienden de los páramos y que a su paso dan vida a la flora endémica como el romerillo, pumamaqui, quishuar, etc. Además se puede observar la pava Andina, el cachudito torito, mirlo grande y otros.

En ese contexto, la hacienda Manteles, vía a Leito, armoniza bien con el avistamiento de aves. Cuenta con 200 hectáreas de bosque nublado. Dispone de espacios para hacer campamentos, parqueaderos, áreas verdes, un sistema de senderos ecológicos, hospedaje y alimentación.

Además oferta actividades turísticas como recorridos a huertos agroecológicos, paseos en carretas, observación de aves, cabalgata, canopy, orquídeas y recorridos por los bosques primarios.

La hostería Viña del Río también ofrece servicios de parqueadero, piscinas, sauna, turco, hidromasaje, gimnasio, canchas deportivas, juegos infantiles, internet, áreas verdes, lago, viñedos, iglesia, 15 cabañas, habitaciones matrimoniales, dobles y triples. Dispone además de cafetería y restaurante con comida internacional.

En el caserío Poatug, luego de una caminata de 4 horas, se arriba a las lagunas San Borja I y II. Desde allí se tiene una vista sin par de las elevaciones de la cordillera de los Andes como el volcán Tungurahua, Chimborazo, Cotopaxi y El Carihuayrazo. Hay zonas agrícolas y ganaderas aptas para compartir con la gente local.

Las lagunas San Borja I y II se asocian con el copete San Borja, un sitio misterioso que sirvió como guarida al ejército de Rumiñahui y está considerado como la entrada a la ciudad de los Incas donde se esconderían los míticos tesoros. (I)

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