Ecuador, 21 de Mayo de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Comparte

Fueron construidos en 1756 por los Jesuitas y los indígenas de la localidad trabajaban como obreros

La historia de Cotopaxi se entiende mejor en los Molinos de Monserrat

La guía del museo, Carmen Valencia, ofrece detalles históricos que ayudan a los turistas a comprender mejor. Foto: Silvia Osorio / para El Telégrafo
La guía del museo, Carmen Valencia, ofrece detalles históricos que ayudan a los turistas a comprender mejor. Foto: Silvia Osorio / para El Telégrafo
28 de septiembre de 2014 - 00:00 - Redacción Regional Centro

Doscientos metros al sur de la plazoleta de El Salto, en Latacunga, los míticos Molinos de Monserrat desafían al tiempo y atraen el turismo.

Fueron construidos en 1756 por los Jesuitas. Las rústicas y mágicas construcciones —cuenta la historia local— se complementan con las piezas que se exhiben en el museo. Basta entrar para volver a la época colonial al observar las canaletas y arcos de piedra. En aquel tiempo, los molinos funcionaban con agua del río Yanayacu. Las poleas se movían para que las gigantescas rocas trituraran los granos secos y los volvieran harina.

Aún se conservan 2 de esos molinos con tolvas de madera (embudos) y piedras descubiertas que podían pulverizar hasta 2 quintales por hora. Era en una labor sacrificada, pues la harina se diseminaba indistintamente y los obreros debían recolectarla del suelo para tamizarla y enfundarla.

Los bultos eran transportados por carretera hacia las urbes próximas, especialmente Quito. Los obreros eran indígenas de la zona que aprendieron a procesar los cereales. La más popular fue la harina conocida hasta hoy como ‘máchica’.

El nombre de los molinos proviene de la devoción a la Virgen negra de Monserrat, venerada en Cataluña (España). Pero la imagen plasmada en la gruesa pared que antecede al segundo piso de la construcción molinera cuenta con 2 particularidades: es blanca y tiene 2 niños en sus brazos.

Carmen Valencia, guía del lugar, supone que el cambio de color se debe a los diversos retoques que sufrió en más de 300 años. Esto podría explicar también los 2 infantes. En los años sesenta, un restaurador ambateño descubrió que tras la pintura del Niño había otra y decidieron restaurar ambas para aumentar el atractivo y hacerlo singular.

Más detalles en el museo

Tras conocer la historia criolla de la Virgen de Monserrat, en el segundo piso hay un museo arqueológico con más de 200 reliquias culturales preincaicas y folclóricas que cuentan la historia de un pueblo indígena y mestizo. También hay caretas de perro  talladas en madera de 10 libras para las fiestas populares.

Además, tambores de cuero, vasijas de barro de formas exuberantes, collares de piedra y objetos elaborados con pencas. “Es increíble ver cómo utilizaban la cabuya para alimento, vestido y aseo”, comentó la guía del museo mientras tocaba una soga tejida minuciosamente con este material, con el que también lavaban la ropa y el cabello.

La historia cuenta que tras la expulsión de los Jesuitas, los Dominicos tomaron posesión de los molinos y en 1967, el entonces alcalde Eduardo Barriga, gestionó para que la construcción pase a manos del Municipio.

Posteriormente, Barriga la donó a la Casa de la Cultura que funciona hasta hoy en ese lugar con una biblioteca, un salón auditorio y una pinacoteca.

El museo es visitado escasamente por los latacungueños, Valencia cuenta que en agosto suelen llegar extranjeros, especialmente de España que se maravillan, porque encuentran en los Molinos de Monserrat, la fusión de su cultura con la nuestra. Son huellas del pasado que retumban en el presente.

Contenido externo patrocinado