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El 31% del espacio en el Centro histórico capitalino es ocupado por actividades comerciales

Los oficios se debaten entre la tradición y el cambio (GALERÍA)

Gonzalo Sandoval ejerce su oficio de peluquero desde hace aproximadamente 50 años en el Centro Histórico capitalino. Afirma que su labor es una conjugación de aprendizaje, experiencia y gusto por el trabajo. Fotos:John Guevara│El Telégrafo
Gonzalo Sandoval ejerce su oficio de peluquero desde hace aproximadamente 50 años en el Centro Histórico capitalino. Afirma que su labor es una conjugación de aprendizaje, experiencia y gusto por el trabajo. Fotos:John Guevara│El Telégrafo
18 de mayo de 2014 - 00:00 - Redacción Quito

Antes de las 09:00, todos los días, Patricia Alemán (27) abre las puertas de su negocio. El acceso es un portón azul de madera antigua, que al abrirse deja ver un cuarto que se adivina frío y oscuro, repleto con cientos de botellas de colores ubicadas sobre estantes.

Lo primero que hace Patricia tras ingresar es tomar una escoba y retirar las hojas, ramas, flores y plantas esparcidas por el piso;  alza frascos de agua de colonia que usa, entre otros objetos, para limpiar las malas energías que emanan las personas.

Esta labor la heredó de su madre, Rosa Hortensia, quien falleció hace 7 meses. “Aprendí este oficio desde que tenía 9 años. El primer puesto en el que trabajó mi madre estaba ubicado en el antiguo mercado de San Francisco; luego nos reubicaron y mi madre arrendó este local a la monjitas de Santa Clara; y desde entonces, estamos aquí”, comentó.

Patricia añadió que decidió continuar el negocio en honor a su madre, al saberse la heredera de prácticas ancestrales que llevan en su familia unas 4 generaciones; antes, la muchacha trabajaba en una empresa petrolera. “No estoy segura de que mis hijos mantengan la tradición. Son otras épocas; los niños y jóvenes tienen otro tipo de gustos. Pero eso lo decidirá el tiempo”, dijo Patricia.

La mujer es una de las personas que mantienen oficios tradicionales de Quito, la mayoría de los cuales han sido transmitidos de generación a generación.

Sobre este tipo de actividades, el antropólogo Eduardo Kingman señala en el libro La ciudad y los otros, que “el aprendiz, por prestar toda clase de servicios al maestro y a su familia, recibía a cambio la enseñanza del oficio y, muchas veces, también alojamiento y comida. Estas situaciones se acercaban al ambiente familiar y a compartir un mismo espacio”.

Durante los últimos años, en la ciudad se han ido perdiendo alrededor de 40 labores tradicionales; por ejemplo: hojalateros, fabricantes de tejuelos, hierbarteros, lavanderas, aguateros, buhoneros (vendedores de baratijas), taberneros, entre otros.

“Recuperar y visibilizar los oficios tradicionales de la ciudad significa preservar nuestra identidad. En el Centro Histórico  aún se puede visualizar varios y son parte de la cotidianidad de los quiteños; pero es necesario reconocerlos y valorizarlos”, comentó Doris Peñaherrera, encargada del proyecto Oficios tradicionales en la Ronda.

La calle Rocafuerte es la arteria principal del barrio San Roque; la vía se caracteriza por ser muy dinámica comercialmente hablando, pues existen locales de venta de toda clase de productos como carnicerías, restaurantes, tiendas, etc.

En la intersección con la calle García Moreno, en el mismo sector, se encuentra la sastrería y tienda de vestidos religiosos de Enma Herrera (82), quien lleva más de 60 años en ese negocio, oficio que fue le heredado por su madre.

Ingresar a ese local es como entrar a un guardarropa de vestidos de muñecas; pero en este caso, todos los trajes son para el Niño Jesús y otras imágenes religiosas. “Hay cosas que no recuerdo bien ahora; a veces se me olvida hasta el nombre. Vivo aquí, en este mismo local, desde hace más 30 años. Este oficio viene desde la época de mi abuela, pero soy la última generación que confeccionará trajes para el niñito”, afirmó la mujer.

Los cambios y transformaciones que se han generado en la ciudad afectan la continuidad de los oficios tradicionales, de una u otra manera. Algunos se mantienen, pero se han ido acoplando a los procesos propios de la modernidad, mientras que otros preservan su origen histórico y generacional.

Juan Paz y Miño, ex-Cronista de la Ciudad, indicó respecto a este tema que muchos de los oficios se han   fundido con el proceso de desarrollo y modernidad experimentado por la urbe; y puso como ejemplo a los panaderos, que han existido siempre, pero que ahora se los puede reconocer como propietarios de negocios.

Las dinámicas de la nueva urbanidad ciudadana condujeron a que muchas familias que vivían en el Centro Histórico se mudaran al norte de la ciudad desde inicios del siglo XX; esa migración acarreó cambios en el sector, pues nuevos inquilinos llegaron a vivir a la zona, entre ellos cultores de oficios tradicionales.

Según el libro de Kigman, los sastres, panaderos, costureras, etc., tenían los negocios dentro de sus propias viviendas. Esto ocurre porque el uso del espacio se relaciona con el crecimiento de la ciudad y en aquella época el casco colonial era una centralidad alrededor de la cual giraban los oficios y la convivencia.

Un ejemplo de ello es Jorge Rivadeneira, cuyo taller de carpintería se encuentra a media cuadra del expenal García Moreno. El hombre aseguró que vive y trabaja en el lugar desde hace más de 60 años.

En la puerta de su local se exhibe un trompo grande de madera que parece girar y bailar al compás del viento. Al ingresar en la habitación, el olor a madera y pintura es lo primero que se nota.

Su oficio de artesano lo aprendió de su padre y contó que a sus 12 años hizo su primer trompo, por lo que es considerado como uno de los creadores de ese tipo de juguetes tradicionales de la capital. “Mi padre hacía 10 trompos en menos de una hora; en ese tiempo todo el trabajo era manual. Recuerdo que hacía girar una rueda que estaba unida al torno por un cabestro y hacía que el eje girase. Era muy laborioso porque entonces no había luz eléctrica. Con mi hermano nos turnábamos para hacer los trompos y luego los vendíamos en la escuela a 8 reales”, rememoró el artesano.

Jorge tiene 4 hijos, pero está casi seguro de que ninguno de ellos mantendrá el oficio. “Es difícil que alguno de mis hijos siga con mi labor. Quisiera enseñar a alguien lo que he aprendido; algún ahijado, sobrino o entenado, pues no quiero que se pierda la tradición”, comentó mientras hacía girar un trompo sobre su sombrero.

La existencia de Jorge como ‘trompero’ y la vida de otras personas está relacionada con lo que señala el libro Quito inesperado, de la memoria a la  mirada crítica. Según la obra: “El siglo XX fue para Quito una época de paso, de una capital modesta a una ciudad millonaria.El Centro cambió enormemente, de residentes a usuarios y a clientes”.

Datos actuales del cabildo señalan que más del 31% de los espacios de la parte antigua de la urbe está ocupado por el sector comercial; este proceso se generó a inicios de la década de los cincuenta, cuando ese sector de la ciudad adquirió su actual carácter netamente comercial.

Hoy, en las 308 manzanas que pertenecen al Centro es común observar negocios de todo tipo: tiendas, panaderías, almacenes de ropa, restaurantes, farmacias, lugares de venta de artesanías, que de una u otra manera remplazaron o se fundieron con los oficios tradicionales de Quito.

A ello se suma el proceso de migración desde diversas provincias del país, cuyos actores arriendan locales comerciales e inclusive casas para levantar sus negocios agropecuarios.  

Así mismo, otro factor que determina la convivencia y la pérdida de los oficios tradicionales en el  Centro es el continuo retroceso de su uso con fines de habitación. En 20 años, unas 20 mil personas salieron de ese sector de la ciudad. “Los oficios también se ven afectados por el sistema capitalista, pues algunos no serán heredados porque resulta más fácil importar; por ejemplo, trompos de plástico; así se pierden los oficios”, apuntó Paz y Miño.

Luz María Suntaxi y Segundo Ocaña forman una pareja proveniente de Riobamba (Chimborazo), que desde su niñez confecciona sombreros de lana de borrego. “Mi tío nos enseñó este oficio; luego nos casamos y vinimos a vivir a este sector, hace más de 30 años. Tengo 4 hijos, pero ellos son profesionales y no continuarán con esta tradición, pues la elaboración de los sombreros se realiza netamente a mano. Nuestro molde para hacer sombreros es de madera, tal y como se trabajaba hace más de 100 años. Además, aquí, en la Rocafuerte se puede encontrar muchos locales de sombreros, pero a todos los proveemos nosotros”, comentó  Luz María.

Leonardo Zaldumbide, de la Fundación Gescultura, comentó al respecto: “Nosotros no tenemos una posición nostálgica de rescatar los oficios tradicionales.Pensamos que políticamente se debe respetar la transformación social de los mismos; es decir, que hay que analizar la cotidianidad de las personas que trabajan en estos oficios, desde sus necesidades, evidenciarlas y no interferir en las transformaciones”.

DATOS

El comercio dentro de la Colonia surgió a través del tianguez, como se conocía a los mercados en donde se vendían productos agricolas, cultivados por los indígenas que vivían tras el convento de San Francisco y en el barrio de San Roque.

Entre los siglos XVI y XVIII, en Quito existían distintos gremios artísticos y de oficios como fueron: escultores, talladores en piedra, orfebres, pintores, etc.

Existieron, además, algunas labores que fueron mal llamadas ‘menores’, como fue el caso del bordado, y en las expresiones artísticas, la música y el canto, que reflejaban el alma popular.

A principios del siglo XX, las condiciones de higiene de la ciudad de Quito no eran las más óptimas. El Cabildo tomó medidas para salvaguardar la salud de la población. Así se reglamentaron negocios como la Casa de Rastro, la venta de leche, plazas de abasto, carnicerías, panaderías, cervecerías, jabonerías y fabricas de curtiembre. Estos negocios debieron  mejorar su higiene general y formas de trabajo.

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