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Ecuador, 28 de Marzo de 2024
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El Telégrafo
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El desorden vial de Lima

Dos uruguayos se miraban el uno al otro con cara de espanto. Sus ojos muy abiertos y la boca entrecerrada denotaban la sorpresa que tenían en ese instante. “No respetan el paso cebra”, decían con incredulidad. Yo, un poco más generoso por mi no justificable realidad nacional, era menos enérgico en mi reacción. En Lima, como muchas ciudades latinoamericanas, no se respetan las señales de tránsito.

Debajo de un puente de concreto gigantesco, por donde circula el metro elevado, esperamos que el semáforo se coloque en verde para el peatón. Hay una cuenta regresiva que te ayuda a calcular el tiempo de espera. De rojo a verde, es hora de cruzar la calle. A medio camino se oye un pitazo fuerte. Una hilera de carros intenta avanzar y se detiene a la fuerza. ¿No vieron el semáforo? Misterio sin resolver.

Más adelante hay un cúmulo de al menos 30 personas aguardando en una estrecha vereda. Son como sardinas en una lata, una junta a la otra, inmóviles. Cuando empiezan a caminar se convierten en un cardumen que uniformemente agita sus piernas hasta impactar con el cardumen de enfrente que llega en sentido contrario. En medio de la calle, en los 30 segundos de gracia para pasar, las dos masas chocan.

A esto sumarle que otros vehículos buscan seguir su ruta por ese mismo paso. Aquí es una prueba de velocidad. El transeúnte más rápido sorteará a las máquinas de motor sin un rasguño. Los que sean más lentos tendrán que parar en seco para evitar la llanta sobre sus pies. Es curioso, pero ni siquiera regresan a verse. Peatones y conductores naturalizaron el desorden en las vías.

Manejar en Lima requiere paciencia, no solo por las extensas colas de una longitud tal que terminan hasta donde llega la vista, sino por los inesperados cambios de carril, la velocidad en pequeñas intersecciones y ese especie de juego de abalanzarse hacia los demás. Frenar a raya es parte del viaje.

Los peatones no son inocentes, vale aclarar. Quizás por ser tantos en los andenes y contar con poco tiempo de espera, saltan al asfalto sin reparos, olvidando que un coche golpea y, de ser el caso, mata. Pasan por alto que hay puentes o cruces peatonales. Se salvan a diario.

Un desorden vial como el de Lima, difícilmente se encuentra en otras partes. La lección que me deja es ser un mejor peatón y conductor. Ojalá algún día en Ecuador también nos sorprenda que los pasos cebra no son grafitis blancos en el piso, sino una señal de respeto en tan acalorado tráfico. (I)

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