Ecuador, 30 de Abril de 2024
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El Telégrafo
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Animales

Quizá el título de este artículo sea ambivalente para apreciar la película húngara En cuerpo y alma (2017), de Ildikó Enyedi. No es una película sobre animales, aunque la metáfora que encierra se relaciona con ellos. Es un trabajo artístico de notable interés.

En cuerpo y alma tiene que ver con dos seres, anodinos, silenciosos, escurridizos, solitarios, cuya relación se construye con base en el rechazo, en un abismo que solo el ruido del matadero y de la ciudad es capaz de llenar el espacio que está entre ellos.

Película romántica, en principio; trágica en su desarrollo. La película contrasta ese tiempo de espera y de construcción de una relación con la dinámica del día a día en una empresa que sacrifica animales. Él, el supervisor, ella, la técnica de calidad. Basta solo con esos rasgos para enterarnos que uno observa y calla, y la otra, califica y se siente que no es aceptada. Entre ellos hay miradas, gestos, aires que se soportan y se expiran.

En todo caso, un ambiente gélido que trata de ser quebrado y que a ellos les es imposible hacerlo porque hay convenciones. En el relato, ambos sueñan idénticamente. Y su sueño son dos bóvidos, uno macho y otra hembra. Como la ciudad fría, el bosque es aterradoramente gélido. Dichos animales están allá. Esperan y esperan. La cámara capta a los animales como en una paz incierta, como en un letargo invernal, como su solo espíritu fuera ser uno con la naturaleza.

Y el espectador, gracias a la cámara que capta al sesgo, en cierta medida, se contagia de esa falta de furor, de esa quietud que parece paradisíaca, pese al frío de la montaña. En la medida que esto pasa, también se presiente una violencia interna, medida, que va quebrando el espíritu de los personajes. La mirada de la vaca a punto de ser sacrificada en el matadero es como una especie de símbolo de esa violencia de la incomunicación.

La pareja que no puede comunicarse por palabras debe hacerlo por olores, por miradas, por una especie de soledad afín: son dos animales, como los bóvidos, que, en periodo de celo, se entregan –solo eso– para lograr la libertad en la intimidad. Y una vez logrado, de pronto se cura una herida abierta impuesta por la sociedad contemporánea: la incomunicación entre seres.

El ruido de las palabras, de las tecnologías, impide que sencillamente podamos lograr la comunicación en el amor. (O)

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