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Arayik Arutyunyan fue reelegido como el primer ministro de este país en el cáucaso

Nagorno Karabaj celebró elecciones, pese a ser un Estado no reconocido

Nagorno Karabaj celebró elecciones, pese a ser un Estado no reconocido
06 de mayo de 2015 - 00:00 - Alberto Pradilla, especial para El Telégrafo

“La reunificación con Armenia no está en la agenda, aunque sea un deseo que comparten muchos de nuestros habitantes. El objetivo es consolidar un Estado independiente”. Bako Sahakyan es el presidente de Nagorno Karabaj, un Estado no reconocido por la comunidad internacional pero que, sin embargo, el domingo celebró elecciones parlamentarias. La situación es complicada. Porque una cosa es lo que dicen las instituciones, que niegan que este territorio de 12.000 km2 y habitado por 150.000 personas constituya una administración con derecho a sentarse en la ONU, y otra es la realidad

. Y esta demuestra que, pese al veto, los comicios se realizaron y que Arayik Arutyunyan, del partido “Madre Patria Libre” repetirá como primer ministro tras obtener más del 40% de los votos. Los últimos 5 años se había mantenido en el puesto gracias a una coalición con las 2 formaciones que le siguen, el Partido de la Resistencia Nacional, de Haik Khanoumian y Artsakh Democrático, liderado por el portavoz de la Cámara, Ghoulian Ashot. Ambos se quedaron por debajo del 20%.

Nagorno Karabaj o República de Artsakh, que así se llama en armenio, no tiene fácil salir del limbo legal en el que se encuentra, pese a que “de facto” constituye un Estado independiente. Sus raíces armenias llegan hasta los primeros siglos después de Cristo.

Quedó como parte de Azerbaiyán por mandato de Josef Stalin poco después de la Revolución Soviética. Con el colapso de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y las sucesivas independencias de los países satélites de Moscú, declaró su propia soberanía en 1991. Un anuncio que certificó lo que llevaba tiempo gestándose: la guerra entre Armenia y Azerbaiyán, que se extendió hasta 1994 y que provocó más de 30.000 muertos.

“Lo importante es votar, aunque nuestro objetivo es que nos reconozcan”. Lilia Pogoshyan, maestra de profesión, expresaba así el sentir mayoritario de la población al depositar su voto en una escuela de Shushi, la segunda localidad del país. Aquí se ubicaba la principal comunidad azerí, tal y como lo demuestran las dos mezquitas en ruinas que nadie de la mayoría armenia (y por lo tanto cristiana) se ha molestado en reconstruir. Ya no quedan musulmanes en un municipio estratégico desde el que las tropas de Azerbaiyán bombardeaban Stepanakert, la capital de Karabaj. Las heridas de la guerra son todavía visibles: a los dos templos sin minarete se le suman edificios arrasados, ennegrecidos y agujereados. Poco a poco otros se han levantado de nuevo. La reconstrucción es  cuestión de tiempo. Aunque no es fácil rehacer las ruinas cuando nadie lo reconoce y ni siquiera tienen acceso a las instituciones internacionales.

“Las elecciones tienen un componente internacional, pero es una cuestión menor. Buscamos lo mejor para nuestros ciudadanos”, afirma Sahakyan en entrevista con EL TELÉGRAFO. La discusión entre las 7 formaciones políticas que compitieron en los comicios se reduce a  cuestiones domésticas como el empleo o los servicios sociales. Los grandes asuntos, los relacionados con el derecho a la autodeterminación del enclave o la “política de seguridad”, que es la forma de denominar a las previsiones ante otra futura guerra, forman parte de un consenso del que nadie se excluye. El reconocimiento como Estado es la base de ese acuerdo nacional. “Tenemos nuestra Constitución, nuestras instituciones, nuestro Estado. Esperamos que Europa sea justa”, argumenta Arayik Arutyunyan, el reelegido primer ministro, en conversación con este diario.

El aval internacional, sin embargo, no llega. Así quedó demostrado en el pronunciamiento de los países que conforman el denominado Grupo de Minsk (EE.UU., Rusia y Francia), que son los encargados de garantizar que no se reabra la contienda militar. En él, aunque reconocían el “rol” los habitantes de Karabaj tienen a la hora de decidir su futuro, rechazaban dar por buena su soberanía y negaban que los resultados en las urnas incidiesen sobre su futuro estatus. Unas palabras medidas que en Bakú, capital de Azerbaiyán, se interpretan como un varapalo a la estrategia armenia. En Stepanakert responden con una obviedad: “al final tienen que sentarse a hablar con algún dirigente. Y estos son aquellos que son elegidos”, dice Arutyunyan. Una forma de señalar que, en la práctica, los comicios serán validados aunque sea “de facto”.

A las inmensas dificultades de ser un país sin salidas diplomáticas se le une la espada de Damocles de la guerra. El conflicto abierto se paralizó hace 22 años pero todavía hay escaramuzas. De hecho, en agosto pasado decenas de personas murieron en una escalada registrada en la denominada “línea de contacto”, el punto en el que las trincheras separan a las tropas azeríes y armenias. La frontera que oficialmente no existe está delimitada por 240 kilómetros de barricadas cavadas en el suelo y latas como improvisadas alarmas. Allí, un número indeterminado de soldados (“es secreto oficial”, argumenta el mando de una unidad) vigila día y noche a apenas 400 metros del puesto de control azerí.

“No queremos la guerra, pero nos preparamos para cualquier cosa”, afirma el presidente Sahakyan, que cree que es una “obligación” mantener las líneas vigilantes. Insiste en que su posición es defensiva, lo que repiten todos los uniformados que se despliegan en el frente. La pregunta es: ¿qué tiene que ocurrir para que el denominado “conflicto congelado” se cierre definitivamente?

En Stepanakert argumentan que la receta es la libre determinación del territorio. En Bakú, por el contrario, aseguran que este es territorio azerí. Lo cierto es que su población siempre fue minoritaria, aunque durante la guerra decenas de miles de personas se convirtieron en refugiados y sus aldeas quedaron arrasadas.

En este contexto, el presidente advierte que no se puede considerar este un enfrentamiento regional. Sobre todo si se tiene en cuenta los conflictos desatados en la última década, entre los que se incluyen los de Georgia y Ucrania.

Hasta que el diálogo llegue, si eso es posible, los ciudadanos de Nagorno Karabaj se organizan como si fuesen un Estado. Una anomalía en el mapa que, pese a no existir oficialmente, el domingo celebró elecciones. (I)

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