El príncipe Mohammed bin Salman de Arabia Saudita, el primero en la línea de sucesión para heredar el trono de su padre, el rey Salman bin Abdulaziz, está impulsando un frenético cambio en la búsqueda de tres objetivos: controlar el poder, transformar al reino en una potencia global de inversión y frenar la influencia de Irán en la región.

En una o dos décadas, Arabia Saudita debe brillar. Una nueva megaciudad, llamada Neom, está pensada para convertir al reino en un centro de alta tecnología y atraer a inversores del mundo. Con esta obra, que demandará una inversión de $ 500.000 millones, el príncipe heredero espera que su país reduzca su dependencia del petróleo.

“Con 32 años es un representante de su generación. Sus ambiciosos planes generan optimismo y dinamismo social. La gente quiere participar y hacer avanzar a su país”, menciona Sebastian Sons, experto en Medio Oriente del Consejo Alemán de Relaciones Exteriores.

En los dos años transcurridos desde que su padre ascendió al trono, este hijo favorito del rey Salman bin Abdulaziz, de 81 años, ha tenido un éxito espectacular. Está desmantelando el viejo y tranquilo sistema de consenso familiar, privilegio compartido y ultraconservadurismo.

 En el proceso, sin embargo, MBS, como se conoce al príncipe heredero, quiere asegurarse de permanecer en el poder y no permitir que nada ni nadie se interponga en su camino. Eso quedó claro el domingo pasado, cuando inesperadamente ordenó el arresto de algunos de los hombres más poderosos de Arabia Saudita.

En lo que algunos llaman la ‘Noche de los Cuchillos Largos’, una comparación poco halagadora con una purga de 1934 en Alemania, las autoridades saudíes detuvieron a 201 personas entre príncipes y ministros bajo cargos de corrupción. La lista incluye a los hombres de negocios más ricos del reino, como el magnate Alawaleed bin Talal y los príncipes Mutaib y Turki, hijos del difunto rey Abdullah.

El hecho de que la prisión temporal de ellos sea el espléndido hotel Ritz-Carlton de Riad hace que su situación no sea menos peligrosa o humillante.

El Gobierno dice que la ola de arrestos fue parte de una campaña anticorrupción. El rey Salman acaba de nombrar a MBS presidente de un nuevo comité supremo sobre corrupción.

El presidente estadounidense Donald Trump, quien recientemente visitó el reino, expresó su apoyo a la purga en una llamada telefónica al rey.

La nueva posición otorga a Bin Salman más poder, además de su papel como heredero al trono, ministro de Defensa y presidente del Consejo para el Desarrollo Económico. Sin embargo, queda la interrogante de que, si el príncipe está de verdad comprometido en luchar contra la corrupción, es concebible que también quiera deshacerse de posibles rivales, solo como medida de precaución, aunque es posible que se convierta en rey cuando su padre fallezca.

“No hay garantía de que la sucesión sea fluida si el padre de Mohammed bin Salman muere o renuncia”, escribió Bruce Riedel para el medio Al-Monitor. “Los arrestos solo refuerzan la idea de que el debate sobre la sucesión es más difícil de lo que el rey y su hijo quisieran. El príncipe heredero está ahora a cargo de una fuerza anticorrupción que parece más un medio para castigar a sus oponentes que cualquier otra cosa”, añade el analista.

Como parte de esa purga para limitar cualquier oposición, en junio pasado, el príncipe Mohamed bin Nayef fue apartado de la primera línea sucesoria en la corona de Arabia Saudí, sustituido por Mohammed bin Salman y confinado en su palacio de la ciudad costera de Yedá.

Los enemigos externos

A medida que el príncipe asegura el poder, también empuja con la misma fuerza hacia otros objetivos. Su campaña contra Irán y sus aliados de Hezbolá en Líbano se está calentando. Mientras la guerra saudí contra Yemen resulta desastrosa.

Para entrever lo intrincado del problema y como muestra de la inestabilidad de la región, basta observar lo sucedido en los últimos días. Tras un fallido ataque contra el aeropuerto de Riad el sábado, reivindicado por los rebeldes hutíes de Yemen, respaldados por Irán, Arabia Saudita acusó a Teherán de agresión directa.

Irán rechazó las acusaciones de que suministra misiles a los chiítas de Hezbolá y advirtió a Arabia Saudí del poderío iraní.

La guerra en Yemen fue una idea original del príncipe heredero, un elemento de fuerza después de ser nombrado ministro de Defensa, para mostrar dureza. Ha sido un desastre, sin signos de victoria, con hospitales y escuelas bombardeados y una epidemia de cólera.

También está el caso del primer ministro libanés Saad Hariri, quien el sábado, en vez de comparecer ante su Parlamento, voló a Riad para anunciar su dimisión a través de un video. Acusó a Irán y a Hezbolá de retenerlo en Líbano como rehén y desestabilizar la región árabe, al tiempo que aseguraba temer por su vida. 

Hezbolá -que mantiene una guerra contra Israel- acusó a Arabia Saudí de forzar la dimisión del primer ministro libanés. La respuesta saudí fue fulminante y advirtió que considerará cualquier acción de Hezbolá contra sus intereses como una declaración de guerra de Líbano.

Los yemeníes forman largas columnas para abastecerse de gas en medio de la creciente escasez del combustible en la capital de Yemen, Saná. Foto: AFP

Datos

- Líbano lleva más de una década marcado por una profunda división entre el campo liderado por Hariri, un sunita apoyado por Arabia Saudita, que tiene doble nacionalidad y uno dirigido por el Hezbolá chiíta, respaldado por el régimen sirio y por Irán.

- Arabia Saudita, de mayoría sunita, e Irán, chiíta, libran una guerra de influencias en la región.

- La división libanesa se hizo evidente en 2005, cuando fue asesinado el exprimer ministro Rafic Hariri. (I)