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El Telégrafo

Caparrós “decepciona” a empresarios y periodistas

Caparrós “decepciona” a empresarios y periodistas
31 de agosto de 2011 - 00:00

Martín Caparrós no exageró cuando dijo el lunes pasado a las 18:30: “Soy bueno para decepcionar”.  Y así ocurrió: quienes fueron a sintonizarse con un discurso fervoroso por la libertad de expresión salieron antes de hora: el periodista argentino hizo una crítica contundente a sus colegas, a los medios en general y al poder político, sin concesión alguna a nadie.

Como anfitriones ocuparon las primeras filas y la mesa central, entre otros,  Diego Ordóñez, demócrata cristiano, hasta Gonzalo Pérez uno de los llamados “Kbreados”. El discurso de apertura estuvo a cargo de Nicolás Espinoza, de la Cámara de Industrias y Producción.

Invitaron a  Caparrós para hablar de la relación medios y poder político, pero se sobreentendía que buscaban una voz sonora que dijera que la libertad de expresión estaba en riesgo no solo en Argentina.

Vestido de jean negro, camisa blanca sport con las mangas recogidas, Caparrós tomó cinco bocados de agua de una botella. No usó el vaso de cristal llevado por una mesera del hotel Haward Johnson.

Conforme avanzaba la conferencia, que duró 75 minutos, los rostros de los empresarios y de algunos periodistas de los llamados medios independientes se ocultaban entre sus manos. De hecho, Ordóñez traslucía su incomodidad, como si dijera: “¡Quién trajo a este señor a hablar mal de la prensa!”. Sobre todo cuando Caparrós soltó  que es una “afirmación insostenible decir Estado malo, prensa independiente buena”. Lo dijo como si repitiera la frase publicada en la última edición de la  revista Vanguardia: “No hay periodismo independiente. O, si lo hay, no está en los grandes medios”.

O cuando arrojó frases como: “Los medios no son la última coca cola del desierto” o “Los periodistas no somos tan importantes”.

En esos momentos se escucharon aplausos cortos y muy contados. Los empresarios apenas sonreían.

Y para sostener estas tesis refirió lo ocurrido en Argentina, por ejemplo  la “bronca” con el diario Clarín, “que no es solo un periódico, sino una de las 10 grandes empresas” de su país. A pesar de la innecesaria aclaración (“se supone que les estoy contando lo que pasa en Argentina”), las referencias eran claras a los llamados gobiernos populistas, con quienes dijo coincidir mucho en lo que decían, pero no en lo que hacían. Se refería, por ejemplo, a que la libertad de expresión no es patrimonio de los medios y que es un derecho de todos los ciudadanos, pero no está de acuerdo con la judicialización de la opinión y menos con enjuiciar a periodistas y a periódicos.

Y cuando andaba por esas comenzaron a salir, con gestos de inconformidad o arrepentimiento, algunos declarados opositores del Gobierno. El primero fue Gonzalo Pérez. Pero por hacer eso se perdieron la parte donde Caparrós también arremetió contra su Gobierno, por crear unos medios públicos y unos programas que escriben para “los convencidos” o para deslegitimar a los opositores.

“Con lo que están haciendo producen un efecto de disuasión y de amenaza”, acotó.

Para Caparrós la disputa está, sobre todo, en quién controla el relato de la realidad. “Para organizar el relato, los medios son muy significativos”, pero los gobiernos ya no quieren que ese relato sólo esté en esas manos, explicó en detalle.

De hecho, confesó, tomándose la cabeza rapada: esos medios le hacen un gran daño a la comunicación, pues al intentar “matar al mensajero” están matando el mensaje.

Y como una gran conclusión, reconoció que de esta disputa entre medios y gobiernos, quien ha salido ganando es la ciudadanía, pues ahora hay una mirada más crítica sobre los medios y ya no se los lee como si fueran la única verdad: “Aquí hay un salto cualitativo”.

Al final, la ovación fue general: Caparrós ‘contentó’ a todos. Dijo lo que tenía que decir  y se fue.

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