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“Invasiones”, constante histórica de Guayaquil

“Invasiones”, constante histórica de Guayaquil
26 de mayo de 2013 - 00:00 - Ángel Emilio Hidalgo, Historiador

26-05-13-GUAYAQUIL-INVASIONESEl fenómeno de las invasiones está ligado a la pobreza y al problema de la escasez de vivienda en las grandes urbes. Sin embargo, no es nuevo en el caso de Guayaquil, pues siempre hubo asentamientos informales que fueron configurando la trama de la ciudad.

Guayaquil nació, como todos sabemos, al pie del Cerro Santa Ana y durante tres siglos se expandió hacia el sur y el oeste. Dos “ciudades” se formaron, según distintos modos de ocupación: Ciudad Vieja, bordeando el cerro en forma de “silla jineta” y ocupando también el estrecho margen entre el río y los peñascos (hoy, barrio Las Peñas); y Ciudad Nueva, a partir del traslado de 1699-1701, lo que obligó a los guayaquileños a establecerse al sur, en la Sabaneta, por razones defensivas, aplicándose el trazado español de damero.      

Pero hubo espacios que el Cabildo colonial no pudo regular, como el Barrio del Puente (siglo XVIII) que creció en el sector inundable donde se levantó el puente de las 800 varas que conectaba a Ciudad Vieja con Ciudad Nueva. Y así mismo, se formó un suburbio flotante en la orilla del río Guayas, de balsas-viviendas móviles que durante el día ocupaban las “regatonas” –la mayoría eran mujeres-, comerciantes intermediarias entre los productores agrícolas y los pulperos o tenderos de la ciudad.  

En el siglo XIX, fueron constantes las ordenanzas municipales que pretendieron regular el uso y la tenencia del suelo, pero la presencia de las balsas-viviendas subsistió hasta los primeros años de 1900. Y desde mediados del siglo XIX, como se constata en los planos de la época, se abrió trocha en el Cerro Santa Ana y empezó la ocupación del sector de las escalinatas (calle Diego Noboa).

Fue en el siglo pasado cuando el crecimiento urbano de Guayaquil se volvió incontrolable, estableciéndose barrios marginales de forma desproporcionada. En las dos primeras décadas el centro de la ciudad se tugurizó, por lo que el Barrio del Centenario (que empezó a construirse en 1919) fue la “solución” para los grupos adinerados, en su simbólica “huida” del céntrico “cholerío”. En realidad, el Centenario, con sus señoriales casonas de estilo moderno, fue el primer proyecto residencial para las élites del “boom” cacaotero.   

El incremento de las “invasiones” se dio en la década del 50 con la aparición del histórico SuburbioSin embargo, el incremento significativo de las “invasiones” se dio en la década del 50 con la aparición del histórico Suburbio, donde llegó mucha gente que había sido expulsada de los “conventillos” del centro. Esa enorme zona marginal fue pasto para el populismo, en todas sus versiones: allí se afincó el cefepismo, el velasquismo y posteriormente el roldosismo (del PRE), con una fiel clientela electoral que vio, en tiempos de “El Capitán” Guevara Moreno y de Don Buca, cómo se rellenaban los esteros, a punta de basura, cascajo y lodo.

Al mismo tiempo que creció el Suburbio hasta el sector del Batallón (hoy Suburbio Oeste), una marea humana buscó otros horizontes, esta vez al norte, cuando se ocupó extensos terrenos no trabajados de la hacienda Mapasingue, que pertenecían a la señora Cecilia Gómez Iturralde de Pareja y sus hermanos. Paradójicamente, Mapasingue nació en pleno auge bananero (años cincuenta y sesenta), aunque sus primeros habitantes procedían, en su gran mayoría de Manabí, provincia que atravesaba por una cruenta sequía, lo que obligó a que miles de personas se trasladaran al puerto principal.

En el siglo pasado el crecimiento urbano  se volvió incontrolable, estableciéndose en  barrios marginalesEn los años setenta, el turno le correspondió a El Guasmo, hacienda del magnate Juan X. Marcos, que ya había sido expropiada en 1964. La “invasión” empezó en 1973, cuando implantaron sus viviendas nueve cabezas de familia que habían sido empleados de Marcos. Entonces, se pasó la voz, al punto que dos años después, ya habían 300 familias establecidas en el Guasmo Norte. Así nació una experiencia de organización popular que, no obstante, tuvo etapas oscuras, como en la época del “Decreto 2740”, cuando se autorizó a la Municipalidad de Guayaquil vender a 10 sucres el metro cuadrado en las áreas urbano marginales, fomentándose así la politiquería de caudillos locales que especularon con las necesidades de los sectores más desposeídos.

Cuando en la actualidad es necesario contener a los traficantes de tierras, vale mirar la historia y entender un fenómeno que, hoy por hoy, es una verdadera cabeza de Jano: por un lado, la necesidad de obtener una vivienda que, definitivamente, es un drama humano por resolver; pero, al mismo tiempo, la obligación que tienen las autoridades de terminar con una práctica que afecta sensiblemente al tejido social.

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