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Marca Putin
Los íconos rusos que el mundo conoce están plenamente identificados: las cúpulas de la catedral de San Basilio, las matrioshkas, la nieve, los osos, el vodka. Pero en el último tiempo se ha sumado otro, que tiene nombre y apellido: Vladimir Putin.
El presidente de la sede del Mundial es un personaje cuya influencia va allá de su función. Su nombre se ha divulgado en todo el globo como sinónimo de autoridad. Su mirada fría y penetrante acompaña a quienes estamos en Rusia, no necesariamente desde las pantallas de la propaganda electrónica. Está, digamos, instalado en la cotidianidad.
Les escribo desde el mercado de Izhmailovo, punto turístico al norte de la ciudad. Los puestos se encargan de vender todo tipo de antiguedades y artesanías, desde las ya citadas matrioshkas (las muñecas que son el símbolo de la maternidad múltiple y la prosperidad), hasta las bushankas, los populares gorros "de cosaco".
Varios de los comerciantes hablan español. Ese es el caso de Valery, vendedor de matrioshkas y cuyo menú ofrece aquellas que personifican al primer mandatario ruso.
¿Por qué las vende? "Los turistas las piden", dice Valery, interesado en venderme una en 1000 rublos, unos 15 dólares. Lo mismo cuesta una que simula un abrazo con Donald Trump.
Me indica su puesto vecino, regentado por Iván, quien no habla español. Acá encuentro tazas, llaveros, imanes para refrigerador, hasta bustos pequeños en yeso. Como para armar un altar del político nacido en San Petersburgo. La iconografía de Putín está en los souvenirs que se venden en toda Rusia.
Cuando me propuse elaborar este artículo pensé en lo más raro que he visto con la cara o la efigie presidencial. Honestamente, no pude decidirme entre un juego de té, con tazas, platos y bandejas, o un juguete que recrea aquel momento viral de Putin montando un oso durante el verano, en las estepas.
¿Culto a la personalidad? Según el politólogo Diego Pérez, esta es una antigua tradición rusa, vigente desde la época de los zares. Ellos ya se personificaban mediante las artes. La "tradición" se extendió hasta la revolución de 1917 y sus consecuencias, de ahí la presencia de José Stalin y, sobre todo, Lenin en placas yestatuas está vigente hasta hoy, cuando el muro de Berlín cayó hace casi tres décadas.
¿No era, precisamente, el culto a la personalidad uno de los "antivalores" que la revisión de la política de la Unión Soviética intentó en los años 60, con Kruschev? Claro, pero como es algo tan arraigado, hasta el mismo Mikhail Gorbachov terminó siendo un símbolo y su nombre una divisa.
A todo esto, hay que sumarle la considerable popularidad del presidente. En las últimas elecciones, realizadas hace 3 meses, logró más del 76% de los votos, llegando así a su cuarto mandato.
De esa manera, se configura el escenario ideal para que Putin sea considerado un personaje nacional, cuya proyección mundial es un orgullo para los rusos que lo miran como el líder que llevará a su país de nuevo a pelear por un puesto entre las naciones más importantes.
Mientras tanto, su iconografía se seguirá difundiendo. Por 200 rublos puedo conseguir un llavero con la foto de un Putin estilo KGB, con gafas negras, quien desde ahí me vigila. El juego de té quedará para otra ocasión. (O)