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El Telégrafo
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Mario Ibarra: “Mi viaje eterno será en tren”

Fotos: Michelle Gachet
Fotos: Michelle Gachet
14 de septiembre de 2014 - 00:00 - Paul Hermann

Mario Ibarra trabaja hace 25 años en Ferrocarriles del Ecuador. Ha estado en los departamentos de Desarrollo Local y Estaciones, y ha sido controlador de autoferros e inspector.

Pero lo que verdaderamente le gusta es ser fogonero, aquella persona que va de pie en la locomotora, comunicándose con el maquinista, mediante señas y controlando niveles de agua y de presión, y sistemas de aire y frenado, entre otras cosas.

Nació hace 43 años en Pistishí, un pueblo ferroviario del sector de la Nariz del Diablo que ya no existe. Viste un jersey azul, jeans, zapatos deportivos y una gorra gris con rayas blancas, en la que puede leerse, con letras rojas: “Ferrocarriles G Q. Ecuatorianos”.

Dice que es igual a la que usaban los trabajadores del ferrocarril cuando la empresa norteamericana Railway Company funcionaba. Colecciona gorras, entre ellas, las que le heredaron su bisabuelo, su abuelo y su padre, que también fueron ferrocarrileros.

Es un trabajador polifuncional que, si bien se ha convertido en el ícono de la máquina de vapor, opera eventualmente las maquinarias de electrodiesel.

Mientras un grupo de turistas visita la iglesia de Balbanera (Chimborazo) y la locomotora parece un toro negro que exhala espesos vapores y raspa el suelo con los cascos, Ibarra le cuenta su vida a EL TELÉGRAFO.

Mario Ibarra. Fogonero de Ferrocarriles del Ecuador desde hace 25 años.

¿Quién le enseñó a conducir?

Provengo de una escuela de grandes maquinistas de las décadas de los setenta, ochenta y noventa como Carlos Zhinin, Washo Rosero, Alberto Betancourt. Guillo Molina, Hugo Aguay y, últimamente, Édgar Garcés.

¿Cuál es su tramo preferido?

La Nariz del Diablo, sector de montaña. Yo fui montañero. Trabajé en la cordillera occidental desde Palmira hasta Bucay. Me gusta la adrenalina, los túneles, el cambio de clima y de vegetación.

¿Se ha sentido en peligro?

No, cuando se sabe lo que se está haciendo, el trabajo se desarrolla con seguridad.

¿Debido al exigente horario de trabajo del tren, tiene problemas familiares?

Ventajosamente soy casado con una exempleada ferroviaria que comprende cómo es el sistema. Mi mujer trabajó en telecomunicaciones hasta el año 92.

¿Le gustaría que sus hijos fuesen trabajadores ferroviarios?

Como todo padre. Les he dicho que no se nace ferroviario, sino que se hace. Para ellos viajar en tren es lo mejor que existe.

¿De qué hablan los trabajadores ferroviarios en una reunión?

De aventuras, descarrilamientos, accidentes, prevención, mejoramientos y planificaciones. No se habla de otra cosa. El 90% de nuestra vida ha transcurrido en las vías.

¿Si volviera a nacer trabajaría en ferrocarriles?

Estaría donde Dios disponga. Pero algo es cierto: hago lo que me gusta.

¿Trabajará hasta el día de su muerte?

Como dice el ferroviario: “Solamente la hora de salida sabemos, no la de llegada”.

¿Le gustaría morir en el tren?

Nací junto a una estación de ferrocarriles y si no tengo el gusto de estar montado en una locomotora, me gustaría estar al lado de una línea férrea, para al menos ver el tren.

¿Antes de que el gobierno rehabilitara el tren, había decaimiento?

Se suspendió en muchas partes debido a las inundaciones y al descuido de muchos políticos. Veía cómo una lepra iba despedazando poco a poco el sistema. Por eso hay que reconocer la labor del actual Gobierno. Gracias a Dios salió un alfarista, un revolucionario, que ha cambiado la visión, los objetivos. Hemos llegado a ser una empresa con reconocimiento internacional. Ahora podemos vestir el uniforme con orgullo. Antes daba vergüenza, recelo por la crítica, por la censura de la gente del mismo pueblo. Pensé que esto nunca iba a funcionar, pero es un placer inmenso ver una locomotora trabajando después de 20 años.

¿Lloró?

Lógicamente, a uno se le van las lágrimas, porque siente en la sangre el amor a la empresa, al trabajo.

¿Si tuviese que elegir entre una locomotora nueva y una vieja, con cuál se quedaría?

La vieja. Yo soy de edad, me gustan las viejas.

¿El sonido de la locomotora es música para usted?

El maquinista y el fogonero marcamos el compás de la locomotora, con velocidad y manejo de presión. Cuando la máquina empieza a moverse suena “pum, pum, pum”, como los latidos del corazón, y se siente contenta. Cuando se le inyecta agua siente placer. Después de haber recorrido tanto, experimenta una satisfacción líquida.

¿Ha soñado con trenes?

Lógicamente. En mi vida, como he dicho, siempre se habla de trenes.

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