Son menos bulliciosas que las Harley-Davidson, esas motos que apenas se encienden rugen sin miedo. Las vespas son menos escandalosas. Su sonido es comparable al de un enjambre de insectos. Tienen tanto estilo que han sido consideradas objetos de culto, auténticas joyas. En Ecuador, como en otros países del mundo, hay decenas de motociclistas declarados asiduos admiradores de este medio de transporte. Silvio Mora es uno de ellos, igual que los otros 60 miembros de El Avispero, un club que nació hace 4 años para aquellos que deseaban compartir la afición por esta motocicleta, a la que consideran la más famosa del mundo.

Todos comparten el gusto por la Vespa, una línea de moto scooter manufacturada, por primera vez, en Pontedera, Italia. Los modelos más antiguos tienen cambios de marchas manuales y un motor de 2 tiempos, por lo que requerían una combinación de aceite y gasolina para lubricar el pistón y el cilindro. El primer prototipo de estas motos, encargado al ingeniero Renzo Spolti, en la década de los cuarenta, recibió el nombre –para muchos irrisorio– de Paperino (patito en italiano y el nombre del Pato Donald en ese país). Aunque este modelo no logró convencer al empresario Enrico Piaggio, luego vinieron otros prototipos hasta que, finalmente, la Vespa fue lanzada al mercado.

Al poco tiempo se convirtió en una solución efectiva de movilidad. Los integrantes de El Avispero escogieron el jueves para ‘rodar’ en estas motocicletas, sus ‘naves’. En la noche posponen cualquier compromiso para compartir un buen momento entre compañeros de viaje y elegir la ruta que ‘rodarán’ ese día. Hay una directiva que selecciona el trayecto después de escuchar todas las sugerencias. Como es tradición, se encuentran en una gasolinera para llenar el tanque. Como si se tratara de un ritual mantienen una breve reunión. Cuando es el caso dan la bienvenida a los nuevos integrantes e imparten instrucciones y normas de conducción antes de partir. Es una costumbre que les permite velar por la seguridad de todos. Siempre conducen en bloque, nadie se separa del grupo.

En las noches de invierno, el frío es insoportable. En ocasiones, el viento helado parece lastimar el rostro, pero los motociclistas ni se inmutan. La mayoría solo lleva un casco; no hay bufandas ni protectores de orejas. Entre los integrantes hay muchas mujeres amantes de estas motos. Alba Villagrán ingresó al Avispero hace más de 2 años, la animó su esposo quien hace varios años había perdido la cabeza por estas motocicletas. Ella tampoco se quedó atrás y decidió comprarse una. No fue una tarea fácil, pues en la búsqueda tardó más de un año. Las Vespas –dice– no están disponibles en cualquier local. Cuando parecía que no hallaría una, encontró la precisa. La pagó de contado, $ 320, un precio que consideró justo, porque había que invertir en restaurarla.

En su moto no viaja sola, la acompaña su hija, quien a su corta edad, 12 años, da muestras de ser una motociclista en potencia. Su otro hijo viaja con su esposo. Alba sospecha que ellos son la primera familia Vespa del país.

Aunque el Avispero es el club más conocido no es el único que acoge a los amantes de estas ‘naves’. Hace un par de años surgió Quito Scooter Club que reúne a más de una treintena de amigos que comparten el gusto por estos vehículos. Diego Méndez, uno de sus integrantes, explica que la idea es rodar por todo Quito. Hace un par de semanas estuvieron en la Mitad del Mundo. El trayecto nunca es el mismo. Algunos de los miembros de esta agrupación formaban parte de El Avispero, pero conformaron este nuevo club para quienes no tienen una Vespa, sino motos de otras marcas que conservan esta línea. Es así como muchos lucen sus motos creadas por la empresa LML, fabricante de scooters clásicos y vintage; compañía ha sido capaz de conservar la línea de las Vespa.

Para Diego, su ‘bebé’ (la moto) le ha posibilitado conocer Quito desde otros ángulos, porque la moto le permite circular por vías angostas y poco transitadas que incluso muchos desconocen. Maité Murillo, novia de Diego, está encantada con las ‘rodadas’ que organizan cada jueves. Esta joven española llegó hace un año al país y se unió a este club después de que su pareja le comentara sobre su esta afición. Ambos ‘ruedan’ en la moto que ambos adquirieron a un precio que bordea los $ 3 mil. Desde que se desplazan en este medio de transporte ya no se estresan cuando hay tráfico, pero tampoco pierden tiempo a la hora de buscar estacionamiento, ya que pueden dejar la moto prácticamente en cualquier lugar. Antes de ingresar a Quito Scooter Club, Diego de los Reyes no sabía conducir motocicletas. Tuvo que ingresar a un curso intensivo para obtener la licencia de manejo. Solo después de aprobarlo pudo salir de su casa en su moto LML. Fue un día histórico, porque Diego ansiaba, desde hace algún tiempo, moverse en la ciudad en una de estas ‘naves’.

Su esposa Yonne Cárdenas suele acompañarlo a los recorridos de los jueves y sus 2 hijos pequeños también disfrutan de los paseos. En este Club, todos, sin excepción, lucen orgullosos sus motos. Jens Moreno destaca una de las ventajas de circular en estas motos: contaminan menos el ambiente. “Es un hecho que consumimos menos gasolina y llegamos más rápido a cualquier destino”. Su moto LML ha desplazado, casi por completo, a su vehículo. Solo cuando viaja con la familia se sube al auto, el resto del tiempo utiliza la moto para movilizarse en la capital. No escatima elogios cuando se refiere al desempeño de estos medios de transporte. “Pueden tener 50 o más años y siguen andando. Consumen poca gasolina”. Quienes las utilizan a diario saben que su diseño está pensado para circular por la ciudad, porque son más amigables que las motos tradicionales. Con ese escudo frontal, también son más seguras y aunque pocos estén dispuestos a admitirlo, estas ‘naves’ son capaces de brindar la comodidad de un auto.