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Enamorados de las diferencias (Galería)

Cosme y Martha son padres de un niño de 11 meses.
Cosme y Martha son padres de un niño de 11 meses.
21 de septiembre de 2014 - 00:00 - Andrea Rodríguez

Cuando nació su primera hija acordaron llamarla Muyu que en kichwa significa “semilla”. Muyu, de 9 años, es hija de Héctor Flores, indígena de Cotacachi y Ayako Wada, una mujer japonesa. Ambos se conocieron hace más de 10 años, cuando ella dejó su país para integrarse a un centro de voluntarios en Cotacachi. Héctor también ingresó a este lugar para prestar su ayuda y conoció a Ayako. Nunca tuvo dificultades para comunicarse con ella, porque después de visitar algunos países de América Latina, esta mujer de origen asiático aprendió a hablar el español con fluidez. Entablaron una sólida amistad que perduró a pesar de la distancia. “Después de que nos conocimos, tuve que viajar a Colombia, porque en ese país me dedicaba a vender artesanías”, comenta Héctor. En esa época, sin Internet y sin celulares, solo tenían una forma de comunicarse: las cartas. Durante cerca de 2 años se escribieron varias veces hasta que Héctor decidió regresar.

En ese entonces, Ayako colaboraba con una comunidad de Íntag en la elaboración de artesanías y producción de café orgánico. Él se unió a esta iniciativa y retomaron la amistad. Salieron juntos durante varios meses, el tiempo suficiente para que su relación madurara y decidieran vivir juntos. Hace poco tiempo, finalizaron la construcción de su casa, ubicada en las afueras de Cotacachi, en la comunidad El Batán.

Familia Flores Wada. Héctor y Ayako tienen tres hijos: dos mujeres y un varón.

Su finca lleva el nombre de Kurikindi y en ella cultivan toda clase de alimentos orgánicos; allí viven con sus 3 hijos: Muyu, de 9 años, Sacha, de 4, y Yura, de apenas 2 meses. Solo su último hijo lleva un nombre asiático. Cuando decidieron vivir en pareja, la familia de Héctor nunca se opuso. “Yo siempre fui bien independiente desde que tenía 12 años. Así que nadie me dijo nada”. La situación de Ayako no fue igual. Su padre fue quien más se opuso a la relación, sobre todo, porque Cotacachi está muy lejos de Japón y eso significaba renunciar a vivir cerca de su hija. Su madre fue menos renuente, siempre estuvo dispuesta a apoyarla. En varias ocasiones, sus suegros japoneses han venido a visitarlos, sobre todo después del nacimiento de sus hijos.

A Héctor le ha costado mucho aprender japonés. Confiesa que desistió de aprender a escribir en japonés, porque es una tarea que considera titánica. Hablar –dice- es un poco menos complicado. Ambos aprendieron a comer y a disfrutar la comida de sus respectivos países. A él le encanta el sushi y a ella el pollo con arroz y los chochos con tostado. Intentan llevar una dieta saludable y, de hecho, lo están logrando. En su finca cultivan verduras orgánicas que luego llevan a la mesa, acompañadas de otros alimentos.

Martha y Cosme nacieron en Imbabura, pero son de culturas diferentes

A ambos los une la diplomacia. Fue por este interés que sus vidas se cruzaron o quizás fue el destino que así lo quiso. Martha Santillán, indígena kichwa de Otavalo conoció al hombre de su vida Cosme Batallas, un afrodescendiente, oriundo de la parroquia de Lita, en la provincia de Imbabura, en un concurso convocado en abril de 2012 por la Cancillería. Se casaron en mayo de 2013, después de un noviazgo que duró cerca de un año. Para Cosme fue un noviazgo especial, porque transcurrió en las aulas. “Pasábamos juntos estudiando y realizando trabajos de grupo”. Cuando se casaron las tarjetas de invitación de su boda y los anillos de matrimonio llevaban grabados una frase: “Cosme y Martha kawsaykaman que en kichwa significa “Cosme y Martha para siempre”.

Familia Batallas Santillán

El hecho de que ambos provengan de diferentes nacionalidades, nunca se convirtió en un obstáculo para su relación. Desde que formalizaron su relación, sus familiares nunca se opusieron. Hoy tienen un niño de 11 meses al que bautizaron con el nombre de Cosme Malki Alejandro Batallas Santillán. En el Registro Civil no les permitieron inscribirlo con 3 nombres, así que decidieron que lleve solo los 2 primeros. Sus familiares y amigos más cercanos solo lo llaman Malki que en kichwa significa rama, descendencia. El moisés de su hijo fue elaborado por una mujer indígena, especialista en diseños de cunas con motivos andinos. Advierte que siempre le gustaron los tejidos y artesanías indígenas de su provincia, Imbabura. Cada uno mantiene sus costumbres y respeta las preferencias del otro, como ocurre en cualquier matrimonio.

Cosme es vegetariano, pero su esposa Martha come carne. Aunque en un inicio, ella se sintió atraída por la dieta vegetariana, después desistió de ella. Ambos son diplomáticos y no solo comparten el interés por esta carrera que quizás los obligará a dejar el país, sino por el deporte, en especial, por el básquet y las largas caminatas. “Nos gusta pasar mucho tiempo en casa, disfrutando de nuestro hijos”, dice Cosme. Martha comenta que no es muy común que una mujer indígena se case con un afroecuatoriano. “Cuando éramos novios, mucha gente se sorprendía al vernos cogidos de la mano o dándonos un beso”.

Para Martha una relación multicultural es una experiencia enriquecedora. De hecho, cada uno puede disfrutar de costumbres que pueden resultar desconocidas para el otro. Por lo general, en las parejas interétnicas, puede ser que uno de los 2 termine cediendo a la cultura del otro, por lo general por aquella del país donde viven. En otros casos, también puede darse un equilibrio, donde ambas culturas convivan entre sí.  

Sus padres no conocen a su pareja

Su relación afectiva comenzó hace 2 años. Patricia M. es mestiza, oriunda de Ibarra y su novio Víctor R. es un joven indígena de la parroquia de Peguche. Se conocieron durante una fiesta del Inti Raymi, cuando una amiga en común los presentó. La atracción fue mutua, así que decidieron conocerse mejor. Salieron durante algunos meses hasta decidir formalizar su relación. La familia de Víctor la acogió con cariño; varias veces le han enseñado a sembrar, a hablar su idioma y la invitan con frecuencia a sus festividades. No ha ocurrido lo mismo con la familia de Patricia. Sus padres todavía no se han enterado de su nueva relación. “Mis padres creen que aún voy a regresar con el padre de mi hija, pero esa relación ya terminó. Ahora somos amigos”. En varias ocasiones, ha tomado el azadón para participar en la siembra, pero no tiene la fuerza para realizar esta actividad. “La primera vez casi me muero. Por eso, admiro a las hermanas de Víctor, porque trabajan la tierra mientras cargan a sus hijos”. Patricia no está dispuesta a esconder su relación por más tiempo. “Tengo derecho a escoger mi pareja, aunque no les guste”.

TESTIMONIO:

‘Mi esposo nació en India y lo conocí en Nueva Zelanda’

Conocí a mi esposo mientras los 2 estudiábamos en Nueva Zelanda. Teníamos intereses comunes, y sobre todo la misma religión, la verdad nos acoplamos bastante bien. Tal vez el hecho de estar los 2 solos, lejos cada uno de nuestros países y en un ambiente diferente nos ayudó a conocernos mejor. Todo el tiempo aprendo cosas nuevas con él, sueño con el día en que pueda conocer la India en persona, porque hasta ahora solo lo conozco a través de las cosas que mi esposo me cuenta.

No somos muy diferentes, creemos que nuestra fe, nuestras creencias, son nuestra base y a raíz de ellas seguimos construyendo nuestra vida. Lo más difícil es estar lejos de su familia, si bien él se ha acoplado bastante en Ecuador, sí queremos estar en un lugar más neutral, donde sea más sencillo movilizarse hacia Ecuador o hacia India, viajar desde aquí al país de mi esposo es caro y eso es algo que no nos hace felices.

Mireya Villacís, guarandeña

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