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El Telégrafo
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Testimonios de los sobrevivientes del 16A

La primera semana fueron días de incansable trabajo para rescatar a las víctimas. Los bomberos cuentan que no dormían y que solo se alimentaban de galletas, atún y agua.
La primera semana fueron días de incansable trabajo para rescatar a las víctimas. Los bomberos cuentan que no dormían y que solo se alimentaban de galletas, atún y agua.
16 de abril de 2017 - 00:00 - Redacción Séptimo Día

“Tenía que salir, porque sabía que mi mamá y mi hija me esperaban”

Lo aprendido en sus años como miembro del Cuerpo de Bomberos de Manta ayudó a Yadira Reyes a mantener la calma en momentos tan críticos como el estar bajo los escombros tras un terremoto. Indica que su devoción creció luego de la tragedia, en especial por la Virgen de Guadalupe, a la que le reza diariamente.

Con escaso aire, en completa oscuridad y con un dolor tan profundo que ya hasta dejó de sentir su cuerpo, la mantense Yadira Reyes trató en lo posible de mantener la calma cuando todo parecía perdido.

Sin conocer la hora, si era de día o de noche, esta mujer de 31 años sabía que no podía desesperarse, porque el agitarse le significaría menos oxígeno para respirar. Ahora, en las afueras de su casa, en el reasentamiento Ceibo Renacer, Yadira asegura que está viva solo por la gracia de Dios, para dar un ejemplo de que la esperanza es lo último que se pierde.

A un año del terremoto, trata de hablar poco de lo acontecido aquellas horas de encierro, donde escuchaba a personas que de a poco dejaron su último respiro esperando a que las rescataran.

“Fue muy duro para mí todo. Recuerdo que unos niños le pedían un helado a su mamá y ella les prometía que se los daría cuando salieran, de pronto los dejé de escuchar. Así, cada vez eran menos voces, pero yo sabía que iba a salir”.

Fueron 57 horas las que ella pasó bajo los escombros del centro comercial Felipe Navarrete. Había empezado a trabajar en el local Todo Papelería una semana antes, de manera temporal, por la época del inicio de clases. “Estaba en perchas y de pronto sentí cómo el edificio tembló y de un momento a otro todo se vino abajo; el dolor era tan profundo que tenía 3 plumas incrustadas en la espalda y ni las sentía”.

Minutos previos a su rescate, los bomberos sacaron a Katty Rezabala y Líber Pincay, a quienes daba palabras de apoyo cuando entraban en pánico. “De mi época como bombera voluntaria aprendí que en estas situaciones las personas deben estar tranquilas, para reservar la mayor cantidad de oxígeno y así tener más posibilidades de sobrevivir, porque si alguien llora, luego se agita y después le falta el aire; si me hubiera desesperado, de seguro ya estuviera muerta”.

Para tranquilizarse cuando escuchaba gritos desgarradores pidiendo auxilio y hasta a otras personas delirando, Yadira pensaba en su pequeña hija, Yurit Menéndez, de 6 años.

Entre risas, pero con un largo suspiro, indica que su familia ya le tenía listo el ataúd y el vestido con el que sería sepultada. “Ellos solo esperaban que saquen el cuerpo para llevarlo a enterrar, pero hubo 2 personas que siempre confiaron en que yo estaba viva: mi mamá, Ligia López; y mi hija. Tenía que salir, porque sabía que ellas me estaban esperando”.

De su madre, indica, es una mujer con varias enfermedades, pero aun así pasó varias horas haciendo guardia a las afueras del Felipe Navarrete, a su espera. “Cuando me sacaron, un compañero bombero, César López, le aviso a mi mamá que yo estaba viva; él me dijo que ella gritó de la emoción y siempre estuvo esperanzada en que yo saldría de ahí”.

Con respecto a su hija, Yadira expresa: “No sé quién le dijo que yo estaba muerta, pero ella les aseguraba que yo estaba en un rincón oscuro y con mucha hambre; mi niña me esperó y yo no le fallé”.

A pesar de haber hecho los trámites correspondientes para enterrar a su hija, Miguel Reyes le rezaba a la Virgen de Guadalupe para que esté viva y salga de los escombros. “Una prima le regaló una virgencita y mi papá se volvió más devoto. Ahora yo también y siempre le rezo junto a mi familia”.

Indica que sus amigos bomberos le indicaron que habían llevado perros rescatistas al lugar, además de maquinaria utilizada para identificar si había personas bajo los escombros. “Pero los resultados eran que no había nadie en el lugar y nosotros estábamos ahí. Me dicen que fue un verdadero milagro que aguantemos tantas horas, cuando el promedio de supervivencia de una persona en esas condiciones tan extremas es de 48 horas”.

De la desgracia, lo positivo es que su familia ahora es mucho más unida y se preocupa bastante por ella. “Me han apoyado en todo mi proceso de recuperación, desde el primer momento”. Después del rescate, Yadira pasó más de un mes sin caminar, debido a las lesiones que tenía por los golpes recibidos y por haber pasado tanto tiempo inmóvil.

Al ser trasladada hacia el hospital Rafael Rodríguez Zambrano, su conviviente, Joel Menéndez, quien iba en la ambulancia con ella, le hablaba, pero no recibía respuesta. “No reaccionaba, fueron momentos muy duros para todos”.

Ya en la casa de salud, entre las primeras cosas que le hicieron fue darle un jugo de naranja con zanahoria. “Antes del terremoto, yo no comía zanahoria, porque no me gustaba, pero ese jugo fue lo más rico que me pude haber tomado, sin pensarlo pedí otro vaso”, destaca entre risas.

“Había muchas personas que me iban a visitar, que yo ni conocía. Me dejaban ayuda, desde comida hasta dinero; no saben lo agradecida que estoy con ellas; las llevo en mi corazón”.

Su estado de ánimo varía con el pasar de la charla sobre cómo ha sobrellevado este año tras el terremoto. “El domingo (hoy) no quisiera ni salir de la casa, pero debo respirar profundo y seguir, no me puedo dejar derrotar, porque mi familia me está viendo, mi hija me está viendo”.

Algo que la ayudó los primeros meses para sobrellevar los recuerdos de las 57 horas que pasó bajo los escombros fue socorrer a otras personas que resultaron afectadas por el terremoto.

“Yo recibía charlas de psicólogos, tenía muchas consultas, pero me hacía falta dar. Recuerdo que un tiempo recaudé ayuda y me fui a un albergue a entregar lo que había conseguido, pero cuando estuve ahí me puse a llorar y no pude seguir. Semanas después, cuando ya estuve mejor, preparamos con mi familia una gran olla de morocho. Lo mejor para mí fue el ver cómo ellos lo recibían, con mucha gratitud”.

En su afán por asistir a las demás personas, volvió al Cuerpo de Bomberos de Manta. “Tuve que hacer unos cursos de actualización y ya estoy nuevamente como bombera voluntaria, desde hace unas semanas. Como no tengo trabajo, apliqué para ser rentada, pero no hay plazas disponibles”.

Esta sobreviviente del 16-A acota que lleva un año sin trabajar; espera conseguir dónde laborar. “Así sea por horas. Necesito trabajar para ayudar en mi casa, hay cosas que no podemos hacer por falta de dinero. Además, espero ingresar a la universidad”.

Para ella, el estar sin trabajo es duro porque pasa mucho tiempo desocupada y piensa más en lo que fue el tiempo encerrada. “Espero trabajar y así despejar la mente un poco”.

De su día a día, cuenta que uno de los momentos más emotivos fue el año pasado, cuando vistió a su hija para el primer día de clases. “Fue algo que es muy rutinario, pero cuando estuve atrapada pensé que nunca más lo podría hacer. De verdad, doy gracias a Dios por esta nueva oportunidad de vida”.

Ahora Yadira junto con su conviviente y su hija viven en Ceibo Renacer, uno de los reasentamientos para damnificados por el terremoto. “Es una casita humilde, pero tengo la linda oportunidad de ver la ciudad por mi ventana, son privilegios que pocos tienen. Hay que saber aprovechar los momentos, porque no sabemos cuándo se nos acabará la vida”.

“Me sentí orgulloso de ver a Ecuador convertido en un país solidario”

La noche del terremoto, Pablo Córdova estaba de turno en el hotel El Gato y quedó bajo los escombros por 47 horas. Cuenta que sus familiares ya lo daban por muerto y que incluso ya le tenían listo el ataúd. Al quedar destruido el edificio se quedó sin trabajo, pero ahora labora en el área de mantenimiento del ECU-911.

Pablo Córdova recorre el ECU-911 y revisa que todo esté en orden. Sus compañeros de trabajo se dirigen a él con mucha admiración y respeto. Desde junio del año pasado_es un servidor público más del Sistema de Servicio Integrado de Seguridad, en Portoviejo.

En el departamento que trabaja (oficinista zonal, en administración y mantenimiento) hay dos compañeros que tienen por apodo el ‘Gato’ y ahora él, pero Pablo es ‘Gato encerrado’, en relación a su historia vinculada con el terremoto de hace un año. Este hombre, de 53 años, fue salvado de entre los escombros por rescatistas colombianos en el hotel El Gato, en donde laboraba desde hacía 17 años como recepcionista. Pasó 47 horas bajo las ruinas del edificio que era de 5 pisos y tenía 36 habitaciones. Fue la persona que más tiempo estuvo bajo los escombros en Portoviejo.

El nexo con sus rescatistas le sirvió para encontrar empleo. Cuando arribó a Manta, el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, y los bomberos del mencionado país, estuvieron en el aeropuerto Eloy Alfaro para recibir a su mandatario e invitaron a Pablo para que los acompañe.

En el lugar también estaba el presidente de la República, Rafael Correa, y Pablo se acercó a saludarlo. De inmediato, el Jefe de Estado abrazó a este sobreviviente y destacó su esfuerzo por seguir vivo y resistir casi 2 días en duras condiciones.

Con el contacto directo con Correa, le pidió ayuda para conseguir un trabajo, ya que debido a la caída del hotel se quedó sin empleo.

Aquel día tuvo la promesa del Presidente de que lo ayudaría. Luego, Correa realizó un recorrido con Santos por la zona cero de Manta, en Tarqui, que por aquellos días (24 de abril) todavía emanaba malos olores y varias cuadras se mantenían restringidas al público. Dos meses después, en junio, ingresó al ECU-911.

La invitación de un café que nunca pudo cumplir

La tarde del día del terremoto, Pablo se sentía extraño, triste, algo que le ha pasado muy pocas veces en la vida, ya que es un hombre optimista, que siempre recibe a las personas con una marcada y contagiante sonrisa.

A las 18:30 recibió a un huésped que siempre llegaba al hotel; era el agente vendedor Ángel Figueroa, a quien Córdova invitó a un café, pero el viajero le dijo que iba a descansar y que lo llamara a las 05:00 del otro día. La invitación del café quedó para el olvido, pues el hombre fue una de las víctimas del sismo.

A las 18:55 de aquel fatídico 16 de abril, Pablo sintió un pequeño temblor, pero no le dio importancia, porque pensaba que era por el cambio de clima._“No me preocupé porque por esa fecha siempre hay temblores, pero de inmediato vino el terremoto y dije: ‘Padre mío, lo que sea tu voluntad’”. 

Con el fuerte movimiento, Córdova se agarró de una viga y perdió el conocimiento. Reaccionó después de 40 minutos, estaba acostado, con escombros a su alrededor, con una losa encima, en un espacio de 60 centímetros de alto y 50 de ancho, lo que le daba escasas posibilidades de moverse.

A medida que pasaron las horas, se acomodó en el estrecho espacio, luego de sacar escombros alrededor de su cabeza. Su celular, que lo prendía y apagaba para ver si había señal cayó al moverse. Lo pudo recuperar al alumbrar el espacio con una linterna que encontró minutos atrás.

Las primeras horas no tenía señal de celular, pues_la red se había caído en Manabí. Ante esta situación optó por apagar el equipo, porque sabía que luego se restablecería el servicio y así podría llamar para que lo saquen del lugar.

Para sobrevivir tomó su propia orina. El saber yoga y artes marciales desde los 18 años le ayudó a mantenerse tranquilo y controlar la mente. Por ratos sentía que le faltaba aire y comenzó en momentos a respirar por la boca después por la nariz. “Había un hedor por los muertos, pero yo trataba de concentrarme en otras cosas para no perder la calma”.

El lunes 18 de abril escuchaba voces y maquinaria arriba suyo; y ahí tuvo esperanzas, aunque estaba preocupado, porque sentía que los trabajos ya eran para remover escombros y no se hacían con cuidado para rescatar a una persona con vida. “Ya pensaban que todos estábamos muertos ahí dentro”.

Ante esta situación, Pablo gritaba por auxilio, pero no tenía respuesta alguna.

Alrededor de las 13:00 prendió su celular, con la esperanza de que por fin hubiera señal telefónica; esta vez ya tuvo fortuna y de inmediato llamó a su esposa, Sonia Zambrano, pero no le respondió.

“Ahí me preocupé por ella, porque pensaba que le había pasado algo. Luego llamé a una amiga de Esmeraldas y ella se encargó de decir que yo estaba vivo”. Tras los contactos, recibió un mensaje de texto del ECU-911, en el que le avisaban que en pocos minutos sería rescatado. “Luego de 3 horas, los voluntarios colombianos me sacaron, me abrazaron y algunos hasta lloraron. Fue una felicidad inmensa al salir y saber que todos en mi familia estaban bien”.

De inmediato, Pablo fue trasladado al hospital Verdi Cevallos, donde le hicieron diversos exámenes para ver su estado de salud. “Fue algo maravilloso, porque no tenía nada, solo el cuello un poco hinchado, además de algunos raspones sin importancia”. Pasó 2 días en observación.

Como anécdota, cuenta que en el terremoto perdió sus lentes. “Y ahora resulta que veo bien, no los necesito”. Asegura que mantuvo la calma mientras estuvo atrapado, pero que sí le pasó por la mente la posibilidad de que iba a morir. “Pensaba en mis hijos (Eliana y Michael), en mi familia”.

Luego de salir, se sintió orgulloso de ver a Ecuador convertido en un país solidario. “Tenemos un Presidente que actuó de inmediato con soluciones”.

A un año de la desgracia, Pablo toma su experiencia como una nueva oportunidad de vida. “Una bendición de Dios, estoy trabajando, me siento contento”.

Cuando escucha de terremotos en otros países, se imagina estar ayudando. “Me gustaría estar ahí”. En su recuperación anímica le ayudó la psicóloga Mariana Bermúdez, de quien se siente muy agradecido porque nunca le cobró.

Por sus vivencias en el terremoto, este portovejense estuvo en octubre pasado en Cartagena de Indias, Colombia, participando en una de las mesas técnicas del III Laboratorio Iberoamericano de Innovación Ciudadana, Labicco.

“Ahí, casualmente, me topé con un indígena de ese país y me dijo que yo tenía un propósito en la vida luego de sobrevivir, que es el ayudar a los más necesitados. ‘Y los más necesitados son los indígenas de tu tierra’, me dijo”. Concluye que va a luchar ahora por ellos. “Como sigue el gobierno de la Revolución Ciudadana, estoy seguro de que habrá mucho apoyo a los sectores más desprotegidos”.

Tras una productiva charla de un poco más de media hora, en la que las palabras motivacionales de Pablo son tan contagiantes como su sonrisa, este superviviente sigue en su trabajo, a través del cual busca compartir con sus compañeros un mensaje de esperanza, de que vendrán días mejores.

“Podrán venir miles de psicólogos, pero esos momentos nunca se borrarán”

El ambiente en la estación del Cuerpo de Bomberos de Manta es de camaradería. Sofonías Rezabala (d), jefe de la institución, destaca que, además del trabajo de su equipo, la ayuda de la ciudadanía fue vital para rescatar a las personas que quedaron atrapadas entre los escombros tras el terremoto de hace un año.

La voz del subteniente Luis Intriago se debilita cuando narra las vivencias de los rescates tras el terremoto de hace un año. “Son tantas cosas que tú recuerdas de esos momentos; por eso digo que este trabajo es muy lindo, pero a la vez tan sacrificado y muchas personas no lo valoran”.

Recuerda que aquel 16 de abril estaba libre. A las 18:30 ya había comprado junto con su hija, de 17 años, la lista de útiles para el período escolar que se avecinaba, en la librería Todo Papelería, en el edificio Felipe Navarrete, en Tarqui, sin imaginarse que esta sería la zona cero en la localidad.

Llegó a su casa y poco después empezó el desastre; todo se movía y escuchó los estruendos de edificaciones cayéndose. De inmediato llevó a su familia a la estación de bomberos, que queda a 3 cuadras de su vivienda y se puso a las órdenes para atender las emergencias. “Desde ahí no paré, trabajé de manera corrida por 78 horas, sin descansar”.

Cuando estuvo de regreso en su casa, lloró al ver a su hija, porque pensó que, de haberse quedado unos minutos más en el edificio Felipe Navarrete, quizás no estaría con vida; en el lugar hubo 93 fallecidos.

“Hemos recibido mucha ayuda para reponernos, podrán venir miles de psicólogos, pero esos duros momentos nunca se borrarán de nuestras mentes. A la hora de dormir tú te quedas con eso, pensando que puede volver a suceder”.

Otro de los rescatistas que participó en las labores posterremoto fue el suboficial Byron Rodríguez, quien los primeros instantes tras el sismo se dedicó a restablecer la señal de radio, para que el equipo pudiera estar comunicado. Poco después se dirigió al hotel Miami, donde ayudó a rescatar a 2 turistas esmeraldeños.

“Estaban atrapados en la recepción del establecimiento, que ya estaba desplomado; tuvimos mucha cautela, sacamos piedra por piedra”. Esa noche eran 130 bomberos que estaban expandidos en toda la ciudad atendiendo las emergencias.

Su hija, de 18 años, quien estuvo en cursos de la institución bomberil, le contó que ella rescató a un bebé en una casa que se desplomó en Tarqui.

“Yo andaba con mi actual esposa y mis hijos mayores salieron con su madre. Ella me contó que mi hija, antes de ingresar a esa casa desplomada, le dijo que me diera un mensaje: que me quería mucho. Se me salieron las lágrimas”. La joven le manifestó a Byron que, si no entraba, se sentiría culpable toda la vida, por ello ingresó.

“En este año, los bomberos han recibido charlas psicológicas. Una sobrina que es profesional en esa rama también me ayudó, pero aún así yo tenía miedo. Pasar por Tarqui y ver cómo estaba la zona fue muy duro y muy triste para mí”.

Luis Intriago, hijo del subteniente mencionado al principio de la nota, también es integrante de la ‘casaca roja’. Está vinculado a la institución desde los 8 años, cuando acompañaba a su padre a las guardias. Desde hace 2 años es bombero rentado. Aquel día estaba de turno.

“El deber nos llamó y de inmediato nos pusimos a trabajar. Lo más duro para mí fue que recién supe cómo estaba mi familia a las 4 horas. A mi casa fui después de una semana”, comenta Luis, quien participó en la recuperación de personas con vida.

Para Andrés Barcia la historia fue diferente. Él colaboró en la recuperación de los cuerpos de las víctimas. “Era muy duro escuchar a los familiares que nos pedían sacar a las personas enterradas con vida. A mí me causó mucho dolor levantar bloques por 5 horas y ver a un niño entre los escombros. Esa imagen no se me borrará nunca”.

La noche del 16 de abril, Alejandro Gatica estaba en Guayaquil, ciudad en la que es bombero voluntario (en Manta es rentado). Sin saber cómo estaba su familia en Manabí, acudió a un llamado de auxilio en el paso a desnivel que colapsó. “Viajé a mi ciudad esa madrugada con los bomberos que vinieron a ayudar y estuvimos en rescates permanentes”.

Al estar con los rescatistas de Guayaquil, tuvo que seguir con ellos. “Yo me quería quedar en Manta, pero tuve que seguir y ayudé en Pedernales, Bahía y Portoviejo. Hasta eso no sabía nada de mi familia, recién después de una semana supe que todos estaban bien y estuve más tranquilo”.

La catástrofe no impidió que 31 niños nacieran en Pedernales

Hilda Alcívar besa a su hijo Jesús, quien cumplirá un año de nacido. A la joven madre le tocó alumbrar en un hospital móvil de Portoviejo. Durmió en las calles y hasta en un criadero de gallos por el temor de que la tierra volviera a temblar. Vive con su esposo y tiene otros 2 niños: Dulce, de 6 años; y Pedrito, de 2.

Todas las tardes, Hilda Alcívar arrulla a Jesús, quien en unos días cumplirá 1 año. Ella, cada vez que lo contempla dormido, recuerda lo que sufrió durante el terremoto del pasado 16 de abril en Portoviejo. La mujer, de 28 años, no alcanzó a completar los 9 meses de embarazo, pues su parto se adelantó.

Esa noche, que ella describe como los peores minutos de su vida, no pudo evitar un fuerte golpe en su abultado vientre contra el marco de la puerta, cuando intentó salir apurada de su casa. Sus piernas se hincharon, perdió el conocimiento y debió ser cargada para salir a las calles. “Ese día sentí que las paredes me caerían encima y que mi esposo nos encontraría sepultados”.

Junto con su familia y sus otros 2 hijos durmieron en la calle, donde fueron instaladas carpas. También pernoctó en el comedor de un complejo y hasta en un criadero de gallos. “Dormimos en colchones en el piso y para bañarnos lo hacíamos con agua de un pozo, pero nos enfermábamos y por los niños acudimos a las casas de otros familiares”. El trajín que vivió la hizo perder 20 libras que no ha recuperado en este tiempo.

“Pero esa no era mi preocupación sino dónde nacería mi hijo”. La clínica que atendería su parto se desplomó y su médico dejó Manabí. Al pasar los días, Hilda tuvo que buscar quién traería al mundo a su hijo, aguantar los dolores hasta que recibió la noticia de que su hijo nacería antes de tiempo.

Así fue. El mismo día que Pedrito, su segundo hijo, cumplía 2 años, la dejaron en un hospital móvil. Allí, el 22 de abril, alumbró. Recuerda que todo era muy estrecho y que la tuvieron que pinchar algunas veces para ser anestesiada. “Estaba muy asustada, porque no veía a mi hijo. Al siguiente día lo pude tener en mis brazos. Es una segunda oportunidad de vida para mí y mi niño. Todo lo que he pasado y seguimos pasando sirvió para que mi Jesús esté vivo”.

Andrés Vinueza, gerente institucional para la disminución de la muertes maternas y neonatal del Ministerio de Salud Pública (MSP), indicó que el 16 de abril en Pedernales, en la llamada zona cero, se dieron 31 nacimientos.

El funcionario dijo que en Manabí, en abril de 2016, se registraron 1.809 nacidos vivos, mientras que en Esmeraldas, 669. En la ‘Provincia Verde’ del 15 al 17 de ese mes hubo 22 nacidos.

Según la Organización de las Naciones Unidas, 20.000 mujeres embarazadas estuvieron en riesgo en ambas provincias. El MSP dio cobertura a 25.000 albergados, incluidas las gestantes, en 14 campamentos montados en esas zonas. Además, movilizó a 300 profesionales, en las primeras horas, que se relevaban.

La portovejense Daniela Mendoza se convirtió en madre el día del terremoto, pero lo hizo en una maternidad de Tabacundo, en Quito. “Las ventanas que estaban en la sala se movían; las enfermeras me decían que se trataba de un temblor, pero al día siguiente me enteré de todo”. Ella perdió a 9 familiares que fallecieron a consecuencia del fuerte movimiento telúrico.

En Guayaquil, ese día, en el Gineco Obstétrico Enrique Sotomayor de la Junta de Beneficencia, hoy llamado Hospital de la Mujer Alfredo Paulson, nacieron 47 niños, entre  las 00:17 y 22:40. También recibieron entre el 16 y 19 de abril a 26 pacientes; 5 pertenecían a Esmeraldas y 21 a Manabí (24 de Mayo, Bolívar, Jipijapa, Manta, Olmedo, Paján, Pichincha, Portoviejo, San Vicente, Santa Ana y Tosagua). 

La caña ‘resiliente’

Después del terremoto la caña se convirtió en un sinónimo de resiliencia. El grupo de teatro La Trinchera, dirigido por Nixon García, montó Mancha e’ caña a partir de la idea de reconstrucción de una provincia herida, esta vez sobre bases más fuertes.

La obra solo ha podido montarse en su totalidad en Manta por la complejidad de la escenografía.

El deporte

Tres futbolistas que integran la selección de fútbol playa que se clasificó al Mundial de Bahamas sufrieron los estragos del movimiento telúrico. Los manabitas Stalin Moreira, Jorge León y Carlos Saltos se quedaron sin vivienda.

Pese al revés, lucharon por representar al equipo nacional. Tanto Stalin como Carlos resaltan que la selección de fútbol playa ha sido una buena terapia para ellos. (I)

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