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Otros dos vehículos con provisiones arribarán hoy al balneario y seguirán hasta Muisne

"Mucha fuerza, somos hermanos", es el mensaje de los voluntarios en Cojimíes

Los estudiantes de la PUCE llevaron donaciones a varios recintos en Cojimíes, como Boca de Tagua. Esta es una comunidad donde habitan 90 personas.
Los estudiantes de la PUCE llevaron donaciones a varios recintos en Cojimíes, como Boca de Tagua. Esta es una comunidad donde habitan 90 personas.
Foto: Amanda Granda / El Telégrafo
22 de abril de 2016 - 00:00 - Amanda Granda

Desde Cojimíes.-

José Payosa, dirigente de la comunidad de Cojimíes (una playa cercana al cantón Pedernales), cuenta que tras el sismo del sábado pasado la gente se está alimentando de lo que solía comprar para la semana y de la pesca que guardaba.

Mientras camina por la cancha de la comunidad que dirige informa que las autoridades le indicaron que hay muchas instituciones públicas, privadas, universidades, ONG, colectivos... que están enviando ayuda y que pronto les llegará. Y así fue.

Un grupo de 6 voluntarios de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE) arribó hasta esa localidad y entregó 83 kits de alimentos. Diego Jiménez, quien dirige el programa de voluntariado de esa universidad, le extiende la mano a Payosa y él se la aprieta con fuerza usando sus dos manos.

Conversan un poco y la primera entrega que realiza el grupo inicia. Se organizan con rapidez. Sebastián Samaniego, estudiante de Nutrición, sube hasta el techo de un camión  lleno de víveres que logró juntar la comunidad educativa jesuita (5 toneladas). Sus compañeros David Medina, de Derecho, y Danny Usca, de Ingeniería Comercial, lo ayudan. Quitan los seguros y empiezan a desembarcar la ayuda.

La gente sale de sus casas, se aglomera, pero Jiménez y Payosa les indican que vayan hasta sus viviendas, que la entrega será puerta a puerta. Las personas se esparcen en dirección a sus casas y vuelven a sentarse en su sitio de guardia.

Mientras los chicos se encargan de bajar las cajas que contienen los kits que se armaron previamente en la PUCE, Andrea Castro (Psicología), Mishel Fabara (Nutrición) y Lorena Serrano (Periodismo, de la USFQ) conversan con la gente, los niños, y les ayudan a organizarse.

Tienen un poco de premura,  pues el reloj marca las 18:00, y apenas inicia la entrega. Las chicas vuelven a la furgoneta que las transporta y los varones se quedan en el camión. Después de un recorrido de 10 minutos los vehículos se detienen frente a otro camino de tierra, que conduce hasta Boca de Tagua, otra comunidad en la que habitan  90 familias, informa María Panzo, presidenta de esa zona.  

El carro avanza hasta una cancha de cemento. Ahí los arcos de fútbol se transforman en improvisadas paredes de un grupo de 20 personas que no pueden volver a sus casas. Panzo cuenta que sí les ha llegado ayuda (ropa, cobijas, asistencia médica), pero no alimentos.  

Jiménez saluda a todos y les dice: “Mucha fuerza. Somos hermanos”. Mientras se concreta la entrega, la oscuridad cubre toda la zona. Los niños juegan a un lado de la cancha y David Cheme, de 6 años, le pregunta: “¿qué nos trajeron”?. “¡Comida!” exclama una niña de 7 años que se pasea luciendo un vestido “nuevo”, parte de las donaciones que recibió su familia en la mañana.  

David se alegra, se da un masaje en el estómago, y dice, al fin “seco de pollo” y corre hacia su mamá Luisa Ayosa, quien sostiene en sus brazos a un bebé de 8 meses.
Después de entregar los aportes Jiménez pregunta: ¿quién necesita pañales? Ayosa levanta la mano y se dirige a la fila. Además de los kits, el grupo de voluntarios también llevó productos de aseo personal, papel higiénico, pañales, toallas sanitarias y medicina.   

Los voluntarios terminan su trabajo ahí, y salen con premura al otro. El grupo cuenta con la ayuda de 4 miembros del Ejército, entre ellos el mayor Mauricio Velásquez y un equipo de la Secretaría Nacional de Educación Superior, Ciencia, Tecnología e Innovación (Senescyt).  

Gabriela Gallardo indica que todas las universidades han brindado ayuda. Se espera que hoy lleguen dos convoyes: uno de la Universidad Técnica de Ambato y otro de la Universidad del Azuay.  

La próxima entrega se realiza en Abdón Calderón, Estero Maluco, Chidol y Agua Fría. Son las 23:00 y la gente de esa comuna sale de sus casas y se enfila para recibir la ayuda. Al terminar la última donación, la gente aplaude a los jóvenes,  algunos se acercan a agradecer personalmente. Un coro de “dios le pague” se escucha.

Jiménez se dirige a las personas y les dice: “que Dios les bendiga”.

La jornada termina cerca de las 24:00. Los jóvenes voluntarios exhaustos suben en la furgoneta y como parte del cierre de su labor Sebastián les pide que hagan una pausa, que cierren los ojos e inhalen toda la gratitud de la gente, la esperanza que sintieron, de la misma forma -les dice- que exhalen  el cansancio, pues el trabajo se ha cumplido. Les espera una nueva jornada, esta vez en Muisne, Esmeraldas. (I)

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Hasta ayer, manta reportaba 174 fallecidos identificados

Los bomberos no detienen su labor de rescate durante las noches

Foto: William Orellana / El Telégrafo

Las personas caminan por inercia en la llamada zona cero de Manta. La luz de la luna llena es la única que permite distinguir la destrucción de cientos de edificios de la parroquia Tarqui, cerca de la playa.  Desde allí, cuenta la historia, nació el puerto manabita porque comenzaron a levantarse hoteles y otros edificios. Hoy, justo en este lugar, miles de personas se aglomeran afuera de la Unidad de Policía Comunitaria (UPC), tras el terremoto.

Llevan tickets en mano para retirar las donaciones. Muchos fueron beneficiados en la mañana y tarde, pero la gente sigue llegando. Uno de los ciudadanos  tiene el número 1.500 y asegura que detrás de él hay unos 3.000 más.   

En medio de la multitud, una madre carga un colchón y grita el nombre de su hija, que se le confunde entre las sombras.
Otros damnificados abandonan la fila y rodean los camiones o vehículos con donaciones, que están estacionados en la avenida principal. Muchos están allí para entregar víveres o ropa de forma personal.

Cuando avanza la noche, las calles se van quedando vacías, solo quedan policías, militares, bomberos rescatistas y uno que otro afectado que se arriesga a vivir en casas con fisuras. A ellos se los divisa porque se observa la luz de una vela a lo lejos. Otros no ingresan a las viviendas por temor a las últimas réplicas, y tratan de descansar en colchones asentados en las veredas. En ciertos sectores de Tarqui es inevitable no usar mascarillas. El olor de los cadáveres comienza a aparecer, pues han pasado más de 100 horas.

A pesar del tiempo y de la noche, bomberos voluntarios (nacionales y extranjeros), siguen en su trabajo e incluso logran recuperar personas con vida. Desde el hotel Felipe Navarrete se ha conseguido sacar 7 personas. (I)

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