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Terremoto en Ecuador 100 días

Los desplazados luchan en otras tierras para levantarse y empezar desde cero

La familia permanece unida. Los albergues acogen a más de 9.000 personas que lo perdieron todo en el terremoto. La unidad familiar es vital para salir adelante.
La familia permanece unida. Los albergues acogen a más de 9.000 personas que lo perdieron todo en el terremoto. La unidad familiar es vital para salir adelante.
Foto: Rodolfo Párraga/El Telégrafo
26 de julio de 2016 - 00:00 - Redacción Regional

Cuenca-Latacunga-Riobamba.-

El desastre ocurrido a mediados de abril en el territorio manabita y esmeraldeño provocó un fenómeno que no constaba en la agenda de las autoridades.        

La Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) informó en mayo que al menos 73.000 personas se desplazaron de sus hogares a otros sitios por causa del terremoto. Se trata de familias enteras que perdieron sus casas y sus bienes o que debieron marcharse por su seguridad ya que sus viviendas corren el riesgo de caer. Los recientes remezones de la semana pasada, algunos superiores a 5 grados, provocaron miedo a los que se quedaron y preocupación entre quienes salieron de sus ciudades de origen, pero aún conservan a sus allegados en esas urbes.   

Riobamba y Chambo, en Chimborazo; Sevilla de Oro, en Azuay; y Latacunga en Cotopaxi, son algunas de las ciudades hasta donde llegaron estas familias. Kléver Dalgo tuvo que recibir a sus tres hijos procedentes de Manabí y sus respectivas esposas, así como a sus nietos en una pequeña vivienda de la escuela Fe y Alegría de Riobamba. Allí presta sus servicios como conserje.

“Ha sido terrible. Tenemos que buscar la manera de apoyarnos hasta que ellos puedan encontrar trabajo. Todos son futbolistas, pero saben desempeñarse muy bien en otras cosas” señaló.

La historia de Jorge Mesacha, quien llegó a Riobamba junto a su conviviente y tres vástagos demostró la solidaridad de los riobambeños para que estas familias puedan salir adelante. Con la ayuda de empresas privadas, así como de la ciudadanía logró establecer un negocio ubicado en la vía a Penipe, conocido como ‘El Sabor de Pedernales’.

En este lugar ofrece la gastronomía costeña y en poco tiempo muchas personas ya son clientes del lugar. “Ellos merecen apoyo”, señala Fausto Tamayo, riobambeño. Aunque su situación económica era buena en Pedernales, el terremoto no acabó con sus sueños.

“Decidimos emigrar porque mis hijos tienen terror de estar ahí, por ello solicitamos ayuda para establecernos en esta ciudad y abrir un negocio. Aquí teníamos recelo, pues no sabíamos cómo nos iba a ir. Nos dimos cuenta de que los ecuatorianos somos unidos y me han ayudado demasiado”, indicó Mesacha.

A casi 102 kilómetros de la capital chimboracense hay más grupos familiares que dejaron todo y ahora están asentados en Latacunga.

Uno de ellos es Luis Antonio Delgado, un manabita de la tercera edad que vivía en el sector de Tarqui, en Manta. Esta zona es una de las más devastadas por el movimiento telúrico de 7,8 grados.

Junto a su esposa, dos hijas y su yerno se dieron cuenta de que pese al amor por su tierra, les llegó el tiempo de migrar. Todos decidieron aceptar la invitación de Patricio Guanoluisa, esposo de María Delgado, una de sus hijas. Patricio los recibió en su domicilio y los apadrinó económicamente para que reconstruyeran su panadería. Esta vez en suelo serrano. Es así como nació ‘Mi Manta’, panificadora y pastelería ubicada en el sector El Ñágara (sur de la urbe). El local se inauguró hace un mes y medio.

Atienden de domingo a domingo y ofertan toda clase de productos de pan y delicatesen. “Gracias a Dios, sí nos está yendo bien. Ojalá las cosas sigan así”, dijo Guanoluisa, para quien es un alivio ver que sus familiares salen adelante. Los Delgado no planean volver a la tierra que los vio nacer. El suelo sigue temblando y prefieren recordar a su ciudad natal como era antes de la catástrofe.

Según el Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES) un total de 26 familias que se ofrecieron voluntariamente para ser acogientes, albergan a unas 50 personas oriundas de Manabí y Esmeraldas. La provincia del Azuay también acoge a damnificados por el desastre. Fanny Villavicencio y Danny Vega, junto a su pequeño hijo, de 5 años, aún recuerdan ese día y son agradecidos con Dios por mantenerlos en pie. Ellos vivían en el sector de Tarqui. Perdieron su vivienda y tuvieron que llegar hasta territorio azuayo para refugiarse en la casa de Sergio Villavicencio (padre de Fanny). La morada está ubicada en la comunidad de La Unión, del cantón Sevilla de Oro.

“Cuando ocurrió el movimiento telúrico yo estaba en mi trabajo (almacén de calzado). Se movió todo con fuerza y muy asustada salí del lugar. El miedo fue peor cuando vi la destrucción a mi alrededor. Enseguida fui a buscar a mi hijo que en ese momento estaba con mi esposo; afortunadamente no sucedió nada”, recuerda una nerviosa Fanny.

Conforme pasaban los días, sostuvo, la situación se complicaba. “La ciudad quedó destruida, mucha gente muerta y el movimiento de la tierra continuaba. Luego de tres días del terremoto me vine a Sevilla de Oro a vivir junto a mis padres”, relató. En el hogar de sus progenitores escuchó durante una sabatina sobre el apoyo del Gobierno, con el bono de acogida. “Me fui al MIES y efectué los trámites necesarios para ser beneficiaria de esa ayuda”, reconoció. Sergio Villavicencio (padre de Fanny) recibe esa compensación.   

Técnicos de acompañamiento familiar de la Dirección Distrital de Gualaceo del MIES visitan a la familia Villavicencio Vega. En Azuay, hay otras 9 familias en diferentes puntos. Todas reciben ayuda y asesoría para que emprendan negocios. El objetivo es ganarle al miedo. (I)

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