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Gabo, el patriarca de la soledad

El ganador del premio Nobel de Literatura 1982 falleció tras dos semanas de padecer complicaciones pulmonares.
El ganador del premio Nobel de Literatura 1982 falleció tras dos semanas de padecer complicaciones pulmonares.
Foto: Internet
18 de abril de 2014 - 00:00 - José Miguel Cabrera Kozisek

Gabriel García Márquez dejó de respirar este 17 de abril en su casa en México DF. Hace dos semanas el premio Nobel de Literatura 1982 estuvo internado en el hospital Salvador Zubirán de la capital mexicana, y sus familiares evitaron dar información. El traslado desde el centro de salud hacia su casa en El Pedregal (al sur del Distrito Federal), tenía sabor a resignación.

Fue el primer hijo del matrimonio entre Gabriel García y Luisa Santiaga Márquez, la unión no aprobada del padre de la novia, el coronel Nicolás Márquez. El coronel, militante del Partido Liberal de Colombia, consideraba que su hija merecía algo mejor que un telegrafista –como Florentino Ariza, el protagonista de El amor en los tiempos del cólera–, que de paso era conservador.

Luisa y Gabriel huyeron y solo el embarazo de ella fue motivo para que el coronel se ablandara. Luisa regresó a su natal Aracataca para recibir los cuidados de su madre, Tranquilina Iguarán, antes de dar a luz a su primer hijo, mientras su esposo se quedaba en su farmacia en Barranquilla.

El 6 de marzo de 1927 nació en el seno de una familia recién reconciliada. Sus primeros años los vivió en Aracataca, criado por sus abuelos, mientras sus padres atendían su farmacia en Barranquilla, pues no estaban en condiciones de cuidar a un niño. Fue una decisión tomada al calor de la precariedad, pero fundamental para la obra del escritor.

El primer párrafo de ‘Cien años de soledad’ prueba lo fundamental que fue su relación con su abuelo en la niñez. Narraba la realidad más mundana como si fuera el más alucinante descubrimiento de la alquimia. La relación con su abuelo, el coronel Márquez, es más que rastreable en su obra.

El mayor ejemplo es el primer párrafo de Cien años de soledad –talvez la frase de inicio de novela más repetida en lengua española en el siglo XX–: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía hubo de recordar aquella tarde remota en que su abuelo lo llevó a conocer el hielo”, historia del coronel Márquez y su nieto ‘Gabito’.

Criado en un pueblo cuya actividad giraba en torno a la producción del banano, las historias, las experiencias y las personas que conoció García Márquez a través de su abuelo le significaron un mundo narrativo y épico del mundo que fue combinado con la influencia de las mujeres de su casa, sus crédulas tías, portadoras de historias y creencias tan religiosas como mágicas y fantasmales.

Muerto su abuelo, ‘Gabito’ se mudó con sus padres cuando ya no era el único hijo. Años después fue a estudiar la secundaria a un liceo de Zipaquirá, donde inició la lectura de los autores que señalaría como sus maestros y grandes emblemas: Franz Kafka y Virginia Woolf, pero sobre todo, William Faulkner.

Graduado de la secundaria a los 20 años, se mudó a Bogotá para estudiar Derecho en la Universidad Nacional de Colombia, que abandonó para dedicarse plenamente al periodismo, profesión que consideraba “el mejor oficio del mundo”, un trabajo del que años después dijo que le había servido “para no perder contacto con la realidad”. 

Era aún un universitario cuando en Colombia estalló el ‘Bogotazo’ con la muerte de Jorge Eliécer Gaitán. Ese día –escribió en sus memorias inconclusas, Vivir para contarla– tuvo la certeza de que para Colombia empezaba el siglo XX.

García Márquez era dueño de un verbo capaz de expresar, como quien no quiere la cosa, la más mundana de las realidades como si fuera el más alucinante descubrimiento de la alquimia.

Supo escribir la realidad latinoamericana de la forma en que era necesario: a partir del sistema de creencias que lo influenciaron en su infancia, una idiosincrasia que toma forma en la tradición popular latinoamericana, llena de una magia que se inculca como chip de generación en generación. Aquello que Alejo Carpentier llama “lo real maravilloso”, y que la Literatura conoce como el realismo mágico.

   

La familia dijo que el cadáver será cremado

Los restos mortales de Gabriel García Márquez serán incinerados en una ceremonia privada, informó su familia en un comunicado. El documento no precisó la fecha de la cremación ni el destino final de los restos, pero avanzó que en la funeraria donde se encuentra el cuerpo “no se llevarán a cabo honras fúnebres”.

En Colombia, el presidente Juan Manuel Santos ha decretado tres días de luto por el fallecimiento. “¿Qué es la crónica de América Latina sino una historia de lo real maravilloso en lo real?”, se preguntaba alguna vez Carpentier. Y esa es de alguna forma la filosofía de García Márquez en sus novelas.

Cien años de soledad es un relato de la realidad de nuestro continente. Ahí se describen, a través del coronel Aureliano Buendía, las guerras entre liberales y conservadores; el dominio del capital extranjero en la América hispana desde la United Fruit Company; o la idiosincrasia casi rural del pueblo latinoamericano, con Macondo.

Luego, con El otoño del patriarca, habló de las dictaduras aliadas a los yanquis, tan en boga en la América Latina de los 60, 70 y 80, que fueron las épocas de García Márquez, un autor retirado hace ya 10 años.

Pero García Márquez era más que el escritor colombiano que ganó un Nobel de Literatura en 1982. Cuando recibió el mayor galardón al que un novelista aspira, ya era un enorme y cálido periodista.

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Iniciado en la narración en el oficio del periodismo, se le conocía por sus trabajos como la historia en entregas del sobreviviente de un naufragio que más adelante se publicó en Relato de un náufrago, historia que por cuestiones estéticas decidió escribir en primera persona, como años después hiciera con La historia de Miguel Littín clandestino en Chile, sobre el cineasta exiliado que volvió a su país para hacer a escondidas un documental sobre Pinochet en la década de los 80.

Sus crónicas sobre el náufrago le valieron ser enviado como corresponsal a París en 1955, cuando aún era un delgado periodista que tenía las cejas de Groucho Marx. Años después, con el triunfo de la Revolución Cubana, García Márquez fue a visitar a Fidel Castro y conoció al Che Guevara, y ahí se quedó para formar parte de la agencia noticiosa oficial Prensa Latina.

Creador de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), García Márquez destacaba en el género de la crónica, que permite al reportero contar las historias con una mirada. Hoy, la FNPI, con sede en Cartagena de Indias (Colombia), es la escuela por la que pasan los llamados “nuevos cronistas de indias”.

Ayer, en su cuenta de Twitter, el periodista Diego Fonseca escribía: “A cuánta gente hizo feliz el tipo. A cuánta tocó. Ya escuché a unos decir: El domingo resucita”. Morirse un Jueves Santo –como Úrsula Iguarán– solo fue terminar de entregarse a ese realismo mágico que le dio voz a la literatura latinoamericana. Gabo es inmortal, como Melquíades.

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