Son las 07:00 y el trajín de Guayaquil avanza a ritmo acelerado. En la esquina del Servicio de Rentas Internas (SRI), de la Avenida Orellana, ejecutivas con el maquillaje a medias llegan presurosas a sus oficinas, mientras que los ejecutivos buscan el mejor lugar para parquear.

Flavio Sancan, de 74 años, llama cauteloso a los individuos para ubicarlos en un lugar. Viste sandalias, sombrero y un chaleco verde que lo que identifican como cuidador. Con una franela en su mano llama la atención y muestra los espacios disponibles. Una vez que cada cliente estaciona su automóvil, les solicita que dejen su carro en neutro para moverlo en el caso de que nuevos autos puedan caber en el espacio. 

Avanza la mañana y el sol intenso quema sus hombros, espalda y pies; pero Flavio corre de un lado a otro porque debe  estar pendiente; siempre hay un ‘sabido’ que se va sin pagar, contó.

Flavio se dedica a este oficio desde hace apenas cuatro meses. Este manaba proveniente de Jipijapa, llegó a Guayaquil en 1980 cuando se enteró de las invasiones de terrenos en lo que ahora es La Prosperina, en donde ahora reside.

“Vine con mi esposa por un año, pero aún seguimos aquí”, recordó con una sonrisa. En la ciudad aprendió labores de albañilería. De allí obtuvo los recursos suficientes para criar y educar a sus tres hijos. Dos años atrás, falleció el ingeniero que lo contrataba y Flavio perdió su empleo.  

En su necesidad de trabajar, agarró un cajón y salió a betunar zapatos. Con el pasar del tiempo se ganó la amistad de los otros cuidadores de carros y ellos le ofrecieron un ‘chancecito’ para que también labore como cuidador.

Dice con seguridad que mientras haya vida seguirá trabajando, a pesar de que le aqueja una discapacidad auditiva del 48% que cree que ha ido en aumento. Busca apoyo del Ministerio de Salud Pública para conseguir un nuevo audífono.

Llegadas las 18:00, Flavio se retira a su hogar con los $ 15 que ganó ese día. (I)