Es cerca de medianoche y en el mirador del cerro Paraíso se reúnen diferentes grupos de personas. En un Toyota Corolla verde estacionado al final de la calle no se observa a nadie, pero los repetitivos movimientos de izquierda a derecha dan a suponer que hay personas y que están ocupadas.

En la gruta de la Virgen, un cuarteto se fotografía. Pero el grupo que más llama la atención está en una furgoneta amarilla, de esas que dicen “expreso escolar”, pero en ella no hay estudiantes -o al menos no escolares- sino un grupo de tres jóvenes de no más de veinte años; dos de ellos con guitarras y aguardiente en mano se inspiran para crear música y el otro, en cambio, hace una densa nube de humo blanco.

Cada quien está en sus menesteres, cuando una patrulla de policía aparece en el lugar y con el primer canto de su chicharra cambia toda la actividad. El Corolla verde ya no se bambolea y sus ocupantes deciden que es hora de tomar aire; a los jóvenes de la gruta no les importa la presencia policial, al parecer son inocentes de lo que sea. Los que sí se muestran preocupados y apresurados son los músicos de la furgoneta, que no deciden si lo mejor será abrir todas las ventanas o más bien cerrarlas.

La patrulla no pierde tiempo y va directo a ellos. “Jóvenes, bájense del vehículo y muéstrenme sus documentos”, dice un gendarme de piel negra. Apenas se bajan el agente reacciona. “Uuuhhh, pero si eso es cripy, bájense, bájense, que ustedes están ‘grifotes’”, dice. Aquí comienza la negociación. El intercambio de palabras dura un par de minutos.

Por un momento parece que los chicos terminarán en la camioneta, pero el inconveniente finalmente termina cuando se acercan disimuladamente y depositan sus celulares en la parte trasera del carro policial, regresan a la furgoneta y se marchan. Mientras se alejan el agente levanta la voz y entre risas dice: “recuerden que esto es una colaboración voluntaria”. Luego recoge los móviles, los mete disimuladamente al bolsillo y se va. (I)