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El Telégrafo
José Velásquez

De afganos y prejuicios

30 de agosto de 2021 - 09:32

Se compra en Amazon, se mira la serie de moda en Netflix y Siri responde nuestros comandos. ¿Café colombiano? ¿Auto alemán? La era de la globalización es el universo del consumo y la conexión, pero es también el tejido de la interdependencia. Quizás no nos enteremos mucho en este rincón del planeta pero los incendios forestales en California y Europa quizás terminen por trastocar el mercado vinícola y tendremos que pagar más por esa botella de Tempranillo.

Cierto es que un mundo globalizado es cada vez más pequeño por aquello de la luna de miel tecnológica, pero la hilera de fichas de dominó que se activa en una esquina suele terminar en la otra. Y la decisión de Ecuador de acoger temporalmente a migrantes afganos es exactamente eso: Estados Unidos fue generoso con nosotros con la donación de vacunas y cuando la administración Biden tuvo una papa caliente en las manos decidió cobrarnos el favor.

Cualquier berrinche rabioso es, por lo menos, un acto de ingenuidad; y ese pataleo nacionalista y el caprichito sectario es la ignorancia demagógica caminando de la mano de algún complejo. Dicen que el prejuicio es síntoma de temor o de ignorancia y se nota claramente cuando se le pone un membrete a la diáspora afgana con los ojos cerrados.

La guerra en Siria que arrancó hace una década desplazó a casi seis millones de personas. En América Latina hubo países como Brasil, Uruguay y Chile que acordaron abrir las puertas y recibir a miles de refugiados. Ecuador no tuvo una postura formal pero los sirios llegaron sin cartel y sin visas, y quizás por eso no recuerdo haber visto tantas rabietas. En Guayaquil conocí a una pareja que preparaba y vendía dulces en una isla de un centro comercial. Recuerdo que el señor tenía un hueco en la camisa y apenas hablaba español, pero ahí estaba, de pie y honesto labrando una segunda oportunidad.

En Guayaquil los sirios se mimetizan en una ciudad enriquecida por la migración de chinos, libaneses, italianos, colombianos y venezolanos, entre otras nacionalidades. Lo que pasa es que no es lo mismo un éxodo causado de golpe por una crisis humanitaria que las olas migratorias que se originan en motivos económicos.  Por eso es un error intentar comparar a nuestros compatriotas que parten hacia el norte con los afganos que huyen de su país. Claro que ambos buscan días mejores a costa de enormes sacrificios y riesgos, pero pensar que la mayoría de migrantes venezolanos y afganos son peligrosos es un desatino tan grande como creer que todos los ecuatorianos que se marchan a otros países son ciudadanos ejemplares. Hay muchos tonos grises en el tránsito de personas.

Por supuesto, la migración que vemos hoy es un fenómeno estrechamente vinculado a la globalización porque junto con la venta de productos y servicios se moviliza el talento humano y se activa un mercado laboral transnacional. Más de la mitad de mi carrera la hice en medios internacionales, dentro y fuera del Ecuador. En la sala de redacción a la que hoy me debo hay profesionales de 22 países y tengo varios colegas y amigos musulmanes. A nadie se le despeina la barba por escuchar un acento distinto.

Pero por supuesto, si vamos a ser anfitriones tenemos que estar en capacidad de formalizar una atención y viabilizar las oportunidades. No vaya a ser que dejemos a los afganos de pie bajo la lluvia y luego les exijamos que no se mojen. El Ecuador no fue eficiente en el manejo de la población venezolana, ni como recién llegados ni como residentes. Duplicar esa inoperancia con los afganos sería una irresponsabilidad con propios y extraños.

Que cada uno se arrope hasta donde le alcance. Alemania ha ofrecido proteger a unos 150.000 afganos; Pakistán recibirá 10 veces esa cantidad. No se trata de ser pobre o rico, chico o grande. Se trata de tener una postura diplomática que nos permita alinearnos con las causas justas y, de paso, hacer un frente común con los países amigos. Porque la globalización no es solamente que los chocolates ecuatorianos lleguen a la puerta de una casa en Estados Unidos, o que  allá en Ambato alguien estudie una maestría en una universidad española. Vivir en el mundo de hoy supone tener una mentalidad menos doméstica y conectarse con la agenda de un mundo que cada vez gira más rápido.

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