Ecuador / Jueves, 11 Diciembre 2025

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Lo que en realidad cuentan los villancicos que cantamos cada Navidad

Del “Noche de paz” al “burrito sabanero”: lo que no escuchamos cuando cantamos villancicos
Foto: Internet
Cada diciembre las cantamos casi en piloto automático: “Noche de paz”, “los peces en el río”, “el burrito sabanero”. Nos sabemos los coros de memoria, pero rara vez pensamos qué estamos diciendo. Detrás de esos villancicos hay historias de guerra, pobreza, viaje y nostalgia que la Navidad suele disfrazar de simple alegría.

Cantamos en automático: “Noche de paz…”, “los peces en el río…”, “el burrito sabanero…”, “Blanca Navidad…”. Van saliendo de memoria mientras cocinamos, manejamos o armamos el árbol, pero pocas veces nos detenemos a pensar qué están diciendo realmente esas letras que repetimos año tras año. Detrás de cada villancico hay una historia de pobreza, viaje, nostalgia, fe o esperanza… y, a veces, también de puro absurdo.

De canción del pueblo a banda sonora de la Navidad

Antes de ser “música de centro comercial”, los villancicos fueron canciones del pueblo. El término viene de villa y villano: se cantaban en las villas, por campesinos y gente de clase baja, sobre temas cotidianos —cosechas, amores, noticias recientes—, sin relación directa con la Navidad.

Con los siglos, especialmente a partir de la Contrarreforma, la Iglesia aprovechó esa forma popular para transmitir mensajes religiosos: las letras empezaron a hablar del nacimiento de Jesús, la Virgen, los pastores. Así, el villancico dejó de ser solo una canción del pueblo para convertirse en la banda sonora de la Navidad, sin perder del todo su tono cercano, doméstico y hasta juguetón.

“Noche de paz”: una calma compuesta en medio de la incertidumbre

“Noche de paz, noche de amor” suena casi como un suspiro colectivo después de un año difícil. El villancico nació en Austria a inicios del siglo XIX: la letra la escribió el sacerdote Joseph Mohr en 1816 y la música la compuso el maestro y organista Franz Xaver Gruber en 1818. La interpretación más difundida sitúa su estreno en una pequeña iglesia, cuando el órgano se dañó y hubo que adaptarla a guitarra.

Que una canción tan sencilla se haya convertido en himno mundial no es casual: habla de una noche tranquila y luminosa, de un niño humilde que llega a un mundo convulsionado. En plena Primera Guerra Mundial, por ejemplo, se usó en treguas espontáneas entre soldados enemigos; décadas después la UNESCO la declaró patrimonio cultural inmaterial de la humanidad.

Cuando la cantamos, muchas veces solo pensamos en “que ya es Navidad”, pero en el fondo es una especie de protesta suave: frente al ruido, la violencia y la incertidumbre, alguien se atreve a imaginar una noche de paz.

“Los peces en el río”: una Virgen que lava, peina y cría

“Pero mira cómo beben los peces en el río…” es probablemente uno de los villancicos más enigmáticos. ¿Por qué beben tanto los peces? ¿Qué tiene que ver eso con el portal de Belén?

La letra describe escenas domésticas: la Virgen lavando y tendiendo ropa, o peinándose entre cortina y cortina. Es una imagen muy distinta de las pinturas solemnes: aquí aparece como una madre que hace tareas del hogar, entre agua, romero, pájaros y flores.

Sobre los peces hay varias lecturas. Algunos análisis recuerdan que los primeros cristianos usaban el pez como símbolo de Jesús y de sus seguidores; beber “por ver a Dios nacer” podría leerse como una imagen poética de la fe que se desborda ante la llegada del Niño.

Lo cierto es que este villancico mezcla lo místico con lo cotidiano: una escena casi de patio de casa, con ropa tendida y pájaros, convertida en relato teológico que repetimos sin preguntarnos mucho qué estamos diciendo.

“El burrito sabanero”: un viaje latino hacia Belén

Otro clásico del repertorio en español es “El burrito sabanero”. A diferencia de los villancicos europeos con siglos de historia, este es relativamente reciente: lo compuso el venezolano Hugo Blanco en 1972, y se popularizó primero en América Latina, sobre todo gracias a la versión de Simón Díaz.

Su protagonista no es un rey ni un ángel, sino un niño que avanza por la sabana rumbo a Belén, sobre un burrito. Es una apropiación muy latinoamericana del relato: el paisaje no es un desierto lejano, sino una sabana que podría estar en Venezuela, Colombia o incluso en la Costa ecuatoriana.

Aquí la Navidad se cuenta como camino, como trayecto: ir, avanzar, cantar mientras se viaja. Y es, además, un villancico profundamente alegre, casi pegado al ritmo del juego y la infancia.

“Blanca Navidad”: el sueño de un invierno que muchos no han visto

Aunque la cantemos en español, “Blanca Navidad” es en realidad una canción norteamericana: “White Christmas”, escrita por Irving Berlin (Israel Baline), un compositor judío de origen bielorruso que emigró a Estados Unidos.

La compuso a inicios de los años 40, en plena Segunda Guerra Mundial. Para muchos soldados lejos de casa, hablaba de la nostalgia por las Navidades de infancia, con nieve, chimenea y familia reunida. La versión de Bing Crosby se convirtió en el sencillo más vendido de todos los tiempos.

Curiosamente, en buena parte de América Latina cantamos “Blanca Navidad” aunque nunca hayamos visto nevar. Repetimos el sueño de otro hemisferio: la Navidad como recuerdo de algo que tal vez no vivimos, pero que adoptamos como imaginario compartido.

Lo que repetimos sin pensar (y también el absurdo)

Si alguien se sienta a leer de corrido las letras de villancicos, descubre no solo mensajes profundos, sino también escenas que rozan lo absurdo: peces que beben sin parar, portales donde coinciden Sol, Luna y estrellas a la vez, marimorenas que en origen significaban pelea, reyes magos que hacen rutas geográficas imposibles o regalos poco prácticos para un recién nacido.

Tal vez esa mezcla explica su fuerza: una teología hecha de imágenes raras pero memorables, fácil de cantar por niños y adultos, más cercana al cuento que al tratado.

próxima vez que alguien arranque con un “Noche de paz…” o un “Pero mira cómo beben…”, puede ser una oportunidad para escuchar de verdad lo que estamos cantando: quizá esos villancicos que repetimos sin pensar llevan años contándonos mucho más de lo que creíamos sobre pobreza, familia, fe, pérdida, memoria y el deseo compartido de que, al menos por una noche, el mundo sea un lugar un poco más habitable.

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