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Mientras el virus del SARS- CoV-2 recorre el mundo causando una de las peores pandemias de las que la humanidad tenga memoria, políticos, medios de comunicación y ciudadanía en general exaltan el valor del trabajo del personal sanitario. Médicos, enfermeras, asistentes y otros son literalmente aplaudidos y considerados verdaderos héroes.
Sin embargo, hay varios elementos peligrosos en este tipo de reconocimientos. El héroe, la heroína, están identificados con el sacrificio, con lo sagrado, con lo invaluable.
Y en ese aparente reconocimiento está justamente una de las claves de su paradójica desvalorización.
La economía feminista ha hecho un gran esfuerzo teórico, pero también empírico, para demostrar lo que se denomina “la penalidad en los trabajos de cuidados”.
El trabajo de cuidados se refiere a aquellas labores que se hacen “cara a cara” y que están dirigidas a procurar algún tipo de bienestar a otras personas. Lo ubica al trabajo doméstico, sin duda como el más penalizado, pues en muchos casos no recibe remuneración alguna, pero va más allá e incluye las labores de enseñanza, educación, terapia y también aquellas labores y trabajos relacionados con el área sanitaria.
Si bien existen excepciones, la penalidad de la que habla la economía feminista se manifiesta en primer lugar en salarios relativamente bajos para los profesionales y trabajadores de todas estas áreas. Los estudios e investigaciones de campo muestran que existe un factor de penalización que resulta inexplicable para la economía tradicional, pero que ha sido identificado y ampliamente estudiado por la economía feminista: la feminización de estos campos.
Feminización no solo porque en ellos trabajan mayoritariamente mujeres (67% de trabajadores en el sector Enseñanza son mujeres y el 66% en Salud), sino porque están relacionados con el ámbito doméstico, con lo que se considera femenino y ha sido visto como improductivo desde el inicio mismo de la ciencia económica.
Esa idea de improductividad es clave para explicar por qué esta penalidad se expresa en el ámbito macro, sutilmente, a través de presupuestos mínimos para estas áreas.
Objetivos políticos
Aún en los períodos en los que la orientación del gobierno de turno ha sido más favorable a la redistribución, las asignaciones presupuestarias y los objetivos de la política para el “sector social” siempre han estado supeditados a los ámbitos que se consideran el verdadero objetivo de la política económica: aquellos relacionados directamente con la producción.
El solo hecho de considerarlos por separado muestra claramente la visión que ha primado: un enfoque asistencialista, en el que contar con individuos educados o sanos ha sido en todo caso favorable para el trabajo, como factor de producción de riqueza.
Así lo demuestra la política internacional al referirse al Desarrollo Humano como complementario al Desarrollo Económico. En ningún caso se ven como un solo campo integrado. La economía feminista sostiene que ni el estudio ni la aplicación de la ciencia económica son neutrales.
Este tipo de divisiones dicotómicas y jerárquicas no son casuales. Desde el feminismo se ha demostrado que la producción es posible gracias al trabajo reproductivo y de cuidados y que la invisibilización del valor económico de estas tareas ha sido efectiva porque los presenta bajo el manto del amor, bajo la apariencia de lo sagrado y, por tanto, de lo invaluable, impidiendo que se reconozca, materialmente, pecuniariamente, ese inmenso trabajo.
Partir de esa desvalorización de lo que con desdén se agrupa como “lo social” ha pasado una factura muy cara. En nuestro país, los índices de hacinamiento urbano no variaron desde 1990 hasta 2003. En 2007, el 19,6% de la población vivía hacinada y en 2017, aunque menor, este indicador presentó un vergonzoso 11%.
https://www.ecuadorencifras.gob.ec/enemdu-2019/
Esas son las condiciones en las que enfrentamos la pandemia. Después de 40 años de políticas fiscales erráticas que, con mayor o menor grado, siempre han priorizado el ajuste, la estabilización y el crecimiento antes que la asignación y la redistribución.
Un país que desde 2000 hasta la fecha apenas le ha asignado a la Salud entre el 1% y el 3% de su producción, no podía verse sino rebasado ante una emergencia sanitaria. A pesar de que la pandemia ha golpeado al mundo entero y representa un shock de magnitudes desconocidas y aterradoras para todos los países, los efectos económicos y humanos son aún más graves en ciertos casos.
Esta situación ha mostrado dolorosamente que, a pesar de ser evidente y de ser constantemente enunciado, no es posible producir, ni crecer, si no se cuenta con salud. Haber visto a lo más esencial de la vida como subsidiario implicará un decrecimiento de al menos seis puntos en la economía.
https://elpais.com/economia/2020-04-12/el-banco-mundial-proyecta-un-caida-del-pib-del-46-en-america-latina-la-mayor-desde-que-hay-registros.html
Esta grave circunstancia ha puesto de manifiesto lo que desde el feminismo hemos venido diciendo por años: la importancia extrema de las tareas de cuidados.
El sector sanitario, esta crisis es sostenida por quienes cuidan en todos los ámbitos: educación, preparación de alimentos, cuidado de personas enfermas en los hogares, cuidado a niños y adolescentes, atención a personas con discapacidad, sin que eso signifique disminuir otras labores.
Las medidas de reorientación del gasto hacia lo social no pueden ser excepcionales, transitorias y momentáneas. La prioridad de la salud, de la educación, de la protección social, de la alimentación y también de la cultura, tiene que ser permanente.
El centro del análisis económico y de las decisiones políticas no puede seguir siendo la acumulación de la riqueza, ni siquiera el desarrollo humano como complemento del crecimiento, sino el sostenimiento de la vida en su sentido más amplio. (O)
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