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A propósito de la cuarentena: “La vida es un eterno juego”

A propósito de la cuarentena:  “La vida es un eterno juego”
05 de abril de 2020 - 00:00 - Fausto Segovia Baus

Se ha dicho -y con toda razón- que la vida es un juego. No en el sentido literal de la palabra -ludus, ludismo- sino un escenario donde hay actores que participan en un tinglado como en el teatro, donde unos son ganadores y otros perdedores; unos actúan como salvadores, otros como víctimas, y unos terceros como perseguidores. Me refiero a los juegos psicológicos, que todos, sin excepción, jugamos.

Del homo sapiens al homo ludens

Nunca olvido a Johan Huizinga, el investigador que con su obra magistral “El homo ludens” significó un referente para los estudiosos de la condición humana. Él habló del juego como fenómeno cultural y demostró la insuficiencia de las imágenes convencionales del homo faber y homo sapiens. “Porque no se trata, para mí, del lugar que al juego corresponda entre las demás manifestaciones de la cultura, sino en qué grado la cultura misma ofrece un carácter de juego”.

Este enfoque -ya en el contexto psicológico- fue enriquecido cuando Erik Berné planteó el Análisis Transaccional (AT) como estrategia para conocernos mejor, donde los juegos psicológicos ocupan un papel protagónico.

Tres juegos

Berné recuerda el famoso cuento de la literatura infantil La Caperucita Roja de Charles Perrault, que fue el primero que recogió esta historia y la incluyó en un volumen de cuentos (1697), que relataba una leyenda cruel, destinada a prevenir a las niñas de encuentros con desconocidos.

Los hermanos Grimm, en 1812, dieron otra versión que se mantiene hasta hoy, en la que se introduce la figura del leñador, que salva a la niña y a su abuelita. “Propusieron un final alternativo, en el que un momento antes de que el lobo se coma a Caperucita, ella grita y un leñador que estaba cerca, rescata a la niña, mata al lobo, le abre la panza y saca a la abuelita, milagrosamente viva”.

Pues bien, de esta última versión de la Caperucita Roja Erik Berné identificó tres personajes universales: el salvador (el leñador), la víctima (la Caperucita) y el perdedor (el lobo), como caracterizaciones de actitudes “típicas” de los seres humanos, que dan pie a los juegos psicológicos. Como resultado todos jugamos a ser salvadores, víctimas o perseguidores (auténticos o inauténticos), según la transacción respectiva.

Las preguntas cruciales son: ¿Usted desempeña generalmente el papel de víctima en su relación con su pareja? ¿O es un salvador empedernido? Y si no es lo uno ni lo otro, ¿se declara perseguidor o perseguidora de su cónyuge?

Víctimas y victimarios

Se dice que en el escenario natural -la familia- y por extensión en los escenarios laborales y sociales, la figura de víctima resulta preponderante. Es bueno observar, por ejemplo, el juego del “yo no fui”, que no es sino el disfraz de la mentira o la señora disculpa, donde la verdad es manoseada o manipulada para salir de un problema. Pero no se da cuenta la gente, que esta actitud es típica de las personas perdedoras, que delatan su baja autoestima y, en ocasiones, su falta de responsabilidad.

Ser víctima auténtica -la persona que llora de verdad porque sufre algún dolor físico o moral- es comprensible y hasta recomendable; pero “hacerse la víctima” para lograr recompensas es detestable. Las “lágrimas de cocodrilo” funcionan como búmeran. Y no se olviden que las víctimas inauténticas pueden convertirse fácilmente en victimarias. ¿Cuántas caperucitas o caperucitos existen en nuestros hogares?

Salvadores

El juego del salvador, aquél que intenta salvar a una persona a cambio de nada, es meritorio. Hace algunos años un hombre que limpiaba vidrios en un edificio se lanzó al vacío para salvar a un bebé que caída por una ventana. Este hombre es un salvador. Sin embargo, existen personas que aparentan “salvar”, pero en el momento propicio se aprovechan para aparecer. De estas personas hay que alejarse.

Hay, de hecho, personas salvadoras auténticas. Habría que preguntarse cuántos políticos se autodenominan salvadores y redentores, y en última instancia dejan a los pueblos en el abandono. Y también maridos que se declaran fieles y en la práctica no lo son. El doble estándar es un juego peligroso. Pregúntese si es un leñador.

Perseguidores

La vida es cuestión de juegos peligrosos. En ocasiones, la desconfianza y la inseguridad dan lugar a que uno de los cónyuges o los dos se persigan. Entonces, movidos por los celos -que en ocasiones se vuelven celotipia, que es una enfermedad- las parejas ingresan en un juego perverso, en el que al final los dos pierden. Los únicos que ganan son los psicólogos y psiquiatras.

Los “lobos” y las “lobas” -con todo respeto- abundan en esta Ínsula Barataria. Y esta persecución es una agonía diaria, que daña los nervios, produce estrés y todas las enfermedades asociadas con la ansiedad, juntas.

En suma, los juegos en los que participamos forman parten de la condición humana. Sería interesante identificar el juego de los demás y el juego propio para evitar manipular ni ser manipulados. Porque el juego es a la vida, lo que la vida es al juego. Por eso, mientras vivamos -y ahora en cuarentena- habrá la oportunidad para triunfar, no a costa de los demás sino del esfuerzo propio y el cultivo de la verdad. ¿Imposible? (I)

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