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El Telégrafo
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Amar para siempre no está en las matemáticas

Amar para siempre no está en las matemáticas
Foto: Archivo / El Telégrafo
22 de julio de 2018 - 00:00 - Pilar Gónzalez Moreno

Los científicos explican que en la primera etapa del amor, la del enamoramiento, los cambios son sorprendentes: mayor liberación de endorfinas; reducción en los niveles de cortisol; incremento en la producción de dopamina, oxitocina y norepirefrina; aumento en los niveles de estrógenos y liberación de melatonina.

Todo un “colocón” químico que provoca mayor felicidad, reduce los efectos negativos del estrés, y favorece que se disparen los sentimientos de placer. Además mejora nuestra autoestima, nos hace estar más guapos y radiantes y nos lleva a creer que amar es un verbo que se conjuga en infinito.

¡Pero no! porque esta explosión tiene una duración limitada en el tiempo, y tras esta etapa, y cierto período de estabilidad, nos espera el desenlace fatal. ¿O no?

Y es que tarde o temprano este período de estabilidad se verá amenazado por un sinfín de circunstancias y entonces hay que poner la maquinaria a trabajar para que la relación no decaiga. Y aquí es donde entran las matemáticas. Sí han leído bien, las matemáticas.
Esa ciencia exacta que se basa en “cualquier argumento que se lleva a cabo con la suficiente precisión”, según el profesor de la Universidad Complutense de Madrid José-Manuel Rey Simo, director del curso de verano de El Escorial: “¿Por qué (no) amamos? La ciencia de las relaciones románticas”.


En el marco de este curso, Simo ha explicado su teoría matemática de la cuestión, que advierte está cargada con una “inercia negativa”.
En su opinión, la historia de Adán y Eva ha servido y sirve todavía como modelo de amor a largo plazo: “Su influencia en las expectativas de los individuos sobre el amor duradero es enorme y, conscientes o no, las parejas tratan de reproducirlo, pero con poco éxito”.

Las estadísticas sobre las rupturas matrimoniales en el mundo occidental, afirma “son desastrosas”. En EE.UU. los divorcios rondan entre el 40% y el 50%. En Europa el porcentaje también se aproxima al 50%. En España, la cifra es aún más elevada y de cada 3 matrimonios que se celebran, 2 acaban fallando. Estos datos “cuentan la historia de una fracaso repetido: un proyecto que se diseña para el largo plazo, pero que no funciona”.

La inercia negativa
En su modelo matemático de las relaciones sentimentales, Rey Simo sostiene que el sistema para amar toda la vida es inestable y su propia inercia es negativa, y si una pareja deja de esforzarse y luego quiere retomarlo, es muy posible que no remonte.
“Ese plus de esfuerzo necesario unido a la inercia de la dejadez provoca que las parejas tiendan a esforzarse menos de modo paulatino, lo que trae como consecuencia que la variable de la sensación amorosa se desplome”.

Es como la segunda ley de la termodinámica: Si un cuerpo deja de recibir calor se enfría y para evitarlo hace falta un aporte externo de esfuerzo.
“En una relación -explica Rey Simo-, el feeling o sensación amorosa se percibe como algo bueno que siempre produce satisfacción, pero lo hace a una tasa decreciente”. Si un cuerpo deja de recibir calor se enfría y para evitarlo hace falta esfuerzo.
Como conclusión, sostiene que “mantener la relación en equilibrio supone un esfuerzo insoportable para muchas personas, y esta podría ser la causa de ruptura en escenarios reales y que amar para toda la vida se convierta en una complicada misión.

Pero admite que de algún modo, inconsciente o intuitivo, algunas parejas consiguen resolver esta ecuación “matemática” correctamente, y cita a este respecto al doctor John Gottman y su “Laboratorio del amor” en la Universidad de Washington, donde su equipo estudió a más de 3 mil parejas durante 40 años.

En función de estos últimos parámetros dividió a las parejas en “desastrosas” y en “maestras”. Las maestras, explicó, son las que trabajan lo positivo, que construyen de forma deliberada, que tienen el hábito mental de apreciar lo bueno en vez de focalizarse en lo negativo. (I) et

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