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En los últimos siete años, 1.997 centros de este tipo cerraron

4.256 escuelas aún funcionan con un solo profesor para varios niveles

Alejandro Granja, de séptimo año de Educación General Básica (EGB), conduce una motocicleta para dirigirse desde su casa hasta la escuela. En el camino recoge a su compañero Andrés Espín de sexto año.
Alejandro Granja, de séptimo año de Educación General Básica (EGB), conduce una motocicleta para dirigirse desde su casa hasta la escuela. En el camino recoge a su compañero Andrés Espín de sexto año.
Foto: Miguel Jiménez / EL TELÉGRAFO
12 de octubre de 2017 - 00:00 - Redacción Sociedad

Tandapi, Pichincha.-

Alejandro Granja no tiene licencia de conducir. La Ley de Tránsito no permite a los niños de 11 años acceder a ese documento.

Sin embargo, desde hace un año, una motocicleta Suzuki de segunda mano se convirtió en su medio de transporte para desplazarse desde su casa hasta su centro educativo.

‘Alejo’ (como lo conocen sus amigos) cursa el séptimo año de la Escuela Pluridocente Princesa Toa, ubicada en el recinto Pampas Argentinas (Tandapi, Pichincha). Él vive en la comunidad San Antonio Alto, que está a 45 minutos (en auto) de su escuela. La falta de transporte escolar y de buses lo obligó a aprender a manejar.

Su hermano mayor, Paúl, fue su maestro de conducción. La clase duró un día, recuerda el menor. “Como ya sabía andar en bici, no se me hizo difícil la moto”, cuenta el pequeño, mientras cruza la puerta principal de su escuela.

Alejo carga su mochila en el pecho. Lo hace para que su compañero Andrés Espín, de sexto año, pueda acomodarse detrás de él. De lunes a viernes, Alejandro pasa por la casa de su vecino a las 06:30.

Ambos son los primeros en llegar a la escuela, detrás de ellos, otros 5 menores arriban a bordo de bicicletas. Otros, como Víctor Flores caminan, pues su casa está a 3 cuadras.

Las clases se inician a las 07:00 en Princesa Toa. La ubicación del plantel también obligó a la docente Jennifer Sarango a movilizarse en una motocicleta. Su mamá, oriunda de Tandapi, le enseñó a conducir, pues durante su vida escolar tenía que desplazarse hasta su plantel (a una hora  de distancia de su casa).

Sarango se encarga de la formación de los niños que cursan el primero, segundo y tercer año de Educación General Básica (EGB).

El pizarrón del aula está dividido en 3 espacios: uno para cada nivel de educación. La profesora se las ingenia para impartir -simultáneamente- 3 clases diferentes.
Mientras explica a los niños de primer año el sonido que emite cada una de las letras, también enseña a sumar a los de segundo.

Un pedazo de lo que alguna vez fue un tejado separa la clase de Sarango de la de su compañera Maricela Parra. Ella se encarga de la instrucción en cuarto, quinto, sexto y séptimo año de EGB.

La clase cuenta con 2 pizarras: una exclusiva para los de cuarto y otra comparten cursos superiores.

Parra se pasea entre los pupitres con el fin de vigilar que cada estudiante cumpla con la actividad académica asignada.

En el antepenúltimo puesto está Ignacio Izurieta, de 12 años. El menor bosteza, mientras copia un ejercicio de suma de fracciones. Antes de empezar a resolverlo se despereza levantando sus manos.

La jornada empieza a las 04:00

Ignacio, al igual que la mayoría de los alumnos de Princesa Toa, comienza su día a las 04:00. A esa hora se despierta para ayudar a sus progenitores a ordeñar las vacas.

Él y sus padres, en 2 horas con 30 minutos, extraen con maquinaria la leche de 27 ejemplares.

El menor asegura que es experto y que en cada animal tarda entre 10 y 15 minutos.

A las 06:30 termina sus labores, desayuna y sustituye las botas de caucho por unos zapatos de cuero que le combinan con su uniforme que le fue entregado por el Estado.

Fernanda Segovia, de 9 años, también es diestra en el ordeño. El día para la estudiante de quinto año comienza a las 04:30.

De cada vaca obtiene entre 5 y 10 litros de leche. El proceso de sacar el líquido no es difícil. “Debes tener buena puntería y ‘maña’ para colocar los extractores en cada una de las cuatro ubres”, cuenta la pequeña.

Cuando ella y su familia terminan el procedimiento, el producto, debidamente contenido en recipientes grandes, espera a que pase un tanquero para ser repartido.

Luego, el producto es transportado y distribuido por las zonas de Tandapi y en las afueras de Santo Domingo de los Tsáchilas.

En Pampas Argentinas, la mayor parte de la población se dedica a la agricultura y al ordeño.

Víctor López, de 8 años, es otro de los menores que madruga, pero lo hace para ayudar a su papá en la recolección de frutas y verduras para la posterior venta.

Según la docente Sarango, muchos de los niños -por las actividades laborales que realizan- no desayunan. Por ello, los padres de familia se organizaron para darles una comida diaria.

A las 10:10 el timbre anuncia el recreo. Los chicos juegan, corren, pasean y conversan cuando salen al patio. Mientras tanto Marcia Segovia, madre de familia, prepara un arroz colorado en el comedor de la institución.

La mujer, de 35 años, reparte la comida en pequeños platos de lata y llama a los niños para que se alimenten. Todos corren al comedor; para la niña Clara Carrera es el primer alimento del día.

La situación de las unidades

En la actualidad, 4.256 escuelas  unidocentes con menos de 45 estudiantes funcionan en el país. Así lo informó en agosto de este año Fánder Falconí, ministro de Educación.

El funcionario indicó que hasta  el 2011 había 6.253 de estos centros, es decir, en los últimos 7 años se redujeron 1.997.

Antes de las 13:30, la neblina cubre el letrero de la escuela pluridocente.  El clima es cálido, pero una ligera llovizna transforma el camino de tierra en fango.

Alejandro enciende su moto, Andrés se sube en ella y tras salpicar un poco de lodo regresan a casa. Sus mochilas sirven de paraguas. (I)

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