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El Telégrafo
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Un oficio que lucha contra el tiempo y que se resiste a desaparecer

Un oficio que lucha contra el tiempo y que se resiste a desaparecer
10 de febrero de 2013 - 00:00

Su plancha, horma y martillo se convirtieron desde hace más de 40 años en las herramientas favoritas de Luis Zhinin, de 54 años, quien repara toda clase de sombreros que se encuentran en mal estado y cuyo oficio poco a poco se pierde en la provincia del Cañar.  

En un cuarto pequeño, con poca luz y paredes cubiertas de sombreros, Zhinin, espera pacientemente en la entrada del local que una persona más deje su sombrero.

Eran las 16:00 y solo tenía para reparar seis, “así es, hay días peores en que no llega ni uno”, dijo. “Es un arte que en dos años va a desaparecer”, sentenció el hombre, mientras que  en la pared del fondo, un letrero mediano con su fotografía, en la que se lo ve más joven, dice: “una tradición que jamás se perderá”.

Zhinin explicó que la difícil situación le hace pensar que en dos o tres años   regresará al campo para dedicarse a la agricultura, pues el arte de la sombrerería ya no será tan rentable como en aquellos tiempos que  reparaba más de 150 sombreros a la semana, “ahora no reparo ni 30”, añadió.  

A los trece años el hombre dejó el campo y salió a la ciudad para aprender este arte, que en ese entonces era rentable. Recordó que había alrededor de 15 sombrererías, de las cuales hoy solo quedan cuatro.   

Montó su primer taller a los 18 años, cambió de lugar varias veces, hasta que hace 25 años convirtió un pequeño local de la calle Bolívar en el sitio definitivo para desarrollar su labor.

Antes trabajaba con tres oficiales, que decidieron migrar a Estados Unidos, “y me quedé solo, pero fue mejor porque el trabajo cada día disminuye y no hubiese podido ayudarlos”, explicó.

Su labor comienza a las 08:00, con el lavado de los sombreros de paja toquilla, luego los pone a secar en la entrada del local, para después plancharlos    procede a engomarlos y blanquearlos. En el caso de los sombreros de paño, debe lavarlos, cepillarlos y zurcirlos.

La reparación de cada uno cuesta cuatro dólares y el ingrediente principal para el arreglo y la limpieza es el azufre que lo consigue en la ciudad de Cuenca. Una libra de este material cuesta tres dólares, y eso le alcanza para reparar alrededor de 60 sombreros, a eso se le añade goma y otros ingredientes.

Zhinin explicó que cada vez llegan menos clientes a reparar sus sombreros, porque la gente con la modernidad ha dejado, poco a poco, esta parte de la vestimenta que hace años forma parte del buen vestir de los ciudadanos.

Agregó que menos personas llegan a retirarlos. Y eso se ve reflejado en las tres paredes que se encuentran cubiertas de sombreros. “Los que están más arriba ya tienen más de un año que no vienen ni siquiera a verlos”, dijo.

Consideró que cada vez son menos las personas que utilizan este accesorio, pues la migración ha provocado que prefieren utilizar gorras o sombreros modernos.

Esto ha hecho que Zhinin se niegue a que sus hijos continúen esta labor, en la que se inició a los trece años de edad.

El hombre recomienda que el sombrero reparado no se debe mojar y que en la temporada de invierno hay que protegerlo con una funda de plástico y de esta forma se evitará el deterioro.

Las personas que utilizan sombreros de paño deben evitar mojarlos y en el caso de que se ensucien, cepillarlos para que así duren más tiempo.

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